martes, 28 de mayo de 2013

Ecología y política: cómo salir de la crisis

Si estamos inmersos en una crisis de civilización, tesis formulada hace dos décadas hoy casi unánimemente aceptada, las vías para superarla no pueden venir sino de posiciones críticas inéditas, construidas desde nuevas epistemologías, y que conllevan una praxis política totalmente diferente a la asumida por los movimientos de vanguardia, incluyendo los más avanzados. Hasta donde alcanzo a mirar, la única corriente que logra realizar una crítica completa a la civilización moderna es aquella que, sin proponérselo, se finca en lo que podemos denominar una ecología política. Esta parte de un principio formulado en la década de los setentas por G. Skirbekk (Ecologie et marxisme, L’Espirit, 1974): la transformaciones sociales ya no pueden explicarse a partir de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, sino entre esas y las fuerzas de la naturaleza.
 
Cuarenta años después, la humanidad se enfrenta a una crisis múltidimensional de entre las cuales la crisis ecológica, representada por el calentamiento global y su conjunto de secuelas climáticas, es sin duda la más amenazante y peligrosa y, por tanto, la que requeriría de la mayor atención. Esta amenaza, que pone en entredicho todo el andamiaje de la civilización industrial, requiere repensar los principales postulados y valores del mundo actual, pero centralmente cuatro, para: 
1) saber coexistir con la naturaleza y sus procesos en todas las escalas; 

2) vivir sin petróleo y los otros combustibles fósiles (que son la causa principal del desbalance climático); 

3) construir el poder social como contrapeso al poder político y al poder económico (lo cual supone entre otras cosas decir adiós a los partidos políticos, a los bancos y a las gigantescas corporaciones) y, en íntima aleación con lo anterior, 

4) salir del capitalismo. Estos cuatro objetivos se hallan ineludiblemente conectados y están recíprocamente condicionados.

La percepción inmediata, lo que la piel de un individuo registra cuando hablamos de capitalismo, es aquella representación de una maquinaria gigantesca, global, inconmensurable, imposible de detener y todopoderosa, que lo tritura y lo arrasa todo. Y sin embargo, su presencia en el mundo globalizado de hoy no es ni total ni absoluto. Por el contrario, existen fisuras, islas, burbujas, tendencias a contracorriente que no sólo existen, sino que crecen sigilosamente por todo el mundo al ritmo en que la crisis de civilización se hace más presente. Boaventura de Sousa Santos le ha llamado la globalización contrahegemónica. Esto tiende a ser ocultado por los medios de comunicación de masas (televisión, prensa, radio), porque conlleva un muy alto valor subversivo. Salir del capitalismo es un imperativo para la supervivencia de la humanidad, de la vida y del planeta.

Construir el poder social supone organizar en la vida cotidiana la emancipación civlizatoria. Casi cada institución procreada bajo la lógica del capital puede hoy ser confrontada por instituciones alternativas, las cuales requieren de una sencilla fórmula secreta: resistencia y organización social en plena solidaridad y alianza con la naturaleza. Frente a las empresas y corporaciones existen las cooperativas donde no hay patrones, sólo socios. Frente a los bancos (basados en la usura) aparecen las cajas de ahorro y los bancos ciudadanos. Frente a la producción agroindustrial de gran escala la pequeña producción familiar o comunitaria fincada en la agroecología. Frente a la circulación desbocada de las mercancías las redes de intercambio directo y en corto entre productores y consumidores, y la autosuficiencia local, municipal, regional. Frente a los megaproyectos los diseños de pequeña escala. Frente a la especulación financiera, la creación de monedas alternativas y el trueque. En fin, frente a una racionalidad basada en el individualismo, la competencia y la acumulación de riqueza material, una ética fundada en la solidaridad, la reciprocidad, el bien colectivo y la supervivencia de la especie.

Pero hay algo más. Debemos al pensador franco-austriaco André Gorz una reflexión iluminadora, que confirma que esos procesos emancipadores se ven facilitados por la propia crisis del capital. En su artículo, el último de su vida, La salida del capitalismo ya comenzó ( Revue de Ecologie Politique, 28/10/08) establece que el asunto no es si estamos frente al fin del capitalismo, sino si su salida será por una vía bárbara o civilizada. Tres tesis fundamentan su idea. El capitalismo no sobrevive por la crisis ecológica y porque para su reproducción requiere ya de una economía ficticia, la especulación financiera, que es la mercantilización de lo que viene… pero que no existe. La tercera afirma que la innovación tecnológica (informática, telecomunicaciones, geomática, etcétera) abre las puertas a procesos de producción, circulación y consumo no controlables, que atentan contra el monopolio, la propiedad privada y las patentes. La autoproducción induce circuitos y canales ciudadanos o sociales, autonomía, autosuficiencia y autogestión.

Si usted puede producir en su casa o en su taller un disco, una película, un instrumento, un servicio o un producto e insertarlo en el mercado; generar sus propios alimentos, su agua y su energía, o bien organizar con otras familias o socios una red, una cooperativa o una pequeña empresa; si su familia puede sobrevivir sin dinero, sin usar los bancos, sin creer en los partidos políticos, y además tiene conciencia social y ambiental, ¡enhorabuena!, usted es un militante de lo contrahegemónico, llámese sustentabilidad, descrecimiento, buen vivir o eco-socialismo. Usted está contribuyendo a salir de la crisis. Y como usted hay millones haciendo lo mismo, y millones que buscan hacerlo. Eso lo veremos en una próxima entrega.

Víctor M. Toledo
La Jornada

lunes, 20 de mayo de 2013

¿Y qué fue del 15-M?

Han pasado dos años desde la emergencia del 15-M en la vida política de España. Satanizado por unos, ensalzado por otros, no sobran las interpretaciones academicistas para definir a quienes integran la plataforma, porque el 15-M es una plataforma para la acción, mucho más que acampasol o las convocatorias en plazas, universidades o centros de actividad ciudadana. Si esa fuese la medida para comprender y valorar el 15-M, la respuesta inclinaría la balanza hacia un pesimismo ramplón. La realidad desmiente tópicos. 
 
En estos dos años se ha producido una decantación de sus miembros. Al inicio, explosivo, con miles de personas secundando sus convocatorias, le siguió una batalla de ideas, un proceso de clarificar su encaje político, más allá de la coyuntura. Aquellos que se dejaron llevar por la emoción pronto abandonaron. Para este grupo, el 15-M poco o nada ha cambiado la vida política del país. Querían la revolución de hoy para mañana. Pero se toparon con un proceso autogestionario, horizontal y escasamente jerarquizado. La frustración verticalista tomó nombre de conspiración. Si no se quiere hacer la revolución, están infiltrados y manipulados por los servicios de inteligencia. Esta opinión llega incluso a permear dirigentes del PSOE.

Durante el periodo constituyente del 15M engrosaron sus filas académicos, personajes públicos e intelectuales inorgánicos. Ellos vitorearon y se sintieron rejuvenecer. Acudían a las asambleas, se presentaban a título personal, buscaban asesorar, dar pautas y ganar protagonismo. Salir en la foto. Como siempre, excepciones, baste señalar a José Luis Sampedro y muchos que siguen en la brecha de manera anónima, sin llamar la atención ni apropiarse de su historia. Los otros están cansados, se alejan, lo miran con desdén o directamente lo ignoran. Para no seguir bregando, justifican su alejamiento argumentando que el 15-M presenta claros síntomas de agotamiento, pérdida de horizonte político y autocomplacencia.

Bajo estos parámetros, podría decirse que el 15-M ha dejado de ser noticia. No ocupa la portada de los periódicos ni levanta pasiones. La derecha mediática los castiga y menosprecia, etiquetándolos de antisistema y proterroristas. Así provee al gobierno de los argumentos necesarios para desacreditarlos. Sus acciones apostillan, no tienen valor democrático y, por ende, son contrarias al orden constitucional. Sólo cabe aplicarles el código penal; su conducta es delictiva. Los miembros del 15-M han sido criminalizados, perseguidos, detenidos y padecido la violencia del Estado. Contra ellos se actúa sin miramientos. Cualquier excusa es buena para multarlos por alterar el orden público. Por ejemplo, manifestarse a las puertas de parlamentos regionales y ayuntamientos increpando a sus señorías por vivir de espaldas al sufrimiento de la ciudadanía. Alcaldes, concejales o diputados señalan que no los dejan vivir en paz, que les impiden el acceso a sus curules.

El gobierno del Partido Popular utiliza la estrategia de la descalificación, la mofa y el desprecio. El PSOE no ha llegado tan lejos, pero tampoco se queda atrás. Los tacha de idealistas, chavales con buenas intenciones, pero fuera de la realidad. En otras palabras, no tienen cabida en el escenario político de medio y largo plazos. Son testimoniales, presentan arrebatos coléricos y, aunque han tenido ideas, se dejan llevar por la pasión. Su emergencia, apuntan, está ligada a las políticas de austeridad, el desempleo, la corrupción y cierta pérdida de confianza en los partidos políticos y sindicatos. Una vez que la recesión se aleje, las aguas volverán a su cauce. Lentamente tenderá a desaparecer. En un futuro será efeméride de coyuntura.

Sin embargo, el 15-M se muestra testarudo. Ha llegado para quedarse. La plataforma se ha convertido en una escuela de hacer ciudadanía política. Más allá de las comisiones que lo integran y las asambleas, sus miembros son reconocidos por los colectivos que participan de las redes ciudadanas de resistencia. Se han acoplado e impulsan las luchas contra la privatización de la sanidad, la educación, el agua y las cajas de ahorro. Se convierten en una voz calificada para combatir las políticas involucionistas, como la futura ley del aborto y el ataque de la iglesia al Estado aconfesional y los derechos de gay y lesbianas. Son parte viva de los colectivos afectados por los recortes que han dejado sin prestaciones a los ancianos, a desempleados, migrantes sin papeles, estudiantes que abandonan sus estudios por falta de becas o familias sin techo, sin comida, sin vivienda, sin sanidad. Con propuestas concretas, su trabajo es respetado por los movimientos sociales populares de más larga data. Tienen presencia activa y nada testimonial en las asociaciones de barrio, vecinales y movimientos sociales. Se manifiestan en los escraches, los desahucios, en las aulas y centros de trabajo. Han logrado, sin transformase en un partido político u ONG, crear una estructura operativa capaz de abrir la acción política, hasta ahora restringida a partidos y sindicatos en el marco institucional. Convocan a charlas y debaten sobre la crisis del capitalismo y ecológica, las políticas de austeridad, el desempleo y el futuro de la juventud, las torturas en las cárceles y los centros de confinamiento para extranjeros. Se muestran solidarios con los procesos políticos de cambio, en especial con América Latina. Denuncian el genocidio del pueblo palestino, la esclavización de niños realizada por las grandes marcas de ropa en África y Asia. Son una escuela de aprendizaje ciudadano, de cooperación entre iguales. Sus acciones han logrado, en común con la plataforma contra los desahucios y otros colectivos, poner nervioso al poder y coordinar tareas en el marco de un proyecto y alternativa democrática. Se manifiestan testarudos en denunciar la corrupción política, la pérdida de derechos laborales, sociales y culturales de las clases trabajadoras, en una amplia acepción. No renuncian a llevar a cabo su programa fundacional de regenerar la vida política del país, cambiar la ley electoral, exigir transparencia en los mecanismos de financiamiento de los partidos, solicitar una vivienda digna, sanidad pública gratuita y universal, recuperar la memoria histórica, implementar una reforma fiscal que grave las grandes fortunas, reducir el gasto militar, recuperar la soberanía nacional frente a la troika, una educación laica, recuperar las empresas públicas privatizadas, la dación en pago. Son un verdadero peligro para el poder constituido y por eso se le combate en todos los frentes. Pero el 15-M persevera. No tendrá tanta visibilidad mediática ni se le llamará indignados para etiquetarlos. Ahora, con escasos dos años, es ya una plataforma con experiencia y vida propia. Gracias a su emergencia se han destapado las inconsistencias de una transición corrupta, las mentiras que protegían a la Corona y la escasa o ninguna dignidad de gran parte de la clase política ¡Qué más se puede pedir! Si que se disuelvan por destapar las vergüenzas del poder de arriba.

Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada

miércoles, 15 de mayo de 2013

¿A dónde va el 15M? Viento en las velas del movimiento

La recuperación del coraje democrático

El 15M es, sin duda, lo mejor que le ha pasado a la democracia desde que se murió Franco.  Si no parece mucho, será porque tampoco hemos ganado mucho desde que salimos de la dictadura. O será que lo que ganamos lo hemos perdido con la misma vertiginosidad. El que mira siempre está lleno de los propios reflejos.

El 15M es la devolución -con acuse de recibo- a los partidos de la izquierda y también a los sindicatos de la orden de abandonar las calles que dieron en 1977, cuando, con ocasión de los mentirosos Pactos de la Moncloa, nos dijeron que volviéramos al trabajo y a las aulas para que nos consintieran la democracia. El 15M es la devolución a los partidos de la derecha de la orden histórica de interiorizar la ausencia de alternativas a lo existente, para volver a resignarnos como en la larga noche del franquismo o como en el turnismo del siglo XIX. Es también la devolución a Europa de la orden de asumir una Constitución demediada y a un rey socializado en el Palacio del Pardo y en la frivolidad, devolverles a los burócratas europeos el sentimiento de inferioridad sembrado en nuestro país y la exigencia de una inserción en la economía comunitaria que pasa por perpetuarnos como los camareros y los cuidadores de los pudientes y jubilados del continente. Es la devolución a la patronal de sus órdenes de irnos a trabajar a Laponia o a poner copas a Londres, de la pretensión de empresarios sobrados de recuperar el derecho sobre nuestras vidas y, ya de paso, de nuestros cuerpos. De devolver su exigencia de que la enseñanza sea un negocio financiado por todos donde paguemos por lograr en el futuro un trabajo basura y, además, donde nos lobotomicen la capacidad crítica con incienso y, si es menester, alguna que otra hostia. Es la devolución a la iglesia y a la monarquía de la confianza que nunca se ganaron, de su privilegio anclado en tradiciones arcaicas, de su abuso ideológico y de su terrorismo intelectual, de su negación, en suma,  a aceptar que los tiempos reclaman un Estado laico y republicano donde la ciudadanía se haga cargo de las riendas de su futuro político -sin dioses, reyes ni tribunos-, malbaratado por unas cúpulas que repitieron demasiado pronto las mañas que dijeron venir a solventar.

 El atraso secular de España
 El 15M es la expresión del retraso con el que, tradicionalmente, España se ha incorporado a los procesos económicos europeos y mundiales. Su sabiduría ha sido su ignorancia. Y su ignorancia es la que ha permitido lograr cosas que, supuestamente, eran imposibles. Ese retraso está detrás del 15M. Es el que ha permitido una respuesta ciudadana ante la pérdida de un bienestar que llegó tarde, que era más débil que el de nuestro entorno y que se fue demasiado pronto. Al tiempo, ha demostrado, con su pie cambiado, la deriva autoritaria y excluyente de Europa, haciendo ver al resto de la ciudadanía del continente que le estaban dando gato neofascista por liebre democrática. Salvo a Alemania, que ya ponía directamente el gato que ya no viste de gris porque lo que ayer se conseguía con los panzer hoy se logra con los préstamos y la troika (aunque en Alemania ya hay disidentes como los hubo en los años treinta). La guerra civil española donde se juntó la polémica aún pendiente con el antiguo régimen con el auge de los fascismos ante el surgimiento de la URSS y la crisis de 1929 – sirvió en su día para que Europa vislumbrara dónde se encontraba. De la misma manera, el 15M ha sido un espejo donde Europa ha visto todo lo que ha perdido, tanto en términos políticos como económicos. Y, principalmente, todo lo que puede perder. Cuando se deja de redistribuir la renta, la cesión de la gestión política a las cúpulas de los partidos estalla como algo negativo, aún más cuando el desarrollo de Internet ha generado un funcionamiento horizontal que enseña esa metodología al resto de ámbitos sociales. Las crisis del capitalismo se gestionan más fácilmente en pueblos analfabetos y sin capacidad de comunicarse.

 El 15M surgió porque el modelo neoliberal agravó las condiciones de los sectores más débiles y, al tiempo -porque ya no bastaba con los excluidos de siempre- expulsó de los derechos de ciudadanía a las clases medias. Esta novedad histórica permitió que se encontraran los beneficiados del Estado social con sectores tradicionalmente subordinados, construyendo una ventana de oportunidad política que construye una potencial alianza con posibilidades reales de cambiar las cosas. La sociedad se proletarizó, y trasladó su condición de clase media con estudios, familiaridad con las nuevas tecnologías, pacifismo, experiencia viajera e idiomas- a esa nueva situación de empobrecimiento y mal trato que le generó una alta indignación. 

 Las contradicciones insolubles del modelo (o de la corrupción como consecuencia de la crisis económica)
 El modelo neoliberal genera, como diría el clásico, sus propios sepultureros. La internacionalización del capital, la desregulación financiera, la deslocalización, el poder de las grandes empresas multinacionales los 35 empresarios hispánicos que entrega una carta al rey para que, a su vez, se la entregue al presidente del gobierno- y el mantenimiento de la tasa de ganancia de las empresas sostenido sobre los hombres de las mayorías en forma de desposesión de bienes y derechos sociales, de robo de la vivienda, de abaratamiento de la mano de obra o de rescates públicos- necesariamente expulsa, cuando menos, a un tercio de la población, que ve en un plazo muy breve cómo su calidad de vida se ve radicalmente cuestionada (aunque si sumamos al 26% de desempleo, la emigración y la gente que ya está fuera de las estadísticas, el porcentaje aumenta).

 En tiempos de recortes y pérdida de calidad de vida, la vida desahogada de las élites políticas pasa a primer plano. Las necesidades generalizadas invitan a la delación, pues la avidez crece y la discriminación aumenta. Es entonces que la corrupción política aparece en todo su esplendor. No porque haya más que en otros momentos la corrupción es el lubricante del sistema-, sino porque, al haber menos para repartir, los que se quedan fuera denuncian, al tiempo que los que siempre han estado fuera y antes toleraban ahora se indignan y dejan de hacer la vista gorda. El hombre nuevo es el hombre viejo en nuevas circunstancias. Y ésas todavía no han llegado.

 La crisis económica ha abierto los ojos a la crisis política. De pronto, todas las peleas puntuales parecen unirse en un hilo rojo donde, como siempre en la historia de este país llamado reino de España, una amplia mayoría está en un lado, reclamando la emancipación, y una minoría, en el otro, reclamando resignación y, en su caso, mano dura. ¿Las dos Españas? Una mentira mil veces repetida. En un lado, el grueso del país. En el otro,  los publicistas (ahora, los medios de comunicación y sus columnistas y tertulianos), la cúpula de la iglesia y sus soldados catecúmenos, la monarquía, los banqueros, los terratenientes (ahora constructores e inmobiliarias) y los grandes empresarios. También los jueces, los notarios y los registradores de la propiedad, junto a sectores de la alta oficialidad del ejército y de la policía. No faltará algún que otro catedrático de universidad y alguna tonadillera, los consabidos mercenarios extranjeros y las familias reales europeas.
 
 Las renuncias tácticas como renuncias estratégicas
 Hubo un tiempo, durante la transición, que la izquierda quiso participar, como fuera, del aparato del Estado (me refiero al Partido Comunista). Creía que, desde ahí, iba a conquistar pasos esenciales hacia el socialismo. Por eso asumió la monarquía, la bandera, los políticos franquistas, la renuncia al castigo a los golpistas (como acaban de hacer en Guatemala con Ríos Mont), las bases norteamericanas, el papel de la iglesia, una Constitución donde los derechos sociales estaban impedidos y donde la democracia participativa estaba ausente. Hoy sabemos que eso era una ingenuidad. Al igual que, hoy, sería algo peor que una ingenuidad que el 15M se convirtiera en un partido político. Durante la transición, las exigencias de Santiago Carrillo pudrieron no pocos desarrollos. ¿Y hoy, quién exige?

 Medir mal los tiempos es igual que equivocarse. Nunca los cambios han nacido como una alternativa directa al poder. Primero precisan agotar el momento destituyente, demostrar que las instituciones vigentes han agotado su ciclo, demostrar la inanidad de esas personas que aplauden que la Pantoja no entre en la cárcel o que la Infanta Cristina no vaya, por ahora, a juicio. Convencer a esas personas que votan al PP porque ya no pueden votar al PSOE y que están esperando a ver si pueden votar al PSOE porque ya no pueden votar al PP. Hacer ver a la gente que la nueva formación política que nazca no quiere asumir responsabilidades para ofrecer lo que ya no pueden otorgar ni el PSOE ni el PP con sus apoyos puntuales en CiU y el PNV o, llegado el caso, UPYD. Antes de crear un partido político hay que crear el movimiento social que necesite un nuevo partido político. Y el instrumento para convencer a la gente no es, precisamente, un partido político
 
 El 15M como repolitización en una democracia de baja intensidad
 El 15M vino para ayudarnos a pensar, justo cuando habíamos hecho nuestro el lema que la Universidad de Cervera mandara a Fernando VII (Lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir). El 15M no era una respuesta, sino una pregunta. Una pregunta a la democracia representativa, tan poco democrática ella (Qué tontos los ingleses decía Rousseau en El contrato social- que creen que son libres porque votan cuando sólo son libres una vez cada cuatro años). Y una pregunta a un modelo económico que nos volvía a convertir en mercancías, ahora de la mano de banqueros y de sus empleados en el gobierno y en las cúpulas de los partidos políticos. El 15 M vino a politizarnos. Y politizar es inyectar conflicto. Y aquí estamos, conflictivos, desobedientes, indignados, sabiendo que, de pronto y sin avisar, el hielo se va a resquebrajar y debe encontrarnos organizados. En esas andamos. Sin saber lo que queremos pero sabiendo lo que no queremos.

 El 15M no ha ganado ninguna guerra, pero ha ayudado en todas las batallas. Igual que el mercado es una poderosísima herramienta que asigna recursos y precios de manera vertiginosa, el 15M asigna conciencias y brazos a todas las posible peleas de la emancipación. El sistema puede prever dónde se moverá la indignación pero no podrá hacer gran cosa para impedirlo, pues ese espacio está construido por todas las teselas de insatisfacción que, juntas, conforman el mosaico de la alternativa. 

 Es el sistema el que cava su trinchera. Tiene la ventaja de que la proporción de “norte” que nos ha correspondido hace a una parte de la población conservadora de su pequeño privilegio. No es tiempo de pesimismos, pero tampoco de optimismos. Es tiempo de optimismos trágicos o de pesimismos esperanzados. No es fácil, pero errar promete el infierno y acertar, cuando menos el purgatorio. El 15M va a seguir impulsando todas las protestas que no puedan ser usurpadas por una lógica partidista. No está escrito, sin embargo, que su éxito esté garantizado. Es el necesario pesimismo. A dos años del 15M, el incremento de conciencia, a día de hoy, ha dejado más espacio libre a los indigentes intelectuales y morales de la derecha que nos gobiernan. De nada servirá esta explosión de dignidad popular si no se canaliza hacia posibilidades de cambio. En 2011, el 15M tuvo éxito porque carecía de liderazgo, de programa y de estructura. Ahora corresponde impulsar liderazgos (en plural) que rebajen incertidumbre y generen credibilidad ciudadana (el caso de la PAH es evidente en ese aspecto). Toca construir un programa de mínimos compartido que demuestre la irrelevancia del régimen de 1978. Y es hora de articular alguna forma de organización que haga las labores de sutura entre la democracia representativa inevitable en el corto plazo- y las exigencias de participación popular. Adelantar un partido es un gran error, pues no tiene sentido un partido si todavía no se ha logrado convertir en sentido común la decadencia del régimen de la transición. Las carreras aquí son tropiezos prometidos desde ya. Es tiempo de resistencias que exacerben las contradicciones del sistema. De formas de organización alternativas que demuestren la virtud de otras maneras de hacer las cosas. De reflexión y debate camino del nuevo régimen que sustituya al caduco y lacerante que ahora padecemos. Un proceso constituyente, que devuelva al pueblo su condición de soberano, parece que va en la dirección correcta.

 El 15M sabe su lado. El 1% también. Falta que el otro 90% decida dónde poner su esfuerzo. Hay viento en las velas. Se trata ahora de orientarlas.

Juan Carlos Monedero
Público.es

domingo, 12 de mayo de 2013

Medios de comunicación, cómplices necesarios

La crisis-estafa avanza. Crece la protesta ciudadana y también la represión. Y la criminalización de la ciudadanía indignada y pacífica. En todas las fases de la crisis-estafa, los medios de comunicación han sido y son cómplices necesarios de la misma y del actual estado de cosas. La mayoría.

Actualmente, desde Grecia a España, contribuyen a criminalizar a la ciudadanía resistente. En España, un grupo de indignados llamó, con escasa visión política, a asediar el Congreso de los diputados hasta que el gobierno dimitiera. Ingenuo, pero no violento. Estar ahí y esperar. Según la Asociación de Madres contra la Represión, el gobierno puso en marcha un plan para criminalizar a los manifestantes de esta convocatoria con detenciones preventivas antes de que ocurriera nada. Con la complicidad de los medios.

Semanas antes los voceros oficiales y espontáneos del partido del gobierno dispusieron de prensa, radio y televisión para tildar de ‘nazis’ y ‘proetarras’ a los activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, quizás la más eficaz y exitosa asociación ciudadana contra la crisis-estafa. Pues han convencido al país de que desahuciar a los insolventes que no pueden pagar su hipoteca, sin ofrecer alternativa alguna, es inaceptable y antidemocrático.

Peligrosos, violentos, totalitarios y antidemocráticos son adjetivos que abundan en boca de portavoces y muñidores gubernamentales para designar a activistas ciudadanos contra la crisis-estafa. Con la colaboración de los medios. Los medios pretendidamente informativos reproducen sin duda ni contextualización de los hechos los escasos episodios con alguna violencia, que magnifican, sin indagar ni referirse a la provocación de muy probables infiltrados, que aportan la violencia a las movilizaciones ciudadanas. En una gran manifestación cívica del 23 de febrero, las entidades ciudadanas promotoras se desmarcaron con contundencia de los episodios de violencia al finalizar y denunciaron la actuación comprobada de indeseables infiltrados.

En toda Europa, los medios maquillan u ocultan la delictiva e injusta crisis-estafa. Y, para rematarlo, repiten con cargante insistencia las falacias neoliberales; que las pensiones públicas son inviables; que hay que ganar la confianza de los mercados; que hay que rescatar la banca para la recuperación económica; que las reformas laborales crean empleo… En Europa, los medios repiten hasta la nausea que nada es más importante que rebajar el déficit de los estados con austeridad para lograrlo. Los medios también ocultan o tergiversan hechos en Ecuador, Venezuela, Bolivia, Argentina o Brasil. Porque esos países han osado hacer un corte de manga a los dogmas neoliberales y se preocupan por combatir de verdad la pobreza y repartir algo mejor la riqueza.

Pero nada sucede porque sí. Desde 1971, el capitalismo tiene un plan de actuación. El Memorando confidencial. Ataque al sistema americano de libre empresa que Lewis F. Powell escribió a instancias de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, pero que se pretende válido para todo occidente. En ese memorando de seis mil seiscientas palabras, Powell explicó que universitarios, periodistas, intelectuales, artistas y científicos eran una amenaza para el capitalismo. Para marginarlos y persuadir a la ciudadanía de que el capitalismo es el único sistema posible, propuso que el capital iniciara una potente contraofensiva política y cultural. Para recuperar el dominio de clase debilitado tras treinta años de políticas sociales. Una ofensiva desde las escuelas, universidades y medios informativos. Y eso ejecutan desde hace cuatro décadas.

Porque la censura tradicional ya no es útil a la minoría rica y dominante. Prefiere desinformar, manipular noticias y hacer propaganda machacona del dogma neoliberal. Ocultación y manipulación de la realidad buscan también la impunidad de la minoría rica y sus servidores para evitar que rindan cuentas por su responsabilidad en los crímenes económicos contra la ciudadanía y el aumento de la pobreza y la desigualdad. Este estado de desinformación vigente pretende persuadir de que no hay nada qué hacer; que esta situación de pobreza progresiva, injusticia, desigualdad y obscena impunidad de los responsables, es inevitable.

Y para lograrlo, los medios son imprescindibles; cómplices necesarios de la minoría dominante. ¿Qué tiene la ciudadanía a cambio? La razón, la voluntad de cambio, la organización ciudadana. Y la Red, a pesar de los pesares.

Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor
CCS (Centro de Colaboraciones Solidarias)

sábado, 11 de mayo de 2013

Desigualdad, tecnología y hambre de plusvalía

Uno de los factores determinantes de la actual crisis es la desigualdad económica que creció en el mundo en las últimas cuatro décadas. El estancamiento en los salarios condujo al endeudamiento insostenible de los hogares para mantener el nivel de consumo. Así y con burbujas especulativas se sostuvo la demanda agregada y el proceso de acumulación de capital. Pero esa modalidad de crecimiento económico se acompañó de una inestabilidad creciente en las principales economías capitalistas.
 
En vista de lo anterior, una pregunta clave concierne las causas de ese aumento de la desigualdad. En el medio académico convencional se ha pretendido encontrar en el cambio tecnológico la causa de esta desigualdad creciente. Esta explicación dice que las innovaciones introducidas en las últimas décadas reemplazaron el trabajo poco calificado con máquinas. Esto tuvo un doble efecto. Desvalorizó el trabajo poco calificado y redujo las oportunidades de empleo de esos trabajadores en la escala inferior de remuneraciones. Por otra parte, se incrementó la recompensa de aquéllos trabajadores de mayor calificación. Así, como los trabajadores menos calificados no pueden adquirir la capacidad técnica de manera rápida y, además, hay menos oportunidades de empleo en los niveles superiores de la escala, el cambio tecnológico transformó la escala de salarios y promovió la desigualdad en los últimos decenios.

Esta narrativa le sienta bien a la ideología neoliberal. La desigualdad sería un efecto colateral o accidental de las transformaciones en la base productiva de las sociedades. No sería la política económica perversa la que está en el origen del problema, sino un proceso natural de cambio técnico. En otras palabras, estamos frente a una explicación políticamente neutra, muy lejos de temas escabrosos como la ofensiva en contra de los sindicatos que ha dominado la política social y económica desde hace décadas.

Esta explicación sobre los orígenes de la desigualdad se encuentra en muchas investigaciones, tanto del mundo académico, como de organizaciones promotoras del neoliberalismo. Por ejemplo, la OCDE realizó una investigación en la que se concluye que el ‘progreso’ tecnológico trajo mayores recompensas para los trabajadores más calificados que para los menos preparados. Según la OCDE el proceso de innovaciones afectó la estructura de los salarios entre los trabajadores. O para decirlo de otro modo, la principal conclusión de la OCDE es que el cambio técnico afectó la desigualdad entre trabajadores.

El tema de la distribución funcional del ingreso, es decir, entre trabajadores y capitalistas, es tocado sólo tangencialmente en este tipo de estudios. Eso es realmente sorprendente si se considera que la participación de los salarios en el ingreso nacional ha sufrido una reducción significativa en las últimas décadas. Pero ese tema está cargado de implicaciones políticas y para los economistas neoclásicos es mejor dejarlo de lado.

Recurrir a la tecnología para explicar la desigualdad al interior de la clase trabajadora permite eludir el tema del impacto de la política macroeconómica sobre la distribución del ingreso. Así se evita hablar sobre cómo la prioridad de la ‘estabilidad de precios’ (lucha contra la inflación) se ha traducido en una postura de contracción fiscal y estancamiento.

Quizás el elemento de política macroeconómica que más impacto ha tenido sobre la mala distribución del ingreso es el de la política de ingresos. La represión salarial ha sido una pieza clave para contener la demanda agregada y frenar así lo que el capital financiero considera la amenaza de la inflación. Sin embargo, los estudios como el de la OCDE no contienen una discusión seria sobre este tema. No debiera sorprendernos: para la OCDE o el Banco Mundial la política macroeconómica y sus instrumentos no debe estar nunca a debate. Esto permite relegar a un segundo plano el análisis de la distribución del ingreso entre la clase capitalista y los trabajadores.

Los estudios que encuentran en el cambio técnico la principal explicación de la desigualdad adolecen de muchos defectos. En su versión más extrema (como en los trabajos de Daron Acemoglu, se pretende encontrar un proceso de cambio técnico dirigido. Hace décadas fue abandonada la pretensión de explicar el cambio técnico a través de variaciones en los precios relativos por falta de bases teóricas. Hoy vuelve a renacer ese proyecto, olvidando las viejas críticas, para explicar la desigualdad como resultado de un proyecto políticamente neutral.

Si la tecnología está relacionada con la historia de la desigualdad, debemos entonces volver la mirada hacia Marx. El capitalismo está marcado por una tendencia constante a aumentar la productividad. Es el hambre de plusvalía lo que impulsa al capitalismo a estar innovando constantemente. Y eso no sólo tiene un impacto sobre la desigualdad y la distribución funcional del ingreso. También tiene profundas consecuencias macroeconómicas que están en la raíz de la actual crisis global.

Alejandro Nadal
La Jornada

miércoles, 8 de mayo de 2013

“La desobediencia civil no violenta es un arma al alcance de la gente común”. Entrevista a Carlos Pérez Barranco

Quienes llevan años de experiencia en la desobediencia civil no violenta, como Carlos Pérez Barranco, la consideran como algo “fortalecedor y al alcance de cualquiera”. No es una práctica limitada a especialistas, expertos y mártires. A partir de unos conocimientos básicos, “es un arma que puede utilizar la gente común”.

Carlos Pérez Barranco participó desde mediados de los 90 en el movimiento de insumisión en los cuarteles en el estado español. Su coherencia le llevó a la prisión. Permaneció un año y cuatro meses en la cárcel, primero preventiva y en la segunda ocasión cumpliendo una condena por deserción. El activista ha compartido su experiencia en materia de desobediencia civil no violenta en la Asociación de Vecinos de Vilanova del Grao (Valencia).

Pueden aportarse numerosos ejemplos históricos de resistencia civil no violenta. Algunos, como Gandhi, Mandela o Martin Luther King, casi se han convertido en tópicos. “Pero no son los únicos ni siquiera los más destacados”, matiza Carlos Pérez. “Prefiero destacar las campañas de colectivos sin necesidad de que cuenten con un líder”, añade.

Otros ejemplos más cercanos, como la insumisión al servicio militar obligatorio en España, también supusieron un enfrentamiento abierto con la legalidad vigente. Los activistas arrostraban la amenaza de cárcel, pero también utilizaban las condenas de prisión como herramientas a favor de sus reivindicaciones. La ocupación de las plazas el 15 de mayo de 2011 y el movimiento de resistencia a los desahucios ponen de manifiesto el desarrollo de estas prácticas en los últimos tiempos.

Por principio, la desobediencia civil es “ilegal”, explica Carlos Pérez Barranco. Pone el ejemplo de las acciones de la PAH. Ante una orden judicial, los manifestantes oponen resistencia en la puerta de la casa donde va a producirse el desahucio. Pretenden así evitar que una acción “legal” se lleve a término. Pese a ser “ilegal”, subraya Carlos Pérez, “las acciones de desobediencia civil no se esconden; se trata de atraer la atención y denunciar algo que normalmente se oculta”.

La primera reacción ante los actos de desobediencia es tacharlos de “ilegales”. ¿Cómo responder? Según el activista, haciendo explícita “nuestra legitimidad”. En el caso de la campaña por la insumisión en los cuarteles, “nos justificábamos con nuestra oposición al servicio militar, la guerra y los ejércitos”. Las acciones de la PAH se legitiman con argumentos como la “estafa bancaria” o el derecho a la vivienda. Se presenta siempre, así pues, un conflicto entre “legalidad” y “legitimidad”.

En las acciones de desobediencia civil no sirve cualquier motivación. Ésta no ha de ser personal, sino colectiva. “Las acciones deben apelar a valores que compartimos muchos, como la paz, la justicia o el medio ambiente, lo que nos legitima para actuar en contra de la ley”. “Por eso se trata de acciones de carácter político y transformador”, añade Carlos Pérez.

En resumen, los actos de desobediencia han de ser públicos, conscientes y planificados, y responder a una motivación colectiva. Se trata, en definitiva, de abrir un debate social en torno a un problema que interesadamente se invisibiliza. Estas acciones reivindicativas se sitúan en un terreno intermedio entre las marchas y manifestaciones tradicionales (que para algunos se antojan ya insuficientes) y el recurso a la violencia.

Pero tampoco existe una definición cerrada de desobediencia civil que la agote en un marco teórico. Según Pérez Barranco, “se trata de una ideología muy ligada a la práctica, no un concepto que haya inventado un catedrático de Filosofía del Derecho; la desobediencia civil no violenta se define y construye sobre la práctica”. Es, además, “radicalmente democrática; apela a valores sociales y de base”. “Tampoco se busca manipular a nadie ni hacer de las personas un instrumento para alcanzar determinados fines”.

¿Qué sentido tienen estos actos de resistencia cívica hoy, en plena coyuntura de crisis? El activista de Alternativa Antimilitarista-MOC responde que se trata de acciones “eficaces” y “que permiten cambiar las cosas, aunque no son la panacea”. Desde su experiencia en las campañas contra el servicio militar obligatorio (que en la década de los 80 era casi sagrado, pero que en 2001 se derogó), “cuando la desobediencia civil se ha usado de manera inteligente y sostenida, y ha conectado con la sociedad, ciertamente ha logrado transformaciones”. Prueba de la eficacia de esta herramienta son las acciones de la PAH, que han generado un debate social al denunciar un problema (los desahucios) que padece en carne viva la población.

Corren buenos tiempos para la desobediencia civil. Actualmente el colectivo antimilitarista transmite su experiencia de años en este ámbito, “tras una larga travesía en el desierto en la que nadie nos hacía ni caso”, apunta Pérez Barranco. Imparten talleres en los que se enseñan nociones teóricas, cómo organizar una campaña de desobediencia y las circunstancias que pueden surgir en la misma. “Hoy vivimos un momento de efervescencia”, apunta Carlos Pérez, entre otras razones, por las limitaciones que presentan herramientas tradicionales como manifestaciones, concentraciones o recogida de firmas.

Además, según el activista contra los ejércitos, “hubo un momento en que esta forma de resistencia era una opción; pero sucede que nos están arrinconando tanto, que dentro de poco será la única. Por eso es tan importante que se extienda cierta cultura de la desobediencia cívica”. Para este convencido antimilitarista, resulta “muy gratificante” ver cómo gente que, sin responder a un perfil militante, opta por formas de desobediencia sin partir de teorías y sin dar publicidad a sus actos. Así ocurre con las familias que, en Sevilla, Valencia o Cataluña, ocupan los pisos en los que vivían u otras viviendas después de ser desahuciados.

Conviene, sin embargo, delimitar bien la cuestión. La desobediencia civil no es la vía más cómoda y sin riesgos para transformar las cosas. El miembro del movimiento antimilitarista advierte ante posibles confusiones: “las acciones pueden tener un coste personal; es un error pensar lo contrario; si alguien quiere evitar un juicio o pasar por la cárcel, es preferible que haga otra cosa. Sobre todo, por una razón. Porque estamos cometiendo una acción ilegal”. Además, “si se produce un juicio o condena, ha de utilizarse como altavoz, como una parte de la misma acción de desobediencia”. “Pero tampoco -matiza Carlos Pérez- nos gusta ser unos mártires que pretendamos ingresar en la prisión”. Por eso, “hace falta una preparación previa y calcular las consecuencias de las acciones, también organizar grupos de apoyo”.

Se trata, además, de que la represión afecte a los poderes que la ponen en práctica. Y es posible conseguirlo. Por ejemplo, los discursos que criminalizan a los activistas de la PAH por los escraches se vuelven contra el PP. “La gente conoce casos cercanos de desahucios y no se cree las acusaciones de nazismo”, apunta Carlos Pérez Barranco. Finalmente, el objetivo es lograr una especie de efecto bumerán o, como sucede en las artes marciales (singularmente el Jiu-Jitsu), utilizar la fuerza del adversario para derribarlo y vencerlo. “Si los desobedientes están bien organizados y conectan con la gente, ésta ve los castigos como algo desproporcionado, y el coste político y en imagen lo termina pagando el enemigo”.

Redes sociales y medios de comunicación alternativos desempeñan un rol esencial para conseguir el efecto bumerán. Entre otros muchos ejemplos, esto pudo apreciarse durante la represión de la “primavera valenciana” o las cargas policiales en el barrio valenciano del Cabanyal, en 2010. Las imágenes de los golpes brutales a personas que se manifestaban en actitud pacífica recorrieron el mundo. Al día siguiente, y dada la difusión de vídeos y fotografías, la policía recibió órdenes de no actuar. “Ésa es la fuerza y la protección fundamental de quienes practican la desobediencia civil no violenta”, subraya el activista.

Dentro de las variopintas formas de enfrentarse al poder, la de violencia es, junto a la de participar o no en las instituciones, una de las que suscita mayores debates en las organizaciones sociales. Carlos Pérez Barranco entra en la polémica: “Primero hemos de vacunarnos contra lo que el poder nos dice que es violencia; consideran que lo es poner una pegatina en la puerta de la casa de un diputado, pero no echar a una familia de su hogar; eso sí, con la ley de su parte”. Ahora bien, introduce matices. Dice que en las acciones y campañas de desobediencia “hemos de ser cuidadosos”. Sin entrar en el ámbito moral de las condenas, “lo políticamente adecuado, si se quiere conectar con la gente, es evitar imágenes de fuego en contenedores; es un error político que le pone las cosas muy fáciles al poder”.

A esto se añade otro argumento de mucho calado. La relación entre los medios y los fines. Según Carlos Pérez, “cuando se quiere practicar la desobediencia civil, el método sí importa; aunque el fin sea legítimo, no sirve cualquier medio”. Es más, “los medios prefiguran el fin por el que uno está luchando”. Así pues, “el sufrimiento y el dolor hemos de canalizarlo de manera ilegal, pero no violenta”. Sin caer en caricaturas simplonas, como la de “poner la otra mejilla”, concluye. 

Entrevista a Carlos Pérez Barranco. Activista de Alternativa Antimilitarista-MOC
Enric Llopis 
Rebelión