viernes, 20 de julio de 2012

Políticos paralizados por el miedo

Blindados por vallas, protegiéndose de aquellos que hace siete meses les votaron, los diputados exhiben sus temores. ¿Por qué no les quieren?. “Así no podemos seguir, porque estamos provocando desafección”, clamaba hoy Rubalcaba en el Congreso, como si el problema fuera la desafección y no sus causas. El Gobierno aprobaba en solitario la última tanda de recortes, la más heavy hasta el momento y que previsíblemente no será la última, dado que los intereses de la deuda siguen engordando, la prima de riesgo bate tétricos récords y la confianza de los inversores huye tan despavorida como los ahorros de miles de españoles -¿qué hago con el dinero?, es pregunta habitual-. La calle ocupada les inquieta pero el miedo a dejar de ser políticos supera cualquier otro temor.

Ellos consideran que hacen su trabajo. Y más allá de los enfrentamientos coreografiados en el hemiciclo, los diputados comparten un interés por no perder su estatus. Desde hace más de un año, coincidiendo con las primeras protestas del #15M, vengo preguntándoles cuándo van a reaccionar ante el descontento. Al principio, prefirieron ignorarlo descalificándolo y exigiéndo que las soluciones partieran de los que protestaban. Ahora lo ven como un ataque frontal para derrocarles. A nadie le parecerían elevados sus ingresos si estuviera satisfecho con el trabajo que realizan. Pero se niegan a cambiar el sistema, a sacrificarse. No se trata de renunciar a la paga de Navidad como gesto de solidaridad con quienes no tienen opción a decidir. Que los ciudadanos perciban que se la han ganado.  El problema es que desde fuera del búnker de los leones, la gente ignora a qué se dedican pero intuye que su labor responde a intereses contrapuestos a los suyos. Porque el descontento no es sólo con el Gobierno, sino también con una oposición amarrada a su pequeña cuota de poder, incapaz de renovarse, ni de ilusionar con acciones que recogan las demandas de la calle. Es también hastío hacía el resto de partidos, a egocéntricas demandas que hoy suenan miserables.

Ya no contestan cuando les preguntas. Sólo si es off the record, si su nombre no va a ser relacionado con sus palabras. “Ahora no puedo”, “¿cómo te voy a contestar a eso?”  o “esto lo hacemos para solucionar la situación” se han convertido en respuesta habitual. Como si hablases con un robot. Seleccione la respuesta A, B o C. No vayan a meter la pata. Cuesta imaginarse a un estadista temeroso de expresar su propios principios, sus ideas, su política. Genera una inseguridad tremenda mirar a los ojos de un ministro y que te confiese que ya han hecho todo lo que está en sus manos, o que los demás partidos comenten contigo lo mal que va todo como si estuvieses en el bar charlando con los parroquianos mientras sueñan con el BCE nos socorra. Más que líderes parecen ciudadanos asustados.

Sienten que el crédito también se les ha acabado pero no saben que hacer. Los últimos cuatro años, desde que empezó la crisis, han resultado una sucesión de medidas económicas inconexas. La ineficacia de la anterior propiciaba la siguiente. No ha existido más estrategía que la del cortoplacismo unido al miedo, miedo a que la improvisación no diera frutos inmediatos. Y como los brotes verdes, si es que alguien más que Salgado los vio alguna vez, no prosperaron y la esperanza en salir a flote se va perdiendo, ahora tratan de contagiar su miedo. “Si no sube la recaudación está en riesgo el pago de las nóminas”, repite Montoro en público. “Os vaís a cargar la democracia y la alternativa es peor”, apuntan en privado como si algunos periodistas tuviésemos una responsabilidad con tan nefasta gestión. Que los lectores se enteren de lo que sucede, es y será siempre la responsabilidad de un periodista. La de gobernar conforme al interés general, la de los políticos sin miedo. ¿Hay alguno en la sala?

Pilar Portero
Tudosis.es

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