lunes, 20 de agosto de 2012

La audacia

Gracias a los jornaleros del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), volvimos a hablar de miseria y de desigualdades. Discutimos la rendida admiración de los medios por los españoles de la lista Forbes. Supimos cómo funciona el oligopolio de la gran distribución. Escuchamos a sus trabajadores hablar no de empleo, sino de explotación. Tal vez esto explique, al menos en parte, que un tercio de los hurtos cometidos en los supermercados los realicen los propios trabajadores. Palabras como robo, ley y orden fueron debatidas, pues según quién las pronuncie ni suenan igual ni tienen el mismo significado.

Gracias a Juan Manuel Sánchez Gordillo, conocimos mejor cómo otra política municipal fue posible. Aprendimos que subvención no tiene por qué ser sinónimo de despilfarro, pues también puede significar inversión en el común. Quienes critican la inversión pública que Marinaleda ha hecho en el campo o en la vivienda callan sobre cómo funcionan los mercados agrícolas de los países desarrollados y cómo las principales multinacionales españolas existen gracias al dinero público.

También conocimos otra forma de indignación. La de quienes se revuelven cuando no se reconoce la hegemonía de la propiedad privada por encima de cualquier otro derecho. Para estas personas la sustracción pública de alimentos para destinarlos a barriadas populares "molesta" más que la violencia sistemática y legal contra los pobres. Al alcalde de Marinaleda le han llamado patán, chusma, charlatán, parásito... Otros le han tratado con paternalismo y condescendencia, condenando antes que nada la ruptura de la legalidad y cuestionando la utilidad de la acción del SAT. En fin, los hay preocupados por la "radicalización" de la protesta y las perspectivas electorales de la izquierda.

Por un lado, ofende la cultura plebeya que encarnan. Cuando recriminan a Sánchez Gordillo que cobre como diputado autonómico lo mismo que los demás diputados (aunque finalmente solo ingrese menos de la mitad), y que aún así afirme que "todo el mundo tiene derecho a vivir bien", en el fondo se están queriendo decir que alguien de su clase no debería ser diputado, y menos aún vivir bien sin ser siervo de otros. Tampoco gusta que hable claro y con sentimientos. Para estos ofendidos, solo hombres y mujeres grises, hombres y mujeres de negro ungidos por la racionalidad técnica deberían ocuparse de los asuntos políticos, no para procurar que "todo el mundo" pueda vivir bien, sino para que solo puedan vivir muy bien aquellos que, según dicte su clarividencia, se lo merecen. Lo primero es populismo y demagogia; lo segundo, "responsabilidad", término convertido hoy en verdadero refugio de canallas.

Por otro lado, de esta chusma, de estos patanes, de estos plebeyos, aterra su audacia. Porque se necesita un mínimo de audacia para salirse de los cauces legales establecidos, los mismos que han secado y alterado para que solo conduzcan a callejones sin salida. La sobreactuación del PP y la incomodidad expresada por otros partidos buscan evitar que haya más atrevimientos. Pero los habrá. Ahora que el régimen se cierra sobre sí mismo, cualquier expresión de descontento que no quiera resultar folclórica acaba siendo ilegal. Cortar una calle, ocupar una plaza, incumplir abusivos "servicios mínimos". Cuando ya no cabe negociación alguna no tiene mucho sentido pedir, solo queda actuar. Como dijo un abolicionista hace tiempo, "es degradante para la naturaleza humana presentar peticiones a los propios opresores" (Robert Wedderburn, 1762-1835).

La audacia es lo que transforma la indignación en acción directa, que puede ser perfectamente no violenta. Quienes califican como golpe de estado la convocatoria para manifestarse y rodear el Congreso de los diputados a partir del 25 de septiembre con el fin de evitar que desmantelen la democracia y exigir que se abra un proceso constituyente, y contraponen la representación al movimiento, ignoran por completo la tradición de la desobediencia civil, que suelen confundir además con la objeción de conciencia. La escritora anarquista y feminista estadounidense Voltairine de Cleyre (1866-1912) ya respondió a críticas similares en su tiempo:
"Si llamo la atención sobre ellas [las acciones que precedieron la revolución americana] y otras de naturaleza similar, es para probar a los repetidores irreflexivos de palabras que la acción directa siempre ha sido usada, y goza de la sanción histórica de la misma gente que hoy en día la reprueba.

(...)

"Y hasta podría afirmar que la acción política nunca tiene lugar, y no es ni siquiera contemplada hasta que las mentes adormecidas primero no hayan sido despertadas por actos directos de protesta contra las condiciones existentes."
Efectivamente, no son las constituciones las que otorgan derechos. Estos siempre se hicieron efectivos primero con acciones (u omisiones, éxodos y fugas) que implicaron algún tipo de transgresión legal. Cuando aquellas son masivas resultan difícilmente sancionables. En este sentido, si algo muestra el afectado moralismo que despliegan los guardianes del orden es el apoliticismo que denuncian en los demás (que sobre todo es rechazo social hacia los partidos políticos). El moralismo también ha sido una tentación ideológica presente en la protesta, en el multiforme movimiento 15M desde sus inicios, pero como era de esperar finalmente son las posiciones más reaccionarias y más apegadas a la representación las que han acabado por hacer bandera con el mismo. Toni Cantó (UPyD) nos da un buen ejemplo con su carta dirigida a Sánchez Gordillo:
"Para salir de esta, prefiero empresarios que crean puestos de trabajo a los señores Gordillos.Esto no es una lucha de ricos contra pobres, como nos venden de manera simplista los Gordillos.
Es un pulso entre honrados y ladrones, entre trabajadores y apoltronados."
Mientras todas las rebeliones populares del último año (desde Egipto hasta Estados Unidos) identificaron el conflicto de clase entre el 1% y el 99% como base de su reflexión, Cantó deforma el significado real del capitalismo (son los Gordillos los que crean riqueza para los empresarios con su trabajo). Como alternativa nos propone una batalla trascendente entre buenos y malos, que él se encarga de definir (honrados, nosotros; ladrones, ellos) al desvincularla de las relaciones de poder existentes. La reducción de la protesta a un gesto moralista no consigue otra cosa que extirparle su carga liberadora y subversiva.

No es fácil ser audaz, es verdad. Por eso hay personas que ensalzamos como héroes y líderes. Es algo que cuesta aprender, mejor si es en compañía. Si ya es difícil serlo en las diferentes facetas de nuestras vidas, para amar por ejemplo, cuanto más en aquella que cedimos a representantes y mediadores que esgrimen el miedo para que evitemos recuperarla. Para que actuemos, nos debe ir la vida en ello, por eso el poder procura profesionalizar y separar la política (nuestra relación con los demás sobre los asuntos de la comunidad) de la materialidad íntima de nuestras vidas, como un espectáculo televisivo. Y el miedo es, claro, el principal obstáculo a batir. "Lo que impulsa a la acción no es un pensamiento sino un sentimiento", afirma el argentino Luis Mattini. Precisamente Mattini se preguntó, en relación con las procesiones sindicales y partidarias de la izquierda de su país:
"¿Qué falta entonces para cobrar iniciativa?

Dicho de otra manera ¿Por qué la izquierda no sale del pozo?

Pues está claro, se puede oler en el aire: falta deseo, por eso se aprecian griteríos, y consignas racionales, trajes vistosos, intentos de murgas, pero muy poca pasión.

Sobra conciencia, sobre todo conciencia de que el deseo nos haga caer en otra Tragedia. Conciencia del riesgo de pagar caro la rebeldía, contra la democracia representativa por la democracia plena.

Dicho de otra manera: sobra miedo, miedo a la Tragedia."
En España, como en Argentina, sabemos bien a qué se refiere
 
Samuel
Quilombo

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