domingo, 21 de diciembre de 2008

Salvar a la banca mata de hambre

Hace diez días, el Banco Mundial anunció que este año otros 155 millones de personas han sido abocados a la más abyecta pobreza.

Pero en los medios de comunicación no hubo espacio para reflejar ese dato, ya que estaba todo dedicado a exponer las astronómicas cifras de dinero que se están dedicando a salvar a la banca y a los demás potentados que han contribuido con su enriquecimiento personal a hundir el sistema financiero internacional.

Los datos que se publicaron sobre aquel informe se limitaron a constatar que el crecimiento de la economía mundial caerá en 2009 a sólo un 0,9% del PIB global y que el volumen total de comercio internacional se reducirá por primera vez en 25 años, a causa de la recesión de los países industrializados provocada por la debacle bursátil y bancaria.

Los medios nos rebotaron una auténtica cascada de ominosas cifras macroeconómicas, manejando billones de unidades monetarias, pero a nadie se le ocurrió que el dato más importante eran esos 155 millones... de personas.

Pero ¿cómo se va a comparar tan mísera cantidad con los 200.000 millones de dólares que se emplearon en rescatar a los gigantes hipotecarios Fannie Mae y Freddie Mac?

¿O con los 700.000 millones que la Reserva Federal de EEUU está dedicando a comprar activos tóxicos de las grandes entidades financieras internacionales?

Mucho menos se puede parangonar ese número de miserables con los 6,7 billones de dólares que ya se han dedicado en todo el mundo a salvar grandes bancos, aseguradoras, entidades financieras y compañías multinacionales.

¡Y no basta! Según Barry Ritholtz, autor de Bailout Nation, habrá que dedicar hasta 8 billones de dólares de los impuestos de todos nosotros a salvar el sistema capitalista mundial.

Esa cantidad es superior a todos los gastos públicos de EEUU durante la totalidad del siglo XX, incluido lo que le costó a la superpotencia su participación en la Segunda Guerra Mundial, la de Vietnam, el Plan Marshall, el New Deal, la invasión de Irak...

En breve, equivale a más de la mitad del PIB actual de Estados Unidos.

Aunque lo verdaderamente asombroso es que de pronto se pueda disponer de esas sumas fabulosas, cuando durante decenios ha sido imposible distraer un mero 0,7% del PIB de los países ricos para ayudar al desarrollo de los verdaderamente necesitados.

En España, como somos ahora tan solidarios, prometemos que lo lograremos... en 2012.

Ya veremos. Por el momento, para dedicar cantidades tan desaforadas a retribuir a los mismos que nos han llevado a la ruina, estamos dejando sin la asistencia básica de supervivencia a los marginados del planeta. Las grandes organizaciones humanitarias de la ONU, de las que dependen para comer más de cien millones de personas en todo el mundo, se están quedando sin fondos porque los gobiernos están restringiendo sus presupuestos de ayuda exterior.

El World Food Programme (WFP), por ejemplo, ha recibido menos de la décima parte de los 5.200 millones de dólares que necesita para alimentar a 49 millones de personas en doce de los países más míseros del orbe.

Así que se ha visto obligado a recortar las ya exiguas raciones que reparte en Etiopía y Zimbabue.

“El hambre avanza en todo el mundo”, advertía hace poco la directora ejecutiva del WFP, Josette Sheeran. “La crisis alimentaria ha golpeado al planeta con más fuerza de la que nos podíamos imaginar”.

Porque llueve sobre mojado.

La penuria llega cuando el Tercer Mundo no ha empezado a recuperarse de la brutal escalada del precio de los alimentos que este verano multiplicó por millones el número de niños, mujeres y ancianos desnutridos.

Todos ellos están ahora en peligro de muerte inminente. Para salvarlos, dice Sheeran, el WFP necesita menos del 1% del dinero que se está invirtiendo en reflotar a los grandes imperios financieros.

¿Podría quizá la gran banca prescindir de ese 1% para salvar millones de vidas? No lo creo.


Carlos Enrique Bayo. Público



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