domingo, 19 de abril de 2009

Sumisión ciudadana

Crisis energética, inmobiliaria, financiera y bursátil, cambio climático... Un escenario de colapso sistémico que movimientos sociales de base y propuestas transformadoras enfrentan justo cuando no parecen lograr salir del bache. ¿Cómo analizar la situación?


Estamos en plena crisis. Los titulares hablan del Gobierno, de los bancos centrales y no centrales, del préstamo y no préstamo, de quiebras, despidos, desahucios y paro... Se habla menos de una progresiva irrupción de la miseria, que ya antes se sabía abrumadora al otro lado de los cayucos. Apenas se osa nombrar lo más temido, el peligro de una ‘desestabilización’. Y cuando se habla, mucho, de la salida de la crisis, no se quiere contar con que la luz del sol, tras salir del túnel, sea más turbia.


Los media nos presentan una crisis ‘en el’ capitalismo, no una crisis ‘del’ capitalismo; a lo sumo se habla de algunas reformas legales, que nadie cree que puedan llegar a ser profundas. La arrogancia de los poderosos en su momento de máxima exposición lo escenifica ostentosamente. Y no sólo estamos pagando su crisis, sino que la aprovechan para ponernos en fila e invadir descaradamente cada vez más espacios. El rechazo del capitalismo ahora parece un tema tabú, como si sólo se tratara de un mal gobierno económico en manos de los neo-cons; en el fondo, una fatalidad y una fatalidad pasajera, pero que nos obliga a más disciplina, más sacrificio. ¿Será el miedo, que paraliza el cerebro? ¿Es que quienes estábamos contra el capitalismo ahora pensamos que puede ofrecernos un rostro más humano? ¿Que algún salvador Obama puede disponer los mecanismos de corrección implícitos en el mismo capitalismo, o al menos compatibles con él en una nueva figuración? Porque nuestra crítica del capitalismo fue antes tan global como ideológica y vaga, sobre todo en la supuesta incontaminación del sujeto crítico por su supuesto objeto; como si no estuviéramos encantados de chupar un poco de su cuerno de la abundancia.


Se ha acabado la era de la ‘crítica’ y de las buenas voluntades ‘sociales’, pagadas a precio carísimo por los terceros mundos periféricos... y metropolitanos. Tampoco es que se trate de un hundimiento total y simultáneo. La casa está cediendo por partes, como si se estuviera abriendo una inmensa tijera; y sólo aspiramos a mantenernos aferrados en la parte de arriba.


Realismo

La izquierda se ha convertido a la democracia, olvidando que ésta es la forma política de la dominación capitalista. Se ha instalado en la esperanza, o la ilusión, de una progresiva socialidad y ha acabado en un “esto es lo que hay” junto con “soy izquierdista, pero no gilipollas”. La falta de un modelo visible al que poder engancharse excusa la complicidad con “lo que hay” por horrible e intolerable que sea. Más aún, también nuestra izquierda oficial ha aceptado la doctrina ‘técnica’ de que cada ámbito –especialmente el económico–, tiene sus propias leyes, en las que nada ‘externo’ debe interferir. Con esa compartimentación ha olvidado algo esencial: que la economía es por de pronto política y lucha de clases, desde arriba por supuesto. Y que la teoría de la pauperización de Marx no sólo se muestra real en el Tercer Mundo, sino que en lo político todos somos hace mucho pauperes. A fin de cuentas los mismos telediarios, con su extrema estilización y reducción de la realidad (como la telenovela escenificada por la política española), son un factor tranquilizador frente a la propia indignidad política. Hasta el punto de que nos falta hasta la capacidad de imaginarnos un mundo no capitalista. La caverna nos ha tragado. Nuestra imaginación nos traiciona cuando nos creemos externos al capitalismo y capaces de ver sin sus gafas; en realidad ya ni tenemos otros ojos que los suyos.


No es en la ideología, sino en la respuesta a las situaciones, donde debería ir surgiendo en pequeño, a nuestra medida, el reconocimiento de la realidad vampírica de la que formamos parte y nuestra reacción constructiva. No es la minoría culpable de la razón, como quería Kant, la causa de nuestra miseria personal y colectiva, sino más bien la minoría culpable de nuestra información; marginamos, minimizamos, contextualizamos en el aluvión publicitario lo que debería servirnos de base para emprender una rebelión lúcida, inexcusable. No una rebelión de grandes gestos, que sólo puede ser general y siempre precaria, sino por de pronto la de una imaginación política sin necesidad de perspectivas de “lucha final”. Porque nos toca estar hegemonizados por poderes inmensos, pero lábiles, que nunca contarán con nuestro apoyo total, aunque vivan de nuestras complicidades ya por el mero hecho inexcusable de que trabajemos bajo y por tanto para ellos.


No se trata de acabar con el capitalismo, sino, primero, de ir saliendo, nosotros, de su caverna. Él ya nos está echando... hacia el fondo, encadenados en sumisión ‘ciudadana’.


José Mª Ripalda.

Fuente: Diagonal



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