domingo, 30 de septiembre de 2012

La muerte de la democracia y el vendaval ecológico

Hoy, a las múltiples crisis del mundo industrial se agrega otra. Se trata del acta de defunción, empíricamente sustentada, de uno de los pilares de la civilización occidental, pieza clave para la toma de decisiones colectivas en sociedades complejas y baluarte del mundo moderno: la democracia. Hoy, sólo los ilusos o los cínicos pueden seguir creyendo que la institución surgida en la Grecia antigua cumple con los mínimos requisitos de calidad y eficacia que requieren para subsistir las complejas sociedades contemporáneas. En la era del capital corporativo, de los máximos monopolios registrados en la historia, y del uno por ciento dominando al resto, la democracia no sólo ya no funciona como instrumento de toma de decisiones, sino que se ha convertido en el medio que justifica y legitima el contubernio entre los poderes económicos y políticos del mundo. Ello permite y facilita la explotación impía de los ciudadanos del planeta. Los ejemplos recientes de Rusia, Grecia, España, Islandia y México han terminado de revelar el verdadero rostro de una institución que se ha vuelto ineficaz e ilegítima y que es necesario transformar con urgencia.
 
El contrato social establecido entre hombres supuestamente libres e iguales con el propósito de maximizar la libertad, el bienestar y la justicia ha quedado hecho añicos. Los que llaman a reinventar la democracia se quedan cortos ante la evidencia, donde el capital financiero y las gigantescas corporaciones imponen sus mandatos depredadores sobre partidos y gobiernos, no importa su ideología, utilizando la vía electoral para legitimarlos. La violencia que hoy ejercen los poderes sobre los seres humanos y la naturaleza, principal rasgo de la sociedad de riesgo global, halla su justificación en la llamada democracia representativa, la cual usa las tecnologías de la comunicación como instrumentos de control. Pero lo más preocupante es que esta forma de gestión política ya no es útil para enfrentar, desactivar y remontar la amenaza ecológica, que día a día asciende en la escala del riesgo, y que se vuelve una emergencia para todos los miembros de la especie sin distinción de nacionalidad, ideología, credo, cultura e historia. En unas décadas, el 2050, el cambio climático generará colapsos a todas las escalas, mientras 9 mil millones de seres humanos exigirán ser alimentados, educados, cobijados y dotados de salud, agua, aire y energía.

Frente a ello las comunidades humanas reaccionan absteniéndose de participar, e inventando desesperadamente otras maneras de decidir y consensuar. Las revueltas, sorpresivas e impredecibles, ejemplifican ese desdén por la vía electoral. La democracia representativa ha reducido al mínimo la obligación política del Estado frente a los ciudadanos y ha maximizado los deberes civiles ante el poder estatal, tales como el pago de impuestos, la sujeción a las decisiones centralizadas del Estado, la pérdida de control sobre derechos, territorios y recursos. Hoy comienzan a surgir, por fortuna, en la discusión teórica y en los movimientos sociales, nuevas formas de realizar la toma colectiva de decisiones. La falla nodal del sistema democrático actual es que la supuesta representatividad de los elegidos por el voto, mediante partidos políticos que supuestamente representan diferentes posiciones e ideologías, pierde todo significado cuando se coloca en el espacio real de los territorios. ¿Qué argumento justifica que el poder político altamente centralizado y reducido a unos cuantos cientos o miles de representantes decida el destino de millones de seres humanos? Como sucede en esta fase corporativa del capital, el monopolio político se autoasigna atributos que exceden los límites tolerables de las comunidades humanas. Mientras tanto, en el espacio real, a cada escala donde se reconoce la existencia del metabolismo entre los conglomerados humanos y la naturaleza, las mafias políticas representadas por el Estado y los partidos atentan permanentemente contra los ciudadanos y su cuerpo orgánico o ambiental, es decir, ponen en riesgo la existencia de la especie humana y del mundo natural.

Frente al modelo anacrónico de la democracia, que privilegia y aun circunscribe toda la práctica política a la escala nacional, hoy surgen nuevas formas de decisión colectiva de diferentes escalas, y en donde la defensa y gestión de los territorios, y todo lo que contienen, se vuelve el marco central de referencia. Así surgen formas de democracia participativa, directa, popular y autogestiva, modos de autogobierno, redes sin jerarquías pero bajo control ciudadano, que anuncian un modelo general alternativo, aún sin nombre, que requiere de una construcción conceptual. Estas novedades crecen y se multiplican por todos los rumbos, a la espera quizás de dar el salto hacia delante que se necesita: desconocer de facto el régimen nacional y constituirse en territorios liberados e independientes que pasen a formar confederaciones, ya no países, sin importar su localización o tamaño.

Que la democracia es obsoleta es una tesis comprobable en varias partes del mundo, donde destaca el caso mexicano. Hoy hay que aceptar que tras 30 devastadores años, el neoliberalismo es imposible de detener por la vía de los votos, aun cuando el partido ganador han sido los abstencionistas (39 por ciento). En México, la democracia ha instituido un presidente sicópata, otro alcohólico y otro más delincuente, en los últimos 12 años, sin que los ciudadanos podamos revertir o modificar tales situaciones. El aparato ha vencido, y lo más grave de todo es el vendaval que viene: el país, como el resto de los estados, deberá enfrentar y resolver las diversas amenazas de la crisis ecológica global (sequías, inundaciones, huracanes, derretimiento de glaciares, falta de agua para generar alimentos, contaminación de mares, costas, ríos; alimentos tóxicos, agotamiento de suelos, deforestación, aumento súbito de enfermedades, sustancias venenosas). Estas amenazas toman cuerpo en territorios concretos, a escalas precisas, donde o los ciudadanos toman decisiones por ellos mismos o sucumben, pues el Estado ha quedado rebasado. Ese ha sido el caso de Cuetzalan, la Montaña de Guerrero, Cherán, el amplio territorio de Wirikuta, Tepoztlán, el Chiapas zapatista, cientos de municipios en Oaxaca. A ello me referiré en un próximo artículo.

Victor M. Toledo
La Jornada

martes, 25 de septiembre de 2012

#25S. Imagen


25S
Fuente: Reuters
La democracia rodea a la represión

El #25S ha triunfado

Apenas nadie parece haberse dado cuenta. Esperan a poder contabilizar manifestantes. Unos para relatar la épica de la desobediencia civil y otros para alabar como éxito el amedrentamiento y la represión que se vienen aplicando. Ojalá seamos muchos, muchísimas en las calles. Pero me temo que nunca bastaremos.

Unos dirán que éramos decenas de miles y otros que, apenas unos centenares. Los primeros cantarán victoria por los “desbordamientos” de la multitud y los segundos por la siempre ejemplar contención de la policía.

Me temo que nadie agradecerá a la Plataforma ¡En Pie! y a la Coordinadora del 25S sus enormes logros. Los han conseguido y brindado a toda la sociedad, como corresponde a un movimiento social en toda regla. Señalo siete y me quedo corto.

(1) Gracias por desmarcarse de las operaciones fascistas que ya clamaron ante el Parlamento sin capacidad de convocatoria alguna. Tanto éxito ha tenido el desmarcaje del golpismo, que Cristina Cifuentes, Delegada del Gobierno en Madrid, alude a la presencia de nazis infiltrados. Con su ayuda estaremos más seguros. Nadie mejor que ella y gente de su partido para revelar la identidad de los ultras y apartarlos preventivamente de nuestro recorrido. Lo hacen con los hinchas. ¿Podrían hacerlo en nuestras próximas convocatorias? ¿Y legalizarlas aunque no lo hayamos solicitado, como con el 25S?

(2) Gracias, porque lo anterior ha arrebatado a la (extrema)derecha el monopolio de la crítica frontal al Régimen de la Transición. El turnismo pactado entre el PP y el PSOE o el fruto de sus mayorías absolutas son criticados ahora como rasgos antidemocráticos. Como solución se pide más democracia. Se impugna el desmantelamiento del muy precario Estado de Bienestar y la precarización de la fuerza de trabajo que comparten ambos partidos. Y se critican los giros pendulares que impiden la continuidad de políticas centrales para una sociedad (sanidad, educación, organización del estado…). Por mucho que lo sigan intentando, Tejero nunca más servirá de mordaza para ahogar las críticas estructurales del Régimen que padecemos.

(3) Gracias por exigir la dimisión de un Gobierno que ha incumplido todo su programa electoral. La rendición de cuentas y el cambio noviolento de los gobiernos falaces son dos rasgos esenciales de los cargos democráticos. El tercero, la receptividad a la ciudadanía, habrá que exigírsela y ganársela a los siguientes gobiernos. Llevan año y medio acosando como antisistema a un 15M que recaba las simpatías de siete de cada diez votantes. Pero a partir del 25S saben que podrían caer con la resistencia y la desobediencia noviolentas de la población a la que han traicionado.

(4) Gracias también por exigir un nuevo contrato social y normalizar la demanda de un proyecto constituyente que renueve esta democracia. Por primera vez en nuestra historia la Constitución muestra sus costuras y esta vez las hacen saltar los demócratas y no los fascistas. Es la ciudadanía la que quiere participar, con nuevas reglas de juego. La única reforma de la Constitución ha sido unilateral y puntualmente adoptada por el bloque político gobernante: para anteponer las cuentas del Estado al bienestar, las finanzas a los derechos sociales. Por eso, el 25S hará llegar sus demandas como peticiones al Congreso.

Escojan el formato para enviarles sus peticiones a sus señorías. Pueden cambiar el disco de esta democracia (se propone lanzar discos voladores) y/o presentar un escrito a favor de un Parlamento 4.0: siempre complementario y simbólico, reflejando lo que votaría la población en caso de contar con una ley electoral proporcional. Solo como referencia, para evidenciar su distancia y encastillamiento. Si no les atienden, habrá sido la Administración la que incumpla con la constitución. Habrá quedado claro, otra vez, que después de votar la ciudadanía no puede pedir nada, menos aún exigir.

(5) Gracias, una vez más, por haber abierto la convocatoria y haber reformulado los lemas y la estrategia para hacerlos más inclusivos. De “tomar” el Congreso se pasó a “ocuparlo” y de ahí a “rodearlo” y, por fin, a “rescatarlo”. Ni hacerse con el poder, ni ocuparlo temporalmente, ni someterlo siquiera a un ultimátum. “Rescatarlos”: a ellos, a los parlamentarios que ocupan sus escaños presos de la disciplina de partido y de los Consejos de Administración. El proceso constituyente se ha iniciado en forma de “cumbres sociales” de sindicatos, “congresos” de partidos o surgimiento de plataformas, posibles embriones de Siryza en los próximos comicios autonómicos. Representantes de partidos y sedes parlamentarias acudirán a las concentraciones. Jueces por la Democracia, semillero de ministros y hasta de una vicepresidenta, ha salido en favor de los manifestantes. Hacen faltan más auto-inculpaciones y más equipos jurídicos de partidos y sindicatos, en reciprocidad con el apoyo que han recibido del 15M, para que la democracia viral pase de la calle a las instituciones

(6) Gracias porque el diálogo y la movilización con base digital han abierto el código democrático otra vez. El anonimato inicial de la convocatoria, por miedo a la represión, y los recelos que despertaba se han superado poniéndole mil voces y presentando otras tantas caras. Así ha resultado más plural e incluyente. El centralismo se ha eliminado multiplicando las sedes políticas a “rescatar”, al sumar parlamentos autonómicos y ayuntamientos. La retórica ha pasado de una “batalla final” a iniciar un proceso de cambio estructural. No por imparable será rápido. Les tomó muchos años arrebatarnos la democracia. Nos llevará también muchos recuperarla y reinventarla.

Pero no se preocupen hace tiempo que estamos en ello. Nunca Máis demostró que había que limpiar más despachos que playas. El 13M que la España de 2004 ya no era la de 1981 y que la gente esta vez salía a parar el golpismo mediático que quiso dar Aznar. V de Vivienda denunció la buburja que hoy nos asfixia. El 15M recuperó e innovó todas esas experiencias, las aliñó con más tecnopolítica digital y echó raíces en el tejido social contra los ajustes.

(7) Gracias, en fin, por no haber amenazado al 15M arrogándose su nombre. Se han evitado rupturas y escisiones que el bloque de poder explotaría a su favor. El 15S y el 25S, sumados, podrían perfilarse como dimensiones distintas de un mismo artefacto político-social novedoso e innovador. El 25S ha sacado al 15M de las “atmósferas” y los “climas” que lo entendían como “contra-hegemonía” (un cambio cultural y ético, no tanto de poder político-económico, para que se entienda). El movimiento de consenso, expresivo y de largo aliento, se completa con el de protesta que logra impactar el curso político. Ante la agresión y la represión de las políticas públicas actuales no bastan la auto-exaltación exhibicionista ni la parodia autocomplaciente. Esto último parece ser lo único que aprendieron los sindicatos mayoritarios con su convocatoria del 15S. ¿Quién se acuerda de que exigían un referéndum? A lo mejor pueden improvisar un Bloque Crítico en las siguientes (auto)convocatorias ciudadanas. Por coherencia y por reciprocidad al apoyo recibido, digo.

Ojalá seamos muchos, muchísimas quienes acompañemos el 25S. Conste que cualquiera que sea nuestro número, acudiremos porque hemos recuperado la protesta pacífica como derecho cívico que se ejerce y que obtiene reconocimiento (no permiso) administrativo. Porque la crítica a la Transición y a la Constitución ya no hacen el juego a la derecha; al contrario, denuncia su uso patrimonialista, casi guerracivilista, del patriotismo constitucional. Porque la reforma constitucional ya no se limitará a procesos federalizantes (la escapada electoral de las elites regionales y la coartada socialdemócrata). El nuevo contrato social deberá recoger la voz de los dos tercios de ciudadanos actuales que no pudieron votar el texto de 1978. Y porque, aunque no se les reconozca cuando cuajen, de todo esto y para entonces habrá nacido una nueva institucionalidad y contaremos con más espacios de auto-organización y autonomía ciudadanas.

Víctor Sampedro
Catedrático de Opinión Pública y Comunicación Política en la Universidad Rey Juan Carlos
Público.es

lunes, 24 de septiembre de 2012

#25S

 
25S 
Rodea el Congreso


En Murcia 19h Delegación del Gobierno

El 25S en sus límites: el ajedrez y el go #25S

Nos acercamos, peligrosamente, a la fecha anunciada. El 25S, desde antes del verano, se había convertido en un símbolo. Si las asambleas del 15M habían permanecido centradas en la Puerta del Sol, centro histórico de Madrid, siempre, salvo alguna breve incursión, se mantuvieron prudentemente alejadas del muy cercano Congreso de los Diputados. El 15M respetaba así un tabú: por mucho que afirmase que al régimen actual "lo llaman democracia y no lo es", y que los diputados y gobernantes "no nos representan", evitó cuidadosamente un enfrentamiento directo con el símbolo de la "representación del pueblo". Por un lado, no ignoraban las asambleas y comisiones del 15M que gobierno y parlamento son instrumentos de un poder de clase, y que por consiguiente, gobiernan y legislan en favor del 1%. Tampoco ignoraban que ese gobierno y esa actividad legislativa favorables al 1% se ejercen "en nombre del pueblo". La representación moderna, en efecto, hace al pueblo, lo constituye unificando a los múltiples individuos bajo un mando. No hay pueblo sin representación y sin mando, no hay pueblo sin exclusión de la vida política de los individuos que componen la multitud objeto de gobierno. El pueblo es la multitud representada, unificada, sustituida por una figura unificada (el "pueblo") y sometida a un mando. EL 15M, aun habiendo entendido esto en buena medida, no llegó a traducirlo a la práctica, no llegó a comprender hasta las últimas consecuencias que el parlamento que sustituye y manda a la multitud, que la priva de existencia política, no puede ser un interlocutor para sus reivindicaciones. Los iniciadores del 25S, primero como propuesta anónima y clandestina, luego como asamblea abierta y transparente, comprendieron bien esta limitación del 15M que se traduce en términos de geografía urbana madrileña en la imposibilidad de atravesar el muro imaginario -y últimamente también material y represivo- que separa a la multitud y su proyecto constituyente de la institución central de la vieja legitimidad capitalista representativa que el propio movimiento cuestiona con su propia existencia y con sus acciones.

A pesar de la intensa campaña de descalificaciones contra la iniciativa del 25S, a pesar de la intimidación por parte del aparato represivo del régimen de las personas más visibles en su promoción y organización, que ya se ha traducido en detenciones e identificaciones e incluso en actuaciones judiciales, habrá probablemente mucha gente el 25S alrededor del Congreso. Es mucha la indignación existente, mucha la voluntad de romper con el poder existente, mucha también, debido al paro masivo generado por la crisis-saqueo, la gente disponible para manifestarse un martes en horario laboral. Esto es lo probable, pero no se puede adivinar qué efectos tendrán la intimidación y la represión sobre el nivel de resistencia de la población. Por esto mismo, no hay que dramatizar si no hay mucha participación. A pesar de las intenciones, sobre todo iniciales, de los promotores del 25S, centradas en la disparatada idea de una "toma", "toma del Congreso",o incluso de una "toma del poder", lo que está en juego el 25S no es nada de eso. Las asambleas que han tomado en sus manos con valor cívico y transparencia la organización del 25S han pasado de la terminología de la toma a la del asedio, de la del asalto a la del agotamiento del adversario. Ya no se trata de dar "jaque mate" al régimen, de escenificar como se hace en el ajedrez un enfrentamiento decisivo que pone término a la partida. Este enfrentamiento decisivo nunca tendrá lugar, pues jamás habrá un asalto al parlamento ni ninguna toma del poder. De lo que se trata el 25S, no es de tomar el Congreso, sino de mostrar que ya ha sido tomado y que lo ha sido por fuerzas que nada tienen que ver con la democracia como son la banca y, en general, el capital financiero. La partida ya no puede ser una partida de ajedrez, sino una partida de otro juego que no pertenece a la tradición occidental, el "go".

Existen dos maneras fundamentales de concebir la guerra: de manera muy resumida pueden calificarse como la clausewitziana y la taoista. La primera deriva su nombre del gran estratega prusiano Carl von Clausewitz, autor de un clásico tratado "De la Guerra" (Vom Krieg). Si Napoleón, afirmaba que "nada deseo más que una gran batalla", Clausewitz sostenía en un artículo de 1805 sobre la estrategia del general Von Bülow, que "la estrategia no es nada sin la batalla, la batalla es la materia bruta con la que trabaja, es su medio de acción". Esto es hasta tal punto cierto que Clausewitz comparará en De la Guerra (Libro I, capítulo 2) la batalla final con el ajuste de cuentas comercial por el que concluye una trasacción: "La decisión mediante las armas representa para toda operación de guerra, sea esta grande o pequeña, lo que el pago en efectivo representa en las transacciones financieras". A esta doctrina, aún hoy dominante en Occidente se contrapone la doctrina taoista cuya más famosa exposición se encuentra en el tratado El arte de la guerra del general y filósofo chino Sun Tzu (siglo VI aC), aunque ya importantes elementos de ella se encuentran en el Tao Te King de Lao Tzu (siglo VI aC). En este último libro, el principal del canon taoista, se afirma a propósito de la guerra: "El arte militar enseña: «No debo empezar primero, tengo que esperar. No debo atacar avanzando siquiera una pulgada, sino que, por el contrario, me alejo un pie. Esto se llama actuar sin acción, vencer sin violencia. En este caso, no habrá enemigo y puedo evitar malgastar fuerza.¡No hay peor desgracia que odiar al enemigo!

¡Odiar al enemigo es el camino que lleva a la pérdida de mi más precioso Tao! Así que, las batallas las ganan aquellos que las evitaron." (Tao Te King §69). Sun Tzu, en su tratado sobre la guerra sostendrá asimismo que "Generalmente, la mejor política en la guerra es tomar un estado intacto; arruinarlo es inferior. Capturar el ejército enemigo entero es mejor que destruirlo. Tomar intacto un regimiento, una compañía o un escuadrón, es mejor que destruirlo. Conseguir cien victorias en cien batallas no es la medida de la habilidad: someter al enemigo sin luchar es la suprema excelencia.
De este modo, lo que es de máxima importancia en la guerra es atacar la estrategia del enemigo. Lo segundo mejor es romper sus alianzas mediante la diplomacia. En tercer lugar viene atacar a su ejército. Y la peor de todas las estrategias es atacar ciudades." (Sun Tzu, El arte de la guerra, Capítulo 3). Lo que nos enseña la doctrina taoista es una guerra que evita la batalla y la destrucción, en la que la victoria es el resultado de la capacidad de anticipación y de la flexibilidad, una guerra en la que el ejército vencedor es el que mejor emula al agua: "Ahora, un ejército puede ser semejante al agua, pues al igual que el agua que fluye evita las alturas y se dirige al llano, un ejército debe evitar la fuerza y atacar sobre la debilidad. Y al igual que el agua fluye y toma forma de acuerdo con el terreno, así un ejército se dirige a la victoria de acuerdo con la situación del enemigo. Igual que el agua no tiene una forma constante, no hay condiciones constantes en la guerra. Al que es capaz de conseguir la victoria modificando sus tácticas de acuerdo con la situación del enemigo, bien puede llamársele divino." (Ibid. Cap.6).

Dos juegos, el ajedrez y el go ejemplifican estas dos maneras de entender la guerra -y la política. El ajedrez persigue, como se sabe, la muerte del rey, el jaque mate (del árabe "Shah mata": el emperador (Shah en persa) ha muerto). El objetivo del ajedrez es llegar a una batalla última y decisiva en que, liquidando al rey, se tome el lugar del poder. En el go, en cambio, el objetivo es el siguiente:
" hacer más puntos que el contrario. Los puntos se consiguen cercando territorio (intersecciones) en el tablero con las piedras propias o capturando las piedras del oponente." La partida concluye de esta sorprendente manera: "Cuando los jugadores no encuentran ninguna jugada que aumente su territorio, reduzca el de su oponente, o capture algunas piedras, pasan su turno, cuando los dos pasan consecutivamente la partida ha terminado y se procede a contar los territorios de cada uno." A diferencia del ajedrez, no hay enfrentamiento decisivo, sino que todo el juego consiste en reducir el territorio y la movilidad del adversario sin llegar a destruirlo, aumentando al mismo tiempo el territorio y la movilidad propios.
 
Cuando el poder se entiende como relación, nunca hay una jugada definitiva, ni una toma del poder. Una relación no se "toma", sencillamente porque, a pesar se siglos de ideología teológico-política que ha pretendido en Occidente lo contrario, el poder no es una cosa. Como nos enseñan el juego del "go" y la propia realidad la única realidad del poder es la correlación de fuerzas. No hay nunca ningún poder absoluto, ni ningún poder sustancial. Creo que hay que liberarse de algunos de los fantasmas sustancialistas que envuelven la percepción del 25S y de los que la izquierda sigue presa. Que el poder los tenga es perfectamente comprensible, pues él juega a ese juego: que el poder es algo que ellos tienen y que amenazamos con quitarles. No hay mejor prueba de que el poder vive en ese fantasma que la absurda jaula con que está rodeando ahora mismo el Congreso de los diputados, cercándolo del mismo modo que los ricos de los países pobres protegen su propiedad mediante murallas, vigilantes y cámaras.
 
Para ellos el poder es un bien que puede y debe protegerse del asalto de quienes no lo tienen, a costa incluso de quedar presos de sus propios recintos y dispositivos de seguridad. Del lado de la población que se rebela frente al régimen, se entiende menos que persista esa creencia en la sustancialidad del poder, pues de la población -de nosotros- depende que el poder exista. El poder sólo existe por la reproducción de nuestra obediencia a una minoría que ejerce el mando. El poder existe gracias a la obediencia. Desde este punto de vista, no hay poder que tomar, sino una relación de poder que puede y debe modificarse para debilitar e incluso disolver el mando. Esta acción sobre la estrategia del adversario ha venido desarrollándose desde el 15 de mayo de 2011 y seguirá después del 25S, hasta la caída del régimen. Un régimen no se destruye en un sólo día mediante un ataque frontal, se mina desde dentro de su relación constitutiva mediante la desobediencia y la autoorganización. Como en el asedio de Jericó, habrá que dar muchas vueltas alrededor del Congreso, evitando cuidadosamente los enfrentamientos decisivos a los que -probablemente- nos invite el propio poder, hasta que este caiga atronado por las poderosas trompetas de la indignación masiva. En Portugal, la última jugada de la partida de go, ha dado sus primeros resultados. Sigue la partida, sigue el cerco del adversario hasta que este se disuelva igual que un mal sueño se disipa con el despertar..
 

 

domingo, 23 de septiembre de 2012

Del #15S al #25S

Decenas de miles de personas recorrieron las calles de Madrid este 15 de septiembre. En medio de un cruce de caminos de mareas, territorios y sujetos organizativos, se presentó la gran apuesta del sindicalismo mayoritario a fin de frenar la sangría de derechos y el expolio de los bienes comunes que sufrimos. Se propone un programa de movilizaciones que recuerda a la lógica aristotélica que se da en los institutos. El mejor de los escenarios: si A  (convocatoria de un referendum vinculante) entonces B (los españoles se opondrán a los recortes y el gobierno tendrá que recular), si no NO A igual a C (convocamos Huelga General) para conseguir B (caida del gobierno).

En paralelo al cálculo lógico los telediarios se hacen eco de un aniversario muy especial. Este mismo #15S además de cumplir años Leticia, se celebra el 5º aniversario de la caida del Lehman Brothers el principal banco americano coresponsable de hinchar la burbuja inmobiliaria internacional. Después de cinco años, ninguno de sus directivo ni de sus principales accionistas ha sido siquiera juzgado. Sin ánimo de repasar una historia que conocemos muy directamente, no está mal acordarse de que aquel 15s también pinchó la burbuja inmobiliaria española, lo que dio comienzo a la crisis económica, colofón final de un modelo im-productivo fundado en el crecimiento de los activos financieros y en la extracción social de la riqueza a través de la especulación y la destrucción de los viejos derechos asociados al Estado del bienestar.

Han sido cinco años en los que se ha producido una alternancia de partidos en el gobierno del Estado, bastantes cambios en el poder autonómicos/local, pero ninguno en el sindical. De ahí que sorprenda que, después de haber seguido en primerísima fila las consecuencias de varios años de ahorro como dogma de fe, se presente su “gran reto” para los próximos meses: la convocatoria de un referéndum. A ver si lo entendemos, después de cinco reformas financieras, al menos dos laborales, de pensiones, de IVA, de recorte de derechos fundamentales, cambios en la constitución, venta de activos… ¿Qué es exactamente lo que votaríamos en un referéndum? ¿Lo que hizo el PSOE, lo que ha hecho el PP, o a lo mejor es que se han pasado definitivamente al lado del #15M y promueven un referendum a las políticas de concertación del PPSOE?

En este contexto, ¿todo está perdido? No. Ni mucho menos. El próximo 25 de Septiembre diversos espacios sociales, colectivos ciudadanos, asambleas de barrio, etc., se han organizado en torno a la @coordinadora25S que, en cooperación con la “Plataforma En Pie”, llaman a la rodear el Congreso de los Diputados exigiendo la dimisión del gobierno y la puesta en marcha de un nuevo proceso constituyente. Una apuesta que en los últimos días ha provocado ya dos reacciones de evidente pánico en delegación del gobierno. La primera: la detención de 4 personas durante el 15S por llevar una pancarta que convocaba al 25S. La segunda: el día siguiente, domingo, dos furgonetas de antidusturbios irrumpieron en la reunión que la Coordinadora 25s, e identificaron a todas las personas reunidas allí para preparar la convocatoria de forma pública y transparente.

Estas dos acciones han conseguido el efecto contrario al deseado por delegación de gobierno y el Ministerio de Interior, ni el miedo ante la convocatoria ha crecido, ni el discurso sobre las formas de hacer se ha modificado un milímetro. Se trata de rodear el congreso, permitir la entrada y salida de los diputados, resistir sin caer en provocaciones, mantener la presión hasta que caiga el gobierno, y dar comienzo al proceso constituyente.

Antes bien, la convocatoria ha ganado visibilidad y legitimidad.  El 25S es, como la propia coordinadora 25S afirma, «una oportunidad para rescatar la política de la clase política», ejemplarmente representada por el bipartidismo y por el secuestro de la democracia y de la propia Constitución, cada vez más sometidas a las leyes del capitalismo financiero. El 25S puede romper (o desequilibrar de forma muy severa) un primer eslabón de la cadena de mando de la Troika y obligar a una redefinición de las normas del juego.  Y no estamos solos, nuestros vecinos portugueses también estan iniciando un proceso similar. El pasado 15S rodearon el Congreso con intención de expulsar al gobierno troikista y anular el memorandum.  Este viernes 21 irán al Palacio del presidente.

En definitiva, se trata de elevar la apuesta colectiva, apostar por la política, esto es, aquella que se hace desde el común, desde las redes y las plazas. Y apostar por la potencia que ya tomara las calles el 15M y el pasado 19J.

Madrilonia.org

Derechos o barbarie

Esta época es la de la mayor liquidación de derechos sociales de la población mundial. Pero esa aniquilación de derechos  es además parte de una escabechina mayor. Todo estalló tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, que le vino de perlas a la minoría dominante para sus planes de molición, y ya en 2006 Josep Ramoneda denunciaba que “la guerra contra el terror se ha llevado por delante los valores de la libertad individual, de la capacidad de todos y cada uno de pensar y decidir por uno mismo”. Porque el antiterrorismo se convirtió en el supremo pretexto que engendró nuevas leyes que permitieron cargarse los derechos cívicos y políticos: que se pudiera detener sin garantías a cualquiera por meras sospechas y mantenerlo encerrado indefinidamente, entre otras atrocidades, además de recortes a las libertades de expresión, reunión, participación política… Nuevas normas establecidas de norte a sur y de este a oeste que eran y son una burla del estado de derecho.

Y ocho años después, The New York Times revela que Barak Obama se reúne con altos funcionarios para decidir qué terroristas, presuntos terroristas o “combatientes enemigos” serán asesinados por drones (aviones bombarderos no tripulados) en Afganistán, Yemen, Pakistán, Somalia o Sudán. De momento solo en esos países. Los asesores de Obama reconocen que el presidente estadounidense tiene una reunión “antiterrorista” todos los martes para designar qué personas serán ejecutadas en nombre de la lucha antiterrorista. Hasta hoy, Estados Unidos ha perpetrado 268 ataques de drones. Según The Guardian, desde 2004 los drones han ejecutado más de 2.400 personas de las que más de 800 eran civiles y, de éstos, 175 niños. Estados Unidos tiene desplegados 7.000 drones.

En marzo se publicó el informe del Relator Especial de Derechos Humanos de la ONU, Christof Heyns, sobre ejecuciones extrajudiciales y arbitrarias. Una denuncia lo inadmisible de los asesinatos selectivos, porque cualquier gobierno, con el pretexto de la lucha antiterrorista podría matar a cualquier persona en cualquier lugar si el antiterrorismo fuera un justificante que pudiera estar por encima de los derechos humanos. Que no lo está.

Inaceptable porque, con acciones como las ejecuciones por drones, los gobiernos se convierten en fiscales, jueces, jurados y verdugos. Inaceptable porque la acción homicida de los drones aniquila los derechos humanos de presunción de inocencia, juicio justo por tribunal imparcial y defensa. Y los derechos humanos no son de quita y pon. Siempre están vigentes.

Además, Human Rigths Watch ha denunciado la condescendencia y tolerancia de Estados Unidos y la Unión Europea con Estados autoritarios disfrazados de democracia y estados que violan gravemente derechos humanos. Estados como Rusia, Pakistán, Bahrein, Jordania, Irak, Nigeria, Rusia, China Tailandia, Colombia, Etiopía, Arabia Saudí, Vietnam o Israel. Por no recordar, como ha denunciado Nuno Vieira, presidente del Consejo Europeo de Medicina Legal y asesor de la ONU, que también ocurren cosas terribles en países democráticos y que casi ningún país puede decir que no aplica tratamientos crueles a detenidos ni que es ajeno a la tortura.

Mientras tanto, continúan el sufrimiento y empobrecimientos de las clases asalariadas europeas. En Europa crece la pobreza y aumentan las personas que deben elegir entre una comida al día o caldear la casa, pagar la hipoteca o comer. En 2009 ya había en la Unión Europea más de 115 millones de personas pobres (23% de la población), cuando en 2007 eran 85: en dos años, 30 millones de pobres más. Y además, esos pobres son más pobres. Pero los gobiernos europeos continúan con sus políticas suicidas de recortes presupuestarios que son como cerrar hospitales en una guerra.

Violación sistemática de derechos cívicos y políticos, violación sistemática de derechos sociales y económicos… Esta es una época de barbarie hipócrita, de violación sistemática y sistémica de los derechos de la inmensa mayoría.

Lo inaudito e insoportable es que la casi totalidad de los 196 estados del mundo han firmado y ratificado la declaración de derechos humanos; lo que significa que ésta los obliga. Una declaración que afirma que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Una declaración que de ningún modo puede ser jamás papel mojado. O la barbarie se habrá instalado en el mundo para no dejarlo nunca.

La ciudadanía tiene la respuesta.

Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor
Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
 

sábado, 22 de septiembre de 2012

10 razones para ir el #25s

1. Porque la situación se ha vuelto intolerable y las políticas de austeridad sólo ahondan más y más en la recesión y la depresión económica. Como ha sucedido con todos los países donde se han aplicado las medidas de austeridad, la situación económica no ha dejado de empeorar. España está, gracias a las imposiciones políticas de la UE, en una situación de depresión económica con cerca de seis millones de parados y sin ninguna expectativa de mejora en un panorama de creciente endeudamiento provocado por el pago de los intereses de una deuda ilegitima que no sirve más que para alimentar el beneficio de los agentes financieros a costa de nuestros derechos sociales  Esto no es igual para todo el mundo, por ejemplo, en el tercer trimestre de 2012, mientras los salarios, fuente de renta de la mayoría de la población, sufrían la mayor caída de los últimos años, los beneficios empresariales subían un 3%. Esta es la tónica general desde que comenzó la crisis, todo un éxito para las políticas del 1%, que a fin de cuentas buscan esto: la intensificación del saqueo al 99%.

2. Porque el gobierno no sólo es cómplice de esta situación, sino que es incapaz de la más mínima autonomía respecto a los dictados de la UE, del gobierno alemán y de los intereses financieros. Si no lo evitamos, la única política que va a seguir este gobierno en el futuro va a consistir en profundizar aún más las crisis económica y social mediante un programa intensificado de privatizaciones y recortes. Recordemos que la economía española está intervenida desde, al menos, el verano de 2011y sometida a un rescate escalonado de intensidad creciente en el que las operaciones de “alivio” de la carga de la deuda implican contrapartidas, recortes y privatizaciones, que eliminan sin contemplaciones derechos sociales que ha costado décadas conseguir. Ya que sabemos que este es el único plan, no queda más opción que deshacernos de este gobierno.

3. Porque dentro del actual ordenamiento político no hay ninguna alternativa institucional  creíble que sea capaz de devolver a la población la más mínima capacidad de decisión sobre la actual coyuntura. Ni el PSOE, ni IU, ni UPyD, ni desde luego ninguna de las formaciones nacionalistas en sus respectivos territorios pueden, ni podrán hacer nada que no sea parecido a lo que hace el gobierno. Y esto no sólo porque las enormes tasas de corrupción, burocratización y deterioro ético de la mayor parte de la clase política, sino porque el actual ordenamiento constitucional impide y dificulta la democracia real.

4. Porque el 25S apunta precisamente al gobierno y al actual ordenamiento constitucional de 1978 como la  clave política que impide el ejercicio de la democracia por parte de la población. Un régimen, apoyado en sus principales partidos políticos, que lleva, al menos, tres años gobernando abiertamente contra los intereses de la mayoría de la población no tiene la legitimidad mínima para seguir regulando la vida política. Los años que han pasado desde el comienzo de la crisis han dejado claro que este no es un problema de uno u otro partido sino la crisis terminal de un modelo de toma de decisiones en el que sólo cuentan los intereses del 1%.

5. Porque obtener o abrir la posibilidad de un proceso democrático pasa por hacer cada vez más inviable e ilegítima la capacidad de acción del gobierno.  En estos momentos el gobierno español es una mera marioneta en manos de los poderes financieros europeos dirigidos por Alemania. Su única función es encajar los golpes producidos por el malestar social que generan las autodestructivas políticas de austeridad auspiciadas por la troika. Si este gobierno es un mero intermediario, que deje de entorpecer. Si la crisis es Europea queremos decir directamente a Alemania, a los mandos de la UE y a los poderes financieros que no debemos y no pagamos.

6. Porque la única alternativa viable a la crisis y a la dictadura de las finanzas y a la miseria  ética de la clase política es propiamente la democracia, la sustitución del actual ordenamiento político, la destitución de la actual clase política y la apertura de un amplio proceso de discusión ciudadana que de pie a la fundación de una nueva «República», y que llamamos «proceso constituyente». Cuando los mecanismos de representación existentes han dejado de tener legitimidad y el sistema de partidos se derrumba progresivamente, no queda más remedio que recuperar nuestra capacidad para hacer política en común y abrir un proceso amplio en el que podamos decidir cómo vamos a vivir juntos, que tipo de sociedad y de economía queremos.

7. Porque sin afrontar un reto político como el que señala el 25S será imposible empezar a dar ni un sólo paso en este proceso de democratización real de las instituciones. Porque sin una quiebra desde abajo del actual ordenamiento constitucional no hay espacio alguno para proceso constituyente. Por eso la convocatoria del 25S ha tenido tanta resonancia, porque apunta al centro de un régimen político marchito y decadente del que no queda ya esperar nada.

8. Porque no debemos tener miedo a lo que venga después de la caída del gobierno actual. La situación más probable apunta a que después de este gobierno, vendrá uno de concentración nacional o un gobierno técnico con distintos grados de tutela europea. En ese caso, podremos decir que hemos liquidado el bipartidismo, ese sistema en el que el malestar generado por un gobierno se convierte automáticamente en apoyo al partido de la oposición y que, con el campo más despejado, nos enfrentaremos en una escalada de nuestro poder democrático a los verdaderos poderes, Alemania y los mercados financieros. El «proceso constituyente» no puede pasar sólo por la mera discusión democrática,  por la redacción de una nueva constitución entre muchos, si no todos, sino que habrá que imponerla a aquellos, también a nivel europeo, que no quieran aceptarla, provocando un cambio efectivo a escala continental del que se beneficiaran otras poblaciones europeas sometidas al mismo régimen de saqueo y dominio financiero que nosotros.

9. Porque la alternativa al 25S o a cualquier otro reto político de similares características que se plantee a futuro, es el impasse, bien de la mano de las grandes concentraciones orquestadas por los sindicatos, bien de las grandes concentraciones que sepamos organizar por nosotros mismos. Como sabemos por otros casos semejantes al nuestro como el de Grecia, el tiempo que pasa sin una respuesta democrática al saqueo, es tiempo en el que la desposesión financiera, los recortes y las privatizaciones avanzan. Realmente no podemos permitirnos que esta situación de dictadura de los mercados dure mucho más. En cualquier caso, habrá que admitir que la sola denuncia por  multitudinaria que sea no va a modificar el régimen político, y que sólo tumbando a sus administradores (los gobiernos) será posible avanzar en esta dirección.

10.   Porque tenemos la capacidad colectiva para hacerlo. Porque la política ha empezado a estar en nuestras manos y ahora no vamos a dejarla escapar. Porque el 25S nos coloca un gran reto organizativo que nos obliga a profundizar en las líneas abiertas el pasado 15M y la explosión colectiva del 19 de Julio. Porque sabemos que tenemos los medios, la confianza colectiva y la determinación. Porque no hemos terminado lo que empezamos el pasado 15 de Mayo. Porque solo podemos ganar.

Madrilonia.org

martes, 18 de septiembre de 2012

¿Cómo que Rescatar el Congreso?

El debate está servido desde el verano: ¿debe participar el 15M en la Convocatoria del 25S o mantener una posición de distancia crítica? En lo que sigue, se trata de argumentar por qué, con los nuevos contenidos y con la entrada en escena de la Coordinadora 25S, apoyada cada vez más por miembros y asambleas del 15M de toda España, el escenario planteado por la convocatoria inicial de la Plataforma en Pie (PEP) se ha ampliado hasta el punto de abrir una nueva reflexión sobre la acción y una invitación a la participación.

Aunque en un principio se subrayó en algunas informaciones que la orientación hacia la consigna “Rescata el Congreso”, propuesta y consensuada en la asamblea de la Convocatoria 25S, era una fórmula que pretendía sortear la criminalización que, por las posibles resonancias “golpistas”, podía albergar el significado “ocupación”, el acento mediático en la “no violencia” dejó de lado algo más importante: la intencionalidad política y estratégica del desplazamiento. En este sentido, lo que se discutía, entre otras cosas, era si el importante debate del poder constituyente debía estar subordinado a una discusión previa sobre la configuración de la hegemonía y un mayor acento en la construcción de poder político.

Es decir, este mayor énfasis en el “rescate” no solo no buscaba de forma más o menos medrosa “no causar pánico” y subrayar el carácter no violento de la acción (un punto, no obstante, relevante, a la vista de que, como se criticó en las redes sociales, la mayor “apuesta” de desobediencia civil y la arriesgada cita a la que invitaba la PEP “chocaban”, digámoslo así, con su voluntad de anonimato); era una estrategia que priorizaba ganarse políticamente el asentimiento de una población damnificada que asiste a la clausura del horizonte de lo posible por la supeditación de su soberanía a la lógica puramente tecnocrática de la “troika” y la complicidad de la mayoría del arco parlamentario.

Bajo esta lectura de la situación actual, cada vez más percibida como un “secuestro” de todo proceso democrático de deliberación colectivo, el giro estratégico de la “ocupación” al “rescate” –como se debatió en la Asamblea General que tuvo lugar el domingo 2 de septiembre en el Retiro madrileño- no se orientaba de ningún modo, como parece obvio, a “salvar” literalmente el Congreso ni a sus diputados, como recompensándoles, por así decir, por su papel de víctimas en la crisis; más aún, como si estos no fueran cómplices y responsables de esta claudicación. Nada de eso. Tenía más bien como una de sus intenciones implícitas reformular y combatir con cierta voluntad de eficacia el marco hegemónico desde el que neoliberalismo sigue explotando ideológicamente a su beneficio la actual crisis. En pocas palabras, “rescatar el Congreso” no significaba exaltar la lógica parlamentaria efectivamente existente, aunque abstracta, que padecemos, considerándola como el horizonte que agota lo político, sino rescatar la democracia entendida como marco de la voluntad popular soberana.

Subrayar el “rescate” del Congreso pretende combatir la perversa consigna neoliberal que identifica la crisis como la consecuencia individual de “haber vivido por encima de nuestras posibilidades” o como el resultado de un déficit de flexibilidad laboral. Es este marco de decisión colectiva, que ha sido efectivamente “asaltado” por poderes económicos en ningún caso embridados, el que la ideología neoliberal interpreta mentirosamente en términos de “deuda”. No es deuda (individual), es un asalto (colectivo).

La estrategia era esta: en una coyuntura de “extrema agresividad”, como se ha reconocido sin eufemismos, en el que un estado de excepción constitucional se nos impone desde los mercados, ¿no se está criminalizando como “radicalidad” justo lo que trata de defender el sentido común? ¿Quién ha “asaltado” y ocupado el Congreso? Con esta consigna no se trata solo de entrar en la batalla semántica de la resignificación, sino en la de la hegemonía social: conectar con otras luchas y ganarse el consentimiento de una parte de la población que probablemente, de entrada, va a sentirse más próxima a una consigna como esta que bajo una reflexión sobre la apertura inmediata de un proceso constituyente, un punto que necesariamente introduce una dimensión vertical de la discusión y por ello ciertos riesgos.

Lo interesante de rescatar el Congreso es que desarrolla una estrategia que, en una coyuntura de acelerada deslegitimización, cree más urgente “ocupar” el sentido común que el poder. En nuestra actual coyuntura ¿no es más inteligente construir poder político empezando por una lucha paulatina y prolongada que cale en el sentido común? Lanzarse a una apertura creíble de un proceso constituyente exige antes un escenario en el que la distancia entre los convocantes y la masa crítica sea menor que la ahora existente.

En este sentido, tampoco es un dato políticamente irrelevante el que la consigna “Rescata el Congreso” priorice una reflexión acerca de nuestras posibilidades “secuestradas” de acción colectiva sobre una exigencia voluntarista de acción. Este giro, dicho de otro modo, cuestiona ese modelo quijotesco de acción que considera que solo basta que el pueblo quiera algo de verdad para que lo consiga; el problema del planteamiento inicial es que el énfasis en una acción “contundente” y no simbólica parece olvidar que el primer paso no pasa tanto por querer, pedir o exigir como adquirir y acumular el poder político suficiente para querer, pedir y exigir. Y siguiendo este hilo, sobrevalorar la exigencia o ultimátum inmediato de apertura de un proceso constituyente desde estas claves finalistas no se apoya en un diagnóstico realista de la coyuntura actual, presuponiendo que las condiciones objetivas para una insurrección popular ya están “dadas” y solo cabe encender la mecha.

Bajo este ángulo, la consigna “Rescata el Congreso”, ¿no busca anteponer el debate pedagógico del “cómo” y las condiciones de posibilidad al “qué” de la toma del poder? ¿Delinear previamente el campo de juego de la lucha política, de las alianzas y sus líneas de fuerza antes que partir de un escenario de bloques, como si fuera un partido de rugby con dos bandos antagonistas (pueblo-poder) ya prefijados en un combate de suma cero? ¿No necesitamos construir políticamente el indeterminado escenario de las alianzas en el que nos encontramos antes de exigir la apertura de un proceso constituyente? Si estas preguntas tienen sentido, no encerrarse de antemano en una consigna marginal es importante.

Mucha gente sintió que, más que atenerse modestamente al análisis de la situación, la convocatoria inicial parecía querer plegar la realidad a sus loables intenciones. Incidiendo con su consigna más modestamente en el “secuestro” de nuestra voluntad que en la reclamación inmediata de una apertura constituyente, los pasos que se están dando parecen comprender no solo la necesidad de oponerse a este capitalismo neoliberal de casino, sino también al peligro que pueden tener determinadas reacciones, por bienintencionadas que sean, al mismo, una cuestión que fue destacada en muchas críticas iniciales a la convocatoria.

Si no damos pacientemente forma a esta impaciencia a través de pequeños pasos, con modestia y sin saltos, recuperando el suelo de nuestras fatigosas, pero imprescindibles prácticas asamblearias, nuestra buena voluntad de atajar puede llegar a ser contraproducente y allanar el camino al enemigo. Si la dinámica se termina enrocando en el fácil diagnóstico de que el Congreso, los sindicatos, los partidos reformistas y el espectro parlamentario en su conjunto son simples marionetas al servicio del poder, se puede correr el riesgo de no distinguir entre democracia y fascismo y asfixiar el espacio de lo político. Es esta posibilidad de deriva demagógica antipolítica, sin embargo, la que se ha interpretado ya de modo injusto como hecho consumado desde algunas críticas incomprensiblemente furibundas a la PEP. En la crítica al parlamentarismo de la convocatoria, estas han creído ver resucitar un viejo fantasma: la denuncia radicalizada, de fatales consecuencias en la historia de la izquierda, del “socialfascismo”.

La gravedad del panorama y la comprensible y digna urgencia por decir “basta” lamentablemente no garantizan ningún paso hacia adelante si este subestima la correlación de fuerzas existente. En un momento tan crítico como el que padecemos, la agitación de consignas maximalistas desprovistas de sus condiciones reales de aplicación y ajenas al movimiento real de toda la sociedad, puede ser más un signo de nuestra impotencia que de nuestro poder efectivo. Hay que reconocer que, en una exigencia, sea cual sea, el simple criterio de la posibilidad de su realización y de su acercamiento a mayorías es un punto decisivo.

Ciertamente, del manifiesto de PEP parece deducirse que sus convocantes entienden que la gravedad de nuestra situación no está para esperar más y que es mejor equivocarse haciendo algo, aun sin un mapa definido, que tener un diagnóstico correcto y seguir bajando la cabeza. Este argumento, que es legítimo, sin embargo, no tiene tanto en cuenta que, aunque los pasos en falso pueden ser acicates formativos decisivos para ganar peso social, acelerar la dinámica y clarificar las relaciones de poder, si estos no van acompasados por una masa crítica efectiva que materialice y encarne con su acciones cotidianas estas exigencias, pueden desembocar en la impotencia melancólica de las grandes expectativas incumplidas.

Es desde la óptica de esta urgencia desde la que se sacrifican cuestiones importantes, que se vuelven así significativamente secundarias, como los efectos laterales y las consecuencias indeseadas, así como la posibilidad de que esta llamada a la destitución del poder constituido y la construcción de un proceso constituyente sirva para que aparezcan aventureros de todo tipo, oportunistas demagogos o, peor, cooptaciones fascistas, una preocupación esta última totalmente factible a la luz de la desafección española hacia la política, el cinismo predominante, así como el estado de shock y de miedo que paraliza a grandes núcleos de la población. Frente a esto, limitarse a argumentar que, con la propuesta “descafeinada” de la Coordinadora 25S, 40.000 personas que se han mostrado favorables a la iniciativa en las redes sociales se han visto “defraudadas”, es, perdón por la comparación, como defender que, por contar con el apoyo del 7,9% del electorado español, debe presentarse la candidatura oficial de Belén Esteban a la presidencia del gobierno.

Llegados aquí, se dirá: “toda esta palabrería típica del 15M está muy bien, pero al menos la primera convocatoria proponía una invitación abierta ‘de las palabras a la acción’. También los ‘pasos en falso’ pueden servirnos para aprender, sacudir la pasividad y pasar a un nivel superior de la concienciación colectiva”. Bien, pero ¿debe la estrategia política guiarse solo por la necesidad de acción, por un espontaneísmo privado de una lectura más matizada de la situación y de sus profundas resistencias aún existentes a la politización del discurso?

Por otro lado, ¿supone este énfasis sobre el “rescate” un “paso atrás”, la típica coartada y claudicación “reformista” y “pusilánime” del 15M, la de esperar pasivamente? No: supone modular la acción en dirección a la articulación de una voluntad colectiva atenta al curso del desarrollo de nuestra situación concreta y sus complejas interrelaciones y no a un voluntarismo determinado por una hoja de ruta más o menos perfilada a la espera de ser puesta en práctica.

Aunque pudiera parecer que la inflación discursiva en torno al 25S –no toda, ciertamente, constructiva y, en algunos casos puntuales, irrisoriamente “conspiranoica”- solo indica nuestra preocupante resistencia a articular nuestro malestar individual en dinámicas de actuación generales, la controversia en torno al 25S también es indicio de un proceso de discusión políticamente más afinado a raíz de la presión que marca la grave situación. De ahí el gran mérito de todas las iniciativas, como la de la Coordinadora 25S, orientadas a levantar puentes entre las distintas posiciones, participando en la acción, matizándola e intentando dotarla de más peso hegemónico. Por un lado, insistiendo en la necesidad de que la convocatoria sea más transparente y menos ensimismada en sus postulados, tratando de no perder el imprescindible consentimiento de sectores sociales más amplios; por otro, politizando el escenario, como se revela en su Manifiesto, sin esconder bajo la alfombra de un civismo demasiado abstracto la existencia del conflicto.

En este sentido, podría ser un riesgo para el futuro que la recusación del 25S por parte de algunas asambleas del 15M proviniera solo del horror a un consenso político con otras iniciativas y el miedo a perder los sentimientos grupales de autoestima y reconocimiento alcanzados dentro de muchos y fructíferos espacios de trabajo. Pese a sus excesos voluntaristas y su inicial ambigüedad, la convocatoria del 25S ha tenido, en efecto, el mérito de sacudir, dentro del movimiento, ciertas inercias acomodaticias y cierto aire de autocomplacencia (“participo en la dinámica de mi grupo, intensifico mi sensación de pertenencia, pero pierdo el horizonte general”).

Resulta muy tentador sustraerse a las correosas resistencias de la realidad, la represión de la Delegación de Gobierno y el ninguneo o, lo que es peor, la caricaturización mediática intensificando esta oasis grupal, pero ¿esta opción no corre el riesgo de ir convirtiendo el 15M en algo parecido al formato de una ONG? ¿No necesitamos crecer políticamente y ampliar el radio de acción con otras fuerzas y alianzas sociales? ¿Y no lo estamos haciendo ya tímidamente en este debate en torno al 25S? ¿Quién hace un año podría prever que en estos días seguimos aprendiendo y discutiendo nada menos que acerca de la posibilidad de abrir un proceso constituyente?

Madrilonia.org

viernes, 14 de septiembre de 2012

Neoliberalismo, pobreza y hambre en España

Las 10 de la noche es la hora habitual de cierre de los supermercados. Mientras las cajeras hacen cuentas, otros empleados pasan revista a los productos que deben ser retirados. Alimentos a punto de caducar y aquellos que, por su deterioro, pierden valor de cambio. Dichas piezas no son destruidas: se entregan a instituciones de beneficencia, bancos de alimentos, albergues o comedores populares. Conceptualizadas como donaciones, constituyen una fuente de abastecimiento de ONG. En España esta actividad nunca desapareció, aunque en los años 60 del siglo pasado fue perdiendo peso. Se constituyó en un aspecto residual que afectaba, mayoritariamente, a quienes, voluntariamente, decidían vivir como vagabundos. Visibles para los servicios sociales y entidades caritativas, no representaban un problema social ni político. La imagen tradicional del vagabundo se completaba con alcohólicos, perturbados mentales y una minoría de excluidos. Personas mayores, solitarias, que pernoctaban en albergues municipales. Sin embargo, era infrecuente verlos en las calles o pidiendo limosna. Se ubicaban en las iglesias y en horario de misa. Por caridad cristiana.
 
A finales del siglo XX, la realidad dio un vuelco. La pobreza urbana no era consecuencia del desajuste estructural de una sociedad que carecía de bienes y servicios o sufría las consecuencias de la migración campo-ciudad. Quienes demandaban servicios sociales de beneficencia eran un sector más heterogéneo. Se incorporaron jóvenes drogadictos, parados de larga duración y una población emigrante, apodada como rumanos gitanos. En los semáforos más congestionados de las grandes ciudades surgían actividades limosneras impensables. Limpiaparabrisas, vendedores de pañuelos, aparcacoches. Más adelante se incorporaron discapacitados físicos, madres con hijos en brazos y menores de edad. A medida que proliferaban, se les achacó ser responsables del aumento de la inseguridad ciudadana. Represión, traslado al extrarradio y cárcel, fue la respuesta. Las Olimpiadas de Barcelona y la Expo Universal de Sevilla en 1992 consagraron la acción represiva. El crecimiento de la marginalidad se definió como un fenómeno pasajero, producto de la inmigración ilegal, de los sin papeles y la drogadicción. En definitiva, pura coyuntura. Ajustar y aplicar leyes restrictivas a la inmigración fue la solución. España era un país pujante, con su economía en crecimiento; no había razón para alarmarse.

Por contraste, los informes socioeconómicos señalaban una realidad diferente. En la última década del siglo XX el paro, la privatización y el cierre de servicios sociales hablaban de un aumento en el número de hogares donde la pobreza crecía y se tornaba crónica. La desigualdad aumentaba, afectando directamente a los hogares cuya renta básica bordaba los límites de la exclusión. Las familias más vulnerables presentaban un cuadro alarmante. Apenas podían hacer frente a las hipotecas. Con sueldos que perdían poder adquisitivo y los efectos de las primeras reformas laborales, se entraba en un callejón sin salida. El neoliberalismo sólo producía desigualdad, pobreza, exclusión y abría la puerta al jinete apocalíptico del hambre. Y lo más sangrante, la pobreza infantil hacía su aparición. El trabajo basura a tiempo parcial agravó la pobreza en las clases populares, y el ingreso de España al euro fue la puntilla. El reajuste generó una inflación encubierta y el nacimiento del sector social llamado mileuristas. Salario insuficiente para cubrir alimentación, vestimenta, casa, educación y ocio. Fue el comienzo del fin de la sociedad de las clases medias y la pauperización de las clases populares.

Para encubrir los resultados de una política de exclusión y miseria se potenció el acceso al crédito como forma de mantener el consumo. El endeudamiento familiar creció exponencialmente. Nadie sin tarjeta de crédito. Se ampliaron los plazos de hipotecas de 20 a 40 años, la burbuja inmobiliaria llegaba a su cenit. El paro se mantenía en límites tolerables, y tan contentos. Las luces rojas llevaban encendidas mucho tiempo, pero los responsables políticos de turno, PP o PSOE, atribuyeron su encendido a un fallo en el tablero de mando. El siglo XXI se inició con un España va bien e irá mejor.

El hambre no estaba en el horizonte. Pocos pensaban en ver decenas de personas acudiendo día tras día a los contenedores de basura para abastecerse y comer aquello que los supermercados consideran imposible reciclar, ni siquiera donar. Me refiero a los lácteos caducados, frutas pasadas, verduras pochas, pan rancio, carnes donde son visibles las familias bacterianas y los pescados malolientes.

Ya no se trata de vagabundos. Los visitantes habituales de los contenedores son padres de familia que han perdido el empleo, la casa, jubilados con pensiones escuálidas e inmigrantes que han perdido todo. Algunos viven en albergues, otros en sus coches y algunos en las plazas y bajo los puentes. Ahora bien, dado que no es de buen gusto ver a ciudadanos despojados de sus derechos acudir a surtirse en la basura y proyectan una mala imagen, algunos ayuntamiento han tomado cartas en el asunto. Girona, gobernado por CiU, ha puesto en funcionamiento una norma que obliga a los supermercados a cerrar con candado sus contenedores, para evitar que sean asaltados, y de paso como medida de sanidad pública. A cambio, con los alimentos caducados sus servicios sociales harán un cesta de urgencia para muertos de hambre.

El asalto a supermercados en Andalucía se extiende por España. Hay hambre, no hay empleo y el trabajo precario no es la solución. Las acciones del Sindicato Andaluz de Trabajadores, del cual el alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo, es afiliado, apropiándose de comida para repartirla entre familias que no pueden hacer frente a la alimentación de sus hijos, pone el problema en la agenda política y enfatiza la hipocresía de una elite política que pide la inhabilitación, juicio y cárcel para Sanchez Gordillo. Otra vez, matar al mensajero. ¿No sería mejor tomar nota y cambiar de política?

Son las 10 y media de la noche, los contenedores de basura de los supermercados son trasportados de los hangares a la calle, esperan decenas de personas. Miran con ojos expectantes; en su interior está su única comida del día. De forma ordenada y sin precipitarse, con educación, rebuscan en su interior. El neoliberalismo en España y sus responsables políticos han destapado el hedor de su vergüenza.

Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada

martes, 11 de septiembre de 2012

Olas y espuma. Otros modos de pensar estratégicamente

Eficacia y 15-M
El debate sobre la eficacia no es algo nuevo en el 15-M. Está desde el comienzo. Qué queremos, cómo conseguirlo. Son preguntas que insistían una y otra vez en las asambleas de las plazas. Las posiciones se polarizaron enseguida: ¿debemos volcarnos en conseguir un consenso de mínimos que oriente la acción o el mayor logro del movimiento es el movimiento mismo, el proceso de aprendizaje de otras maneras de estar juntos? ¿Vamos lentos porque vamos lejos o vamos a menos porque no sabemos dónde vamos? No supimos o no quisimos inventar una diagonal entre ambas posiciones, una respuesta inédita al debate clásico sobre procesos y objetivos.

El debate se ha intensificado tras el primer aniversario del 15-M y en torno al 25-S. Viene atravesado por una profunda angustia: el proceso acelerado de la catástrofe económica amenaza con llevárselo todo por delante en un tiempo récord. ¿Cómo se frena esa locomotora desbocada y suicida? Se oye decir: el primer 15-M -un torbellino caótico y emocional, que avanzaba a golpe de improvisación, inmediatez y entrega humana sin límites- debe ahora dejar paso a otra forma “más eficaz”. Puede ser. El 15-M es un movimiento que evoluciona y se transforma: lo que sirvió en un momento dado puede no ser lo más indicado en otro, la fidelidad no significa repetición sino constante recreación. La gracia del 15-M es que es una idea viva y editable: se puede tocar, alterar, transformar. 

Problemas del pensamiento estratégico tradicional
Pero, ¿qué significa “más eficaz”? El problema de la eficacia se vincula al de la estrategia: se dice que lo que necesita el movimiento para ser más eficaz es “pensar estratégicamente”. La estrategia es un pensamiento sobre la relación entre medios y fines, lo que se pretende y cómo se consigue. Implica fijar una dirección (finalidad) y tener visión de conjunto (totalizar). Y pasa por marcarse objetivos claros desde el análisis de la coyuntura, señalar con precisión al enemigo, establecer una continuidad de las operaciones, acumular fuerzas, medir bien los riesgos, etc. 

Me entran dos dudas. La primera: ¿se puede pensar estrategicamente una realidad fuera de quicio como la que vivimos, donde se encabalgan y entrecruzan los saltos, las aceleraciones repentinas, los conflictos y las negociaciones entre una maraña de actores heterogéneos? ¿Cómo pensar estratégicamente en contextos de fuerte indeterminación, complejidad y dispersión, cuando el pensamiento estratégico es siempre un pensamiento del largo plazo, la acumulación y la continuidad? 

La segunda: ¿cómo pensar estratégicamente desde un movimiento anómalo como el 15-M? Los que empatizan con él y sus detractores coinciden: el 15-M es verdaderamente una cosa rara. Un objeto volador no identificado. No se define como los movimientos sociales “de toda la vida” por una estructura organizativa y una identidad clara, con fronteras nítidas y filtros de entrada. Por eso tratamos de aferrarlo con imágenes diferentes y decimos que es “otro estado mental” o “un nuevo clima social”. Pero, ¿se puede pensar estratégicamente un cambio climático: ambiental, difuso, deslocalizado, intermitente, complejo?

Hay quien responde: “no hay estrategia posible, sólo nos cabe la improvisación”. Quizá. Pero lo que me interesa ahora más bien es indagar en otras imágenes posibles de estrategia. Empezar a pensar la política de otro modo fue sin duda una victoria del 15-M. Pero se trata de una victoria precaria: en proceso, en absoluto irreversible, que se trata de actualizar una y otra vez. Porque “la vieja política” no es tal o cual grupo determinado de gente, sino una pereza que nos atraviesa a todos: la de poner un saber donde debería haber un trabajo de pensamiento o creación. Quizá está un poco averiado, pero el saber estratégico tradicional es lo que hay. Sus esquemas mentales operan en nuestra cabeza y ordenan nuestra percepción de lo posible y lo deseable. ¿Podemos inventar otras imágenes de eficacia y estrategia más adecuadas al “nuevo cerebro 15-M”? El pensamiento de François Jullien me parece altamente inspirador a ese respecto.

La idea china de eficacia


François Jullien es un sinólogo y filósofo francés que ha escrito numerosos libros sobre las diferencias entre los modos de pensar chino y occidental. Su intención es salir del pensamiento occidental para mejor poder así interrogarlo radicalmente, es decir, llegar hasta la raíz: sus presupuestos, sus pilares, a veces impensados. Su manera de salir es dar una vuelta por China. China es el afuera que devuelve una mirada imprevista sobre el interior del pensamiento occidental. Jullien establece ese contraste a partir de puntos muy concretos: el arte, el cuerpo, el tiempo o el mismo pensamiento. El libro que voy a comentar (casi diría parafrasear, por eso ni siquiera cito) se llama Tratado de la eficacia y es una reflexión sobre los distintos acercamientos al arte militar de la guerra: en China por ejemplo Sun Zi o Sun Bin, en Occidente por ejemplo Von Clausewitz.

¿Cuál es la diferencia? Occidente divide el mundo en dos: lo que es y lo que debe ser. Es el gesto platónico fundador de toda una metafísica o visión del mundo. La idea occidental de eficacia se deriva de aquí: se trata de proyectar sobre la realidad lo que debe ser (en forma de Plan o Modelo) y tratar de materializarlo (llevarlo a la práctica, aterrizarlo). Entre el ser y el deber media la voluntad humana de colmar esa brecha y “enderezar la realidad” (ponerla derecha, es decir según el Derecho, la Ley, lo que debe ser). El entendimiento abstrae y modeliza, la voluntad aplica, ejecuta. En el caso del arte militar de la guerra, el Estado Mayor propone el Plan y los ejercitos rompen las resistencias que opone la realidad. La batalla campal donde se lucha por aniquilar completamente al enemigo es el momento decisivo en el que se juega todo: la “esencia” de la guerra.

Según Jullien, los chinos piensan la estrategia de modo completamente diferente. No dividen el mundo entre el ser y el deber ser. Es decir: no parten de un Modelo o Plan, sino del mismo curso de lo real. Lo real no es materia informe o caótica que espera nuestra organización: ya está organizado. Tiene propensiones, inclinaciones y pendientes que se pueden detectar y aprovechar. Es lo que Jullien llama “factores facilitadores” o “potenciales de situación”. El trabajo del buen estratega no es modelizar y proyectar primero, para aplicar después, sino más bien escuchar, evaluar, acompañar y desarrollar los potenciales de situación. No actuar, sino ser actuado. No forzar: secundar. No perseguir directamente un objetivo, sino explotar una propensión. Porque los efectos están contenidos en ella. Es como surfear una ola: no se trata de domeñarla, sino de ir juntos hacia el mismo sitio. Dejarse llevar. El mundo sólo es resistencia y obstáculo desde la óptica del control.   

Dos figura clave del pensamiento estratégico occidental quedan aquí gravemente cuestionadas:

-la vanguardia-sujeto. La iniciativa no proviene de ningún sujeto, sino de la situación: la ola de fondo. De hecho las vanguardias (el Estado Mayor de la política) estropean los factores facilitadores al querer forzarlos: los saturan, no dejan que pasen los efectos, se hacen notar demasiado, volviéndose fácilmente identificables para el enemigo. Lo que la estrategia china requiere más bien son “retaguardias” capaces de escuchar, acompañar y cuidar los procesos. Siempre discretamente, dejando pasar los efectos. Su potencia es la del vacío: puerta, fuelle, boca o valle. Las retaguardias no decretan lo que debe ser, sino que evaluan y acompañan las fuerzas ya presentes. No planifican lo que debe pasar, sino que elaboran diagramas de lo que ya está pasando: qué pasa, cómo pasa, por dónde pasa. No planes, sino diagramas.

-la intervención-batalla. La batalla para los chinos no es el momento decisivo donde se juega el todo por el todo, la esencia de la guerra. Sólo es la materia visible sobre la ola de fondo: repunte, cresta, espuma. Lo decisivo se juega siempre antes. En la escucha atenta a los factores facilitadores, en el desarrollo del proceso, en el cuidado atento de las situaciones, en el acompañamiento discreto de los potenciales. Lo visible no es siempre lo más interesante. Lo excitante no es siempre lo más importante.

La hegemonía en Gramsci

China y Occidente no son compartimentos estancos. Jullien polariza para exagerar las diferencias y así poder verlas mejor, pero existen contaminaciones y líneas transversales. Por ejemplo, el pensamiento sobre la hegemonía en Gramsci, el filósofo marxista italiano. Gramsci pensaba a la china al decir: “cuando se hizo la Revolución Francesa, ya se había ganado”. Se refería a que el movimiento de las Luces había socavado durante años los pilares del Antiguo Régimen proponiendo otra definición de la realidad: todos los seres humanos, independientemente de su origen, sexo o condición, son igualmente capaces y dignos. El poder del Antiguo Régimen se reproducía cotidianamente en las maneras corrientes de entender las relaciones, el trabajo o la política, a las que subyacían visiones del mundo jerarquizadas. La Revolución Francesa, antes que jugada excepcional que da jaque al Rey, fue lento desplazamiento sísmico, elaboración y propagación de otra visión del mundo. Construcción de hegemonía, dice Gramsci. El acontecimiento de la Revolución simplemente recogió ese fruto maduro (también es muy importante saber recoger el fruto o efecto, advierte Jullien, antes de que se pudra). Pero lo decisivo no fue tanto el día de la Revolución, como el proceso previo: silencioso, difuso, ambiental. Un cambio climático. Quizá algún revolucionario se quejaba un día antes del levantamiento “de que no pasa nada, con lo mal que está todo”. Pero en la lógica china las cosas más importantes pasan cuando no pasa nada.

El proceso constituyente está siendo

Jullien o Gramsci nos proponen otras imágenes para pensar la estrategia y la eficacia. No perseguir directamente un objetivo, sino más bien suscitarlo detectando los factores facilitadores y acompañando los potenciales de situación. Eficacia indirecta, estrategias oblicuas. Algo muy difícil de aceptar para nuestro orgullo occidental de autores-sujetos, para nuestra necesidad “estructural” de drama y heroísmo (el momento de la verdad), épica y epopeya (el relato del acontecimiento excepcional).

Pero en todo caso, mi idea no es contraponer las imágenes “buenas” de estrategia y eficacia a las “malas” y dar a elegir, sino sobre todo cuestionar los presupuestos e implicaciones del pensamiento estratégico tradicional basado en las nociones de dirección (finalidad) y visión de conjunto (totalización). El problema es la visión instrumental de la realidad que se tiene desde aquí. Los procesos no valen por sí mismos, por los nuevos valores que sean capaces de engendrar, por lo que en ellos podamos aprender. Sólo tienen valor en función del lugar que ocupan en el Plan. ¿Sirven a la acumulación de fuerzas? ¿Van en la dirección correcta? Son partes de un todo y puntos en una línea de tiempo preestablecida. El pensamiento estratégico tradicional implica siempre un gesto de centralización que se lleva mal con la autonomía de las situaciones, sus tiempos y recorridos propios.

El “proceso constituyente”, es decir el proceso plural y deslocalizado pero a la vez climático o ambiental (general), de desconfiguración de la realidad existente y configuración de otra realidad, está siendo. Lo decisivo es escuchar y sintonizar con esta ola de fondo. La República del 99% ya está aquí (o de lo contrario nunca estará). Se trata de desplegarla: detectar, desarrollar, articular y comunicar sus potenciales de situación. La gran estrategia no tiene golpes de efecto, la gran victoria no se ve.

Amador Fernández-Sabater
Eldiario.es

Otoño caliente

Como si las vacaciones de verano fuesen un manto de olvido que disipase la brutalidad de la crisis, los medios de comunicación han tratado de distraernos con dosis masivas de embrutecimiento colectivo: Eurocopa de fútbol, Juegos Olímpicos, aventuras estivales de ‘famosos’, etc. Desean hacernos olvidar que una nueva andanada de recortes se avecina y que el segundo rescate de España será socialmente más lastimoso… Pero no lo han conseguido. Entre otras razones, porque los audaces aldabonazos de Juan Manuel Sánchez Gordillo y el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) han roto el conjuro y mantenido la alerta social. El otoño será caliente.

En una conversación pública mantenida en agosto pasado (1) con el filósofo Zygmunt Bauman coincidíamos en la necesidad de romper con el pesimismo imperante en nuestra sociedad desengañada del modo tradicional de hacer política. Debemos dejar de ser sujetos individuales y aislados, y convertirnos en agentes del cambio, en activistas sociales interconectados. “Tenemos el deber de tomar el control de nuestras propias vidas –afirmó Bauman–. Vivimos un momento de grave incertidumbre donde el ciudadano no sabe realmente quién está al mando, y esto hace que perdamos la confianza en los políticos y en las instituciones tradicionales. El efecto en la población es una situación constante de miedo, de inseguridad… Los políticos sugestionan a los ciudadanos para que siempre tengan miedo, y así poder controlarlos, constreñir sus derechos y limitar las libertades individuales. Estamos en un momento muy peligroso, porque las consecuencias de todo esto afectan nuestra vida diaria: nos repiten que debemos tener seguridad en el trabajo, mantenerlo a pesar de las duras condiciones de empleo y de precariedad, porque así obtendremos dinero para poder gastar... El miedo es una forma de control social muy poderosa”.

Si el ciudadano ya no sabe quién está al mando es porque se ha producido una bifurcación entre poder y política. Hasta hace poco, política y poder se confundían. En una democracia, el candidato (o la candidata) que, por la vía política, conquistaba electoralmente el poder Ejecutivo, era el único que podía ejercerlo (o delegarlo) con toda legitimidad. Hoy, en la Europa neoliberal, ya no es así. El éxito electoral de un Presidente no le garantiza el ejercicio del poder real. Porque, por encima del mandatario político, se hallan (además de Berlín y Angela Merkel) dos supremos poderes no electos que aquél no controla y que le dictan su conducta: la tecnocracia europea y los mercados financieros.

Estas dos instancias imponen su agenda. Los eurócratas exigen obediencia ciega a los tratados y mecanismos europeos que son, genéticamente, neoliberales. Por su parte, los mercados sancionan cualquier indisciplina que se desvíe de la ortodoxia ultraliberal. De tal modo que, prisionero del cauce de esas dos rígidas riberas, el río de la política avanza obligatoriamente en dirección única sin apenas margen de maniobra. O sea: sin poder.

“Las instituciones políticas tradicionales son cada vez menos creíbles –dijo Zygmunt Bauman– porque no ayudan a solucionar los problemas en los que los ciudadanos se han visto envueltos de repente. Se ha producido un colapso entre las democracias (lo que la gente ha votado), y los dictados impuestos por los mercados, que engullen los derechos sociales de las personas, sus derechos fundamentales”.

Estamos asistiendo a la gran batalla del Mercado contra el Estado. Hemos llegado a un punto en que el Mercado, en su ambición totalitaria, quiere controlarlo todo: la economía, la política, la cultura, la sociedad, los individuos… Y ahora, asociado a los medios de comunicación de masas que funcionan como su aparato ideológico, el Mercado desea también desmantelar el edificio de los avances sociales, eso que llamamos: “Estado de bienestar”. 

Está en juego algo fundamental: la igualdad de oportunidades. Por ejemplo, se está privatizando (o sea: transfiriendo al mercado) de forma silenciosa la educación. Con los recortes, se va a crear una educación pública de bajo nivel en el que las condiciones de trabajo estructuralmente van a ser difíciles, tanto para los profesores como para los alumnos. La enseñanza pública va a ­tener cada vez más dificultades para favorecer la emegencia de jóvenes de origen humilde. En cambio, para las familias acomodadas, la enseñanza privada va a conocer seguramente un auge mayor. Se van a crear de nuevo unas categorías sociales privilegiadas que accederán a los puestos de mando del país. Y otras, de segunda categoría, que sólo tendrán acceso a los puestos de obediencia. Es intolerable.

En ese sentido, la crisis probablemente actúa como el shock, del que habla la socióloga Naomi Klein en su libro La Doctrina del shock (2): se utiliza el desastre económico para permitir que la agenda del neoliberalismo se realice. Se han creado mecanismos para tener vigiladas y bajo control a las democracias nacionales, para poder aplicar (como está pasando en España y pasó antes en Irlanda, Portugal o Grecia) feroces programas de ajuste vigilados por una ­nueva autoridad: la troika que ­forman el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo; unas instituciones no democráticas cuyos miembros no son elegidos por el pueblo. Instituciones que no representan a los ciudadanos. 

Y sin embargo, esas instituciones –con el apoyo de unos medios de comunicación de masas que obedecen a los intereses de grupos de presión económicos, financieros e industriales– son las encargadas de crear las herramientas de control que reducen la democracia a un teatro de sombras y de apariencias. Con la complicidad complaciente de los grandes partidos de gobierno. ¿Qué diferencia hay entre la ­política de recortes de Rodríguez Zapatero y la de Mariano Rajoy? Muy poca. Ambos se han ­inclinado servilmente ante los especuladores financieros y han obedecido ciegamente a las consignas eurocráticas. Ambos han liquidado la soberanía nacional. Ninguno de los dos tomó decisión política alguna para ponerle freno a la irracionalidad de los mercados. Ambos consideraron que, ante los dictados de Berlín y el ataque de los especuladores, la única solución consiste –a semblanza de un rito antiguo y cruel– en sacrificar a la población como si el tormento inflingido a las sociedades pudiera calmar la codicia de los mercados.

En semejante contexto, ¿tienen los ciudadanos la posibilidad de reconstruir la política y de regenerar la democracia? Sin duda. La protesta social no cesa de amplificarse. Y los movimientos sociales reivindicativos se van a multiplicar. Por ahora, la sociedad española aún cree que esta crisis es un accidente y que las cosas volverán pronto a ser como eran. Es un espejismo. Cuando tome conciencia de que eso no ocurrirá y de que estos ajustes no son “de crisis” sino que son estructurales, que ­vienen para quedarse definitivamente, entonces la protesta social alcanzará probablemente un nivel importante. 

¿Qué exigirán los protestatarios? Nuestro amigo Zygmunt Bauman lo tiene claro: “Debemos construir un nuevo sistema político que permita un nuevo modelo de vida y una nueva y verdadera democracia del pueblo”. ¿A qué esperamos?

(1) En el marco del Foro Social organizado en el seno del Festival Rototom Sunsplash en Benicàssim (Castellón) del 16 al 23 de agosto de 2012. www.rototomsunsplash.com/es

(2) Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Paidós, Barcelona, 2007.

Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique