jueves, 19 de abril de 2012

Rescates y rescatados

La perspectiva del rescate es la perspectiva de la catástrofe total en aquellos países europeos que no quieren parecerse a Grecia. No obstante, en un afán por evitar el rescate, se están tomando medidas que se parecen sospechosamente a las que se le impone a los rescatados, de tal modo que no habría mucha diferencia entre países rescatados y no rescatados. En otras palabras, el objetivo del déficit impuesto a los países no rescatados no es sino un rescate encubierto por reformas que dicen querer evitar el rescate. 

Ahora bien, hay que tener en cuenta que el sentido dado al rescate dista mucho de ser el de salvamento, al menos si lo compulsamos con la realidad de la ciudadanía. En cambio si lo compulsamos con la deuda sí que tomaría su sentido de salvamento, ya que un rescate sirve solamente para asegurar que el país pague sus deudas a corto plazo y garanticen las del largo plazo. Así, ya sea de forma encubierta o descubierta, el rescate tan solo rescata el valor de la deuda y deja al deudor en una posición en la que tan solo le queda recurrir al desmantelamiento del barco en el que navegaban las clases populares. 

El desmantelamiento no es sino una venta por piezas. Así, se empezó por el trabajo y su reducción . Primera pieza vendida a través de la devaluación del trabajo público, las tasas crecientes de paro y el asequible trabajo esclavo en algunas potencias emergentes. Con esta pieza vendida el acceso al trabajo más que un derecho se convierte, así nos lo quieren hacer creer, en un acto de caridad del empresario. La segunda pieza fue más que una venta una desviación de fondos que antes estaban destinados a paliar situaciones sociales de desamparo y que ahora están destinadas al pago de las letras que vencen. Un ejemplo flagrante en el caso del estado español es el dinero que estaba destinado a la protección de las mujeres maltratadas, que ya de por sí era insuficiente. Sobre el horizonte aparece la pieza de la sanidad, la cual absorbe un dinero que bien podría destinarse a donar liquidez que baje la prima de riesgo. Además, es un dinero goloso el de la sanidad, ya que abre las puertas a la posibilidad de que el enfermo, pues no le queda otra, pague por ella y si no puede que se pudra, lo cual proporcionaría unos ingresos extra nada desdeñables. La educación es un problema parecido al de la sanidad, en la que se destinan fondos que bien podrían servir para asegurar al deudor y ofrecen la posibilidad de comprar, y por tanto de vender, una educación. 

En definitiva, ese pequeño barco que era el estado del bienestar, sobre el que navegaban las clases populares, está siendo desmantelado en alta mar. En este sentido, cuando se habla de rescate a lo que verdaderamente estamos asistiendo es a un desvío de dinero público para pagar a deudores privados, que desde sus pequeñas islas observan el crecimiento de sus beneficios y perspectivas de negocio. Por tanto, nunca se rescató a Grecia ni a Portugal, ni tampoco se va a rescatar a España ni a Italia. El sentido del rescate se formuló claramente en los inicios de la crisis, cuando los estados inyectaron miles de millones en los bancos para que estos, inmersos en el frenesí especulativo que les condujo a falsear sus apuestas, no se hundieran; es más, para asegurar que llegaran a sus islas sanos y salvos. No obstante, se aprovechó el pánico para ocultar que mientras los yates ardían no hubiera pasado nada si se los hubiera dejado zozobrar (sino véase el caso islandés, en el cual, el pueblo se rescató a sí mismo). El pánico se repartió entre todos mientras que los botes salvavidas fueron para unos pocos, y se sustituyó la divisa “las mujeres y los niños primero” por la de “los emprendedores y corredores de bolsa acomódense”. Y es sobre la comodidad del rescatado en la que han divisado las nuevas posibilidades de beneficios que ofrecen estados sin liquidez y con el tejido público como patrimonio, con lo que toda la palabrería del rescate y los rescatados se resuelve en el hundimiento consentido de las clases populares, naufragas del espejismo que fue el estado del bienestar.

Juan José Colomer Grau
Rebelión

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