domingo, 8 de diciembre de 2013

Partidos y movimientos sociales en un terreno confuso

La relación entre organizaciones sociales y partidos políticos siempre ha sido compleja. En los viejos tiempos de la izquierda comunista se trataron de elaborar propuestas para diferenciar espacios, pero no siempre funcionaron. Las vanguardias políticas, orientadas hacia la toma del poder, siempre estuvieron tentadas de cooptar las organizaciones sociales, entendidas como mero campo de captación de cuadros, extensión de sus políticas y búsqueda de apoyos a sus propuestas. Uno tiene la sensación que con matices el problema se produjo tanto en las corrientes marxistas del movimiento obrero como en las de matriz anarquista, aunque los modos y los mecanismos pudieran diferir. En los años del tardofranquismo las cosas fueron a veces aún más ridículas, varias de las pequeñas vanguardias que se autoproclamaban “el embrión del verdadero partido comunista” trataban de ampliar su base social creando diferentes pseudomovimientos sectoriales bajo su completo control.

Ahora las cosas son distintas pero uno tiene la sensación de que los problemas reaparecen bajo otras formas. La crisis del “comunismo real”, la jibarización de la izquierda organizada, el descrédito de la política, han dado paso a un cambio de visión sin que se resuelvan los problemas de fondo. Hoy los partidos tienen muy mala prensa y lo que mola son los movimientos sociales. Los aspirantes a crear una vanguardia política tratan de adoptar la forma de movimiento sociopolítico sin tener en cuenta lo que verdaderamente pretenden, un objetivo claramente político (incluso a menudo electoral) e influir en los movimientos reales para que se acerquen a sus posiciones. Muestras de ello tenemos de muchos tipos. La misma Izquierda Unida se presenta como un “movimiento” cuando en realidad no es más que una organización política con una estructura peculiar debida en parte a la negativa del Partido Comunista de España de disolverse en otro tipo de organización política y en parte porque funciona como una especie de coalición de varias organizaciones. Pero no es el único, en Catalunya la CUP, el Procés Constituent o la misma Assemblea Nacional Catalana se ven a si mismos como movimientos sociales, lo que ha menudo genera algunos problemas de interacción.

No todos los problemas emergen de la vertiente política organizada. Hay también activistas no organizados en partidos que tratan de diferenciarse de éstos, que exigen a menudo “pureza” organizativa (o peor aún, pequeños núcleos de activistas que se consideran asimismo movimientos sociales tout court). Y son asimismo frecuentes los desencuentros entre movimientos y organizaciones sociales por una mera competencia de espacios, imágenes, protagonismos etc.

Hay mucho de afán de protagonismo en todo ello (mucho de espíritu de vanguardia camuflado), pero hay también mucho de ausencia de reflexión colectiva sobre problemas con los que tropezamos una y otra vez. En gran medida hay mucho de monoteísmo organizativo en demasiados líderes y de ausencia de reflexión organizativa —en la que la derecha y el capital nos llevan una ventaja considerable—.

La izquierda, toda ella, no ha sabido superar un enfoque organizativo segmentador y demasiadas veces excluyente. Creo que la cuestión estriba menos en reelaborar una distinción clara entre diferentes tipos de organizaciones como en buscar fórmulas organizativas claramente operativas, potenciadoras de la acción colectiva y que permitan pelear en muchos frentes.

Para ello habría que adoptar, cuanto menos, unos principios simples. En primer lugar entender que los campos de acción y dominación son diversos y por tanto que requieren formas de organización especializadas de tipos también diversos. En segundo lugar, que hay que potenciar el máximo de participación democrática en los procesos, y que ésta debe estar orientada a la ampliación de las iniciativas, a la generación de solidaridades y al respeto mutuo. En tercer lugar, que el protagonismo debe entregarse en cada caso a la organización o movimiento que ya está trabajando un tema. Y en cuarto, que la pluralidad de espacios es útil cuando permite mejorar la eficacia de la producción intelectual, la organización, la legitimación social, las iniciativas de acción, pero que para que el concierto suene bien siempre hay que saber modular los ritmos y las dinámicas de cada proceso. Venimos de un mundo donde la competitividad, la dominación, forman un componente esencial de la vida. Y posiblemente nuestra forma de pensar las maneras de organizarse está contaminada por esta experiencia. Por ello es crucial ir avanzando propuestas que se puedan traducir en dinámicas sociales más participativas y creativas que las que producen las culturas de la rígida demarcación organizativa.

Joan Busca
Mientras Tanto
La relación entre organizaciones sociales y partidos políticos siempre ha sido compleja. En los viejos tiempos de la izquierda comunista se trataron de elaborar propuestas para diferenciar espacios, pero no siempre funcionaron. Las vanguardias políticas, orientadas hacia la toma del poder, siempre estuvieron tentadas de cooptar las organizaciones sociales, entendidas como mero campo de captación de cuadros, extensión de sus políticas y búsqueda de apoyos a sus propuestas. Uno tiene la sensación que con matices el problema se produjo tanto en las corrientes marxistas del movimiento obrero como en las de matriz anarquista, aunque los modos y los mecanismos pudieran diferir. En los años del tardofranquismo las cosas fueron a veces aún más ridículas, varias de las pequeñas vanguardias que se autoproclamaban “el embrión del verdadero partido comunista” trataban de ampliar su base social creando diferentes pseudomovimientos sectoriales bajo su completo control.
Ahora las cosas son distintas pero uno tiene la sensación de que los problemas reaparecen bajo otras formas. La crisis del “comunismo real”, la jibarización de la izquierda organizada, el descrédito de la política, han dado paso a un cambio de visión sin que se resuelvan los problemas de fondo. Hoy los partidos tienen muy mala prensa y lo que mola son los movimientos sociales. Los aspirantes a crear una vanguardia política tratan de adoptar la forma de movimiento sociopolítico sin tener en cuenta lo que verdaderamente pretenden, un objetivo claramente político (incluso a menudo electoral) e influir en los movimientos reales para que se acerquen a sus posiciones. Muestras de ello tenemos de muchos tipos. La misma Izquierda Unida se presenta como un “movimiento” cuando en realidad no es más que una organización política con una estructura peculiar debida en parte a la negativa del Partido Comunista de España de disolverse en otro tipo de organización política y en parte porque funciona como una especie de coalición de varias organizaciones. Pero no es el único, en Catalunya la CUP, el Procés Constituent o la misma Assemblea Nacional Catalana se ven a si mismos como movimientos sociales, lo que ha menudo genera algunos problemas de interacción.
No todos los problemas emergen de la vertiente política organizada. Hay también activistas no organizados en partidos que tratan de diferenciarse de éstos, que exigen a menudo “pureza” organizativa (o peor aún, pequeños núcleos de activistas que se consideran asimismo movimientos sociales tout court). Y son asimismo frecuentes los desencuentros entre movimientos y organizaciones sociales por una mera competencia de espacios, imágenes, protagonismos etc.
Hay mucho de afán de protagonismo en todo ello (mucho de espíritu de vanguardia camuflado), pero hay también mucho de ausencia de reflexión colectiva sobre problemas con los que tropezamos una y otra vez. En gran medida hay mucho de monoteísmo organizativo en demasiados líderes y de ausencia de reflexión organizativa —en la que la derecha y el capital nos llevan una ventaja considerable—.
La izquierda, toda ella, no ha sabido superar un enfoque organizativo segmentador y demasiadas veces excluyente. Creo que la cuestión estriba menos en reelaborar una distinción clara entre diferentes tipos de organizaciones como en buscar fórmulas organizativas claramente operativas, potenciadoras de la acción colectiva y que permitan pelear en muchos frentes.
Para ello habría que adoptar, cuanto menos, unos principios simples. En primer lugar entender que los campos de acción y dominación son diversos y por tanto que requieren formas de organización especializadas de tipos también diversos. En segundo lugar, que hay que potenciar el máximo de participación democrática en los procesos, y que ésta debe estar orientada a la ampliación de las iniciativas, a la generación de solidaridades y al respeto mutuo. En tercer lugar, que el protagonismo debe entregarse en cada caso a la organización o movimiento que ya está trabajando un tema. Y en cuarto, que la pluralidad de espacios es útil cuando permite mejorar la eficacia de la producción intelectual, la organización, la legitimación social, las iniciativas de acción, pero que para que el concierto suene bien siempre hay que saber modular los ritmos y las dinámicas de cada proceso. Venimos de un mundo donde la competitividad, la dominación, forman un componente esencial de la vida. Y posiblemente nuestra forma de pensar las maneras de organizarse está contaminada por esta experiencia. Por ello es crucial ir avanzando propuestas que se puedan traducir en dinámicas sociales más participativas y creativas que las que producen las culturas de la rígida demarcación organizativa.
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