martes, 5 de febrero de 2008

De conejos y elefantes

Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada

En la actualidad no resulta raro justificar la ignorancia. Es la tónica de nuestra época. Da lo mismo que da igual. Un elefante puede ser transformado en un conejo. Todo es cuestión de perspectiva, basta con una definición pragmática. Así, el único representante perteneciente a la familia de los lepóridos del genero ortalagus color gris o pardo en su estado salvaje con cabeza ovalada, ojos grandes de hasta tres kilos de peso y pudiendo medir unos 60 centímetros pierde estas características inherentes a su condición para transformarse en un “mamífero de cuatro patas, colmillos prominentes, orejas grandes, cola corta y color gris”. Sin mas propiedades que las enunciadas se considera una definición aceptable para los tiempos que corren. Es parte de una razón pragmática. El conocimiento entra en la mediocridad del saber. La enseñanza de mínimos provoca el aletargamiento de los sentidos, sobre todo el común, hasta adormecer la capacidad de raciocinio. Ya no podrá resultar extraño acudir a los parques zoológicos y oír vehementemente exclamar a padres y niños frente a la estancia de los elefantes “miren que hermoso este conejo gigante”. Es mamífero, tiene cuatro patas, colmillos prominentes, orejas grandes y cola corta. Y si existen conejos enanos, ¿por qué no conejos gigantes? Así, el mayor mamífero sobre la Tierra, de trompa musculosa, gran cabeza, cuello casi inexistente, perteneciente a la orden de los proboscidios, con un peso de más de cuatro toneladas y que llega a medir según sea asiático o africano entre 2.5 y cuatro metros de altura se equipara por arte de birlibirloque en un conejo descomunal. Para los defensores de las definiciones de mínimos y del todo vale debe ser humillante esta comparación. Con lo sencillo que resulta unificar todos los mamíferos bajo cualidades comunes. Un mismo orden, una misma familia, un mismo genero. Total son mamíferos, no hay diferencias.

Si trasladamos este argumento a la definición de conceptos sociales y al debate político, el problema adquiere dimensiones catastróficas. Con ello trato de subrayar la idea presente en algunos intelectuales, autodefinidos de izquierda, asesores de gobiernos, disque progresistas, que minimizan y restan importancia teórico en favor de una práctica dicen que apegada al terreno y los hechos. Hay que ir a lo concreto. Para dichos militantes de lo inmediato, cualquier tipo de situación donde se plantee pensar antes que actuar es ya una herejía. Un absurdo. Se cae en un mundo de abstracciones sin vínculo con el trabajo político. Preocuparse por ello, retrasa la lucha y los objetivos del movimiento contra el sistema. Es una pérdida de tiempo. Supone malgastar esfuerzos. Para que preocuparse en las definiciones y en el significado de las palabras. Al imperialismo no se le estudia, se le combate. Y si por algún menester hay que conocer sus entrañas mejor que lo hagan quienes estén autorizados para ellos. Gurús. Llegar a la vulgarización y a la mala caricatura. Una formula de acortar el camino hasta no saber cuál era el itinerario, dónde se quería llegar, ni cuáles eran los problemas planteados. Es decir se abandona el programa, el proyecto, la alternativa, el socialismo, la lucha por la liberación, la democracia, la autonomía. Todo con el proposito inmediato de subrayar la muerte del capitalismo hoy mismo. Bueno, tal vez para mañana y como mucho para la próxima semana. En definitiva, cualquier cosa es mejor que reflexionar sobre lo que se hace y cómo se hace. Pensar en ello retrasa la revolución.

Por este motivo es necesario reivindicar el rigor en la definición de los conceptos y las categorías. Restarle importancia a esta demanda es desligar la lucha teórica de la lucha política. La izquierda debe construir un lenguaje para interpretar el mundo y apropiarse de la realidad. Si no somos capaces de recrear la alternativa desde abajo, recuperando la centralidad de la política, las opciones y las agendas quedan en manos del orden dominante y del poder hegemónico. Nos vemos atrapados en sus redes. Obligados a vivir su mundo. Si no tenemos palabras propias, nuestras experiencias son vividas desde la dominación y la alienación. Como sujetos castrados dentro del mercado, el capitalismo del siglo XXI no se verá cuestionado. La lógica contrasistémica conlleva recuperar la ciudadanía política y la sociabilidad democrática desde principios éticos. No es posible la recuperación de espacios de libertad social, justicia e igualdad sin romper el lenguaje de la explotación y la colonialidad del saber.

Si en la actualidad la derecha gana la batalla por enunciar y construir la realidad, es el momento de revertir el proceso y enfrentarnos al problema. Desde hace tiempo se impone una flacidez teórica. Una indolencia intelectual. Se trata de una dejación. Da igual que los gatos sean blancos o negros, lo importante es cazar ratones. Si es así, los conceptos y las categorías no se distinguen. Basta con tener un pensamiento nuboso y miope, capaz de entrever perfiles. Muchos han picado el anzuelo y han tragado el cebo. Defensores a ultranza de conceptos como gobernanza, gobernabilidad, liberalización, reforma del Estado, biocombustibles o sociedad de la información no son conscientes de su condición de loritos repetidores. Declaman y repiten palabras minuciosamente elaboradas por fábricas de conceptos de la derecha neoconservadora en Estados Unidos y en menor medida en Europa occidental. Son consumidores compulsivos de teoría anglosajona y se sienten cómodos aceptando sus fundamentos teóricos. En otras palabras, son parte del sistema, por ello, los integra, los financia. Es una izquierda compatible, sumisa a la cual se puede financiar. Es una parte de su mundo. Comparte su lenguaje y su cosmovisión. La lucha teórica es parte de la lucha política. Una imagen no vale más que mil palabras. Mil palabras constituyen una imagen. La guerra por la palabra está servida. De ello dependen la lucha por la liberación socialista, democrática y anticapitalista.

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