sábado, 30 de noviembre de 2013

Crisis, deuda y déficit: saqueo

Noticias de un día cualquiera. El partido del gobierno en España rechaza el Impuesto a Transacciones Financieras; impone una ley de régimen local que suprime servicios municipales imprescindibles para millones de ciudadanos. La ministra de Sanidad contrata a un corrupto imputado para implantar la gestión privada en hospitales del ministerio. Privatizan el agua. Las 35 mayores empresas de España pagan 500 millones de euros menos en impuestos aunque el año anterior ganaron más. El Gobierno aprueba un regalo de 30.000 millones a la banca. El Gobierno justifica que los bancos no den crédito, porque han de velar por la solvencia de sus clientes. Los pensionistas perderán 33.000 millones en 8 años. Más vueltas de tuerca en la aplicación de la reforma laboral. El FMI amenaza con más “ajustes significativos” para reducir la deuda… Sin olvidar la reducción presupuestaria, los recortes en educación, el aumento del paro, de la precariedad, la pobreza y la desigualdad… El remate es la nueva ley de seguridad ciudadana. Muchas protestas sociales serán tratadas como delitos.

Louis Brandeis, juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, lo dejó muy claro:Podemos tener democracia o riqueza concentrada en pocas manos, pero ambas cosas no”. Banca, corporaciones, grandes fortunas y Gobierno han elegido la riqueza para la minoría. Para ellos. Lo logran saqueando a la ciudadanía. Y con represión para impedir la respuesta cívica, la acción de los trabajadores. Por eso las concentraciones frente al Congreso,  los escraches junto a viviendas de políticos o grabar y difundir imágenes de policías en acción serán castigados con multas de hasta 600.000 euros. Y con penas de prisión de hasta cuatro años. Sorprendente, porque según Gonzalo Moliner, presidente del Tribunal Supremo, los escraches son “un ejemplo de libertad de manifestación”. Pero a esta gente no les importan las libertades: son obstáculos a derribar.

Como afirma el magistrado Joaquim Bosch, portavoz de Jueces para la Democracia, “para el Gobierno del PP el ciudadano que protesta es el enemigo”. Y para Margarita Robles, magistrada del Tribunal Supremo, ésta ley prosigue la vulneración de derechos propia de este Gobierno. Además, esgrimir seguridad es un burdo pretexto, porque “en España no hay problema de seguridad”, afirma Robles. La criminalidad ha disminuido regularmente sin cesar en los últimos años. España tiene uno de los índices de criminalidad más bajos de la Unión Europea, según datos del propio Ministerio de Interior. Y, si hablamos de protestas sociales, hay confrontación con la policía en otros países (Grecia, Italia), pero no en España. El movimiento ciudadano es pacífico y pacífica es la desobediencia civil.

Incluso la policía critica esa ley. José María Benito del Sindicato Unificado de Policía denuncia que, simulando amparar a los policías, la nueva norma sólo protege a “la casta política”. Por eso criminaliza protestas frente a sus domicilios o manifestaciones frente al Congreso. Y la Coordinadora de ONG de Desarrollo expresa su preocupación por una normativa que considera “delito de integración en organización criminal” convocar una concentración de protesta por Internet en la que pudieran producirse incidentes violentos al margen de la intención y voluntad de quien convoca. El colmo es considerar “delito de atentado contra la autoridad” la resistencia activa pacífica. Ésta gente encarcelaría al mismísimo Gandhi.

Tienen una lógica totalitaria impecable. Saquear y la consiguiente represión de la ciudadanía que reacciona contra el pillaje. Como bien expone Carlos Martínez de ATTAC Andalucía, “estamos ya en una pre-dictadura real y no somos conscientes de la gravedad de la situación. Se ataca el derecho de huelga, las libertades de expresión y manifestación y se prepara una ley represiva que permitan al poder y a los poderosos recortar, privatizar y despedir masivamente, acallando la protesta y oposición ciudadanas”.

Ante el rechazo social a la ley de seguridad, el Gobierno dice ahora que es solo un borrador y Rajoy ha ordenado “suavizarla”. Es posible pararla, si la ciudadanía se mueve. Y una reflexión de Luther King para aclarar dónde estamos: “Nunca olviden que todo lo que hizo Hitler en Alemania era legal”. Porque lo irrenunciable es la legitimidad de la que este gobierno no conserva ni gota. ¿Podemos frenar esa ley franquista y también el saqueo? Como afirma Mandela,siempre parece imposible hasta que se logra”.

Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor
CCS (Centro de Colaboraciones Solidarias)

viernes, 15 de noviembre de 2013

La obsesión por el crecimiento

Crecer es un concepto que se incorpora a nuestra vida desde muy temprano y casi siempre lo hace teñido de un tono esencialmente estimulante, alentador.

Con frecuencia desarrollo es usado en el habla cotidiana como sinónimo de crecimiento. También aquel está más vinculado a lo bueno que a lo malo. Aunque se dice, por ejemplo, que un individuo “desarrolló un cáncer”, en el uso más frecuente se suele emplear para destacar un avance, algo que mejora mientras crece.

La historia humana de Occidente puede ser vista como una historia del desarrollo de lo que el marxismo denominó “fuerzas productivas”.  De hecho, el comienzo de ese enfoque de la historia, la historia social como disciplina, se produjo cuando el capitalismo se expandió decisivamente, en la segunda mitad del siglo XIX.

El dominio y estímulo de esas “fuerzas productivas” pasaron a constituir el núcleo alrededor del cual se estructuraron los países, con relativa independencia de sus formas de organización social,  de sus estructuras de clases, de sus vínculos de dependencia o dominación con respecto a otros, de los fines ideológicos y políticos declarados por sus dirigentes de cada momento.

El crecimiento económico, el desarrollo, acabaron siendo el elemento esencial justificador de cualquier política. Y aquí están, llegados hace tiempo, instituidos como dogma irrevocable.

Para entender más profundamente un asunto como el crecimiento es necesario tomar distancia de uno mismo. Es imprescindible pensar en términos de la especie de la que uno forma parte (que lleva más de 160 mil años sobre un planeta en el que hay alguna forma de vida desde hace no menos de 2500 millones), en lugar de  hacerlo como persona individual que vive normalmente menos de 100 años. La dimensión temporal del análisis, la cantidad de tiempo que forma el marco en el que se piensa y se interpreta lo que es crecer otorga diferentes significados al mismo fenómeno.

Veamos unos ejemplos sencillos. La cantidad de coches por cada 1000 habitantes que hay en España no creció en 2012, y la mayoría de la gente, los medios de comunicación, los fabricantes de coches, los trabajadores de la industria automovilística, el ministro de economía, etc. vieron esto como algo desalentador y negativo. Ahora bien, si miramos lo que ha pasado en los últimos 25 años a este respecto, comprobamos que —a pesar de lo que sucedió el año pasado— el número de coches por cada 1000 habitantes casi se duplicó en ese lapso… Y esto es muy probable que se considere bueno y alentador.

En el año 2009 el producto bruto mundial (llamemos a esto la ‘riqueza total’ generada por toda la población del mundo, para simplificar) disminuyó casi el 3% con respecto al de 2008, lo que fue visto con pesimismo. Sin embargo, si observamos cuánto ha crecido esa riqueza disponible para el conjunto de los humanos en el período que va desde 1860 a la actualidad, es decir los últimos 150 años, veremos que, aunque ha habido breves períodos de disminución, lo que ha predominado muy marcadamente en ese lapso de tiempo ha sido el crecimiento anual que ha dado como resultado que el producto bruto mundial creciera muchas decenas de veces. Y aunque también ha crecido mucho la población del planeta, el promedio de riqueza por habitante ha aumentado muchísimo. ¡Qué bueno que así haya sido!, posiblemente nos diremos…

Un hecho habitualmente ignorado es que nada puede crecer en forma ilimitada en un medio limitado. Y el ritmo de crecimiento de los bienes materiales de los pasados 150 años, galopante, desorbitado,  nos debería llevar a percibir que el medio limitado en el que vivimos —la biosfera— está cada vez más lleno, tiene su capacidad más completa.

Un aspecto fundamental a tener en cuenta es que el crecimiento siempre entraña costes y perjuicios, fenómeno que estamos desacostumbrados a advertir ante la aparición de los nuevos bienes. Para tener más objetos (ya se trate de automóviles o alimentos, instrumentos musicales o aviones, mantequilla o cañones) es inevitable consumir recursos (materias primas, energía) y producir desperdicios.

Por lo tanto, a la hora de producir para crecer es imprescindible valorar con el mayor detalle cuál es la relación beneficio-perjuicio de hacerlo. Si para producir ciertos bienes más o menos prescindibles se emplean recursos que son muy valiosos por su escasez relativa, tal vez no convenga hacerlo. Sobre todo si los recursos que se gastan son además de limitados, irrecuperables y difícilmente sustituibles, y si los desechos que se producen en el proceso de producción causan daños irreparables a la salud de los individuos y al resto del entorno natural.

Con estas reflexiones sólo queremos proponer un marco dentro del cual encuadrar algunas preguntas que no pueden ignorarse y que sí tienen respuestas, muchas de ellas inquietantes. ¿Será bueno que la economía crezca sin parar? Dicho de otra manera, ¿será bueno que modifiquemos tanto la biosfera, por ejemplo extrayendo petróleo hasta el punto actual en que ya empieza a ser escaso? ¿Explotando las riquezas pesqueras del mar al punto de hacer que algunas especies se extingan? ¿Vertiendo gases a la atmósfera en cantidades que la naturaleza no puede “digerir”?

¿Qué es “riqueza”? ¿Qué es “bienestar”? ¿Todo lo que se produce es bueno? ¿Bueno para quién?
Crece la población de todo el mundo pero, ¿hasta dónde puede llegar ese aumento sin que aparezcan conflictos entre distintos grupos?

Hay colectividades humanas que aspiran a tener una vida más “humana” de la que tienen en la actualidad. Sabemos que hay en la actualidad mucha gente en el planeta que come poco y mal, carece de agua potable y de servicios médicos. Que tiene una vida precaria y más breve. ¿Es posible que los bienes a disposición de esa gente aumenten cuanto sea necesario para que ellos puedan subsanar sus carencias básicas? ¿Cómo habría que repartir el crecimiento entre los países y grupos sociales pobres y ricos si no se puede lograr que todos tengamos “todo lo que queremos” en las cantidades que queremos?

Miremos un poco más allá de la punta de nuestras narices. Los seres humanos no somos más que un grupo grande de seres que viven en un lugar que no es de nuestra propiedad. La capacidad transformadora de la realidad que hemos alcanzado como especie pone en riesgo lo que consideramos naturalmente como nuestro hogar.

¿No seremos mejores humanos si somos capaces de hacernos cargo de los inconvenientes a los que nos lleva querer siempre más de todo? Pensemos también que, aunque no nos importe mucho ser un mejor ser humano, tal vez nos convenga “no escupir al cielo” para no resultar afectados…

Jorge Crosa. Sociólogo
Público.es 
http://blogs.publico.es/dominiopublico/8164/la-obsesion-por-el-crecimiento/

lunes, 11 de noviembre de 2013

Un abismo de riqueza entre países ricos y pobres

Una nueva estadística sobre la distribución de la riqueza en el mundo muestra que el patrimonio de la población de los 40 países más ricos supera en 198 veces el de las 40 naciones más pobres. La riqueza por persona de los 5 países con mayor riqueza supera en 1.700 veces la de los 5 más pobres. 
 
Una nueva estadística sobre la distribución de la riqueza en el mundo muestra que el patrimonio de la población de los 40 países más ricos supera en 198 veces el de las 40 naciones más pobres. La riqueza por persona de los 5 países con mayor riqueza supera en 1.700 veces la de los 5 países más pobres. El descenso de la desigualdad en la última década se debe más a un retroceso de la riqueza especulativa de los ricos que de avances en los países pobres. Hasta ahora conocíamos la brecha económica Norte-Sur[1] a través de las desigualdades de renta existentes en el mundo (el “flujo” de lo que se ingresa cada año), pero no se contaba con información de las diferencias de riqueza (el “stock” total de bienes acumulados por los hogares) entre países. El Instituto de Investigación de un banco suizo (Credit Suisse) ha desarrollado una estadística bastante completa sobre la riqueza en 174 países (Global Wealth Report) que resulta de sumar los “activos” que poseen los hogares, incluyendo los bienes financieros (ahorros, inversiones, dinero disponible…) y no financieros (inmuebles, joyas, obras de arte…) y restar los “pasivos” (deudas pendientes). Según esta fuente las diferencias de riqueza por persona entre los 40 países más ricos y los 40 más pobres son siete veces mayores que las diferencias de renta. Si la ratio entre los grupos de más y menos renta en 2012 es de 27, en el caso de la riqueza llega a 198 . La desigualdad es de tal magnitud que obliga a construir un gráfico muy alargado para que los valores de los países pobres resulten mínimamente visibles (Gráfico 1).

Abismo_1

En los primeros 40 países del ranking (cuyos habitantes suman algo más de mil millones de personas) la riqueza media supera casi en cuatro veces su renta anual; es decir, lo acumulado históricamente es muy superior al flujo de ingresos anual. En cambio, en los 40 últimos (también algo más de mil millones de personas) la riqueza acumulada es la mitad de la renta anual, por tanto, las rentas se gastan en consumos básicos y apenas se pueden dedicar a incrementar los patrimonios. Entre estos dos polos se sitúan los 94 países intermedios (cuatro mil millones de personas, más de la mitad en China e India), cuyo patrimonio medio es muy similar a su renta anual.  

Distribución de la riqueza por grandes regiones
América del Norte y la Unión Europea, donde vive el 13,2% de la población mundial, concentran el 59,3% de la riqueza (136 billones de dólares en 2012). En el otro extremo, se sitúan el continente africano, la India, el resto de Europa, América Latina y China, que reúnen al 63,1% de la población y sólo al 17,8% de la riqueza (41 billones). En situación intermedia el resto de Asia y del Pacífico (que incluye países muy dispares, como Japón, Filipinas o Vietnam), con tasas más equilibradas: 23,6% de la población mundial y 22,9% de la riqueza (53 billones) (Gráfico 2).

Los cinco países más ricos, en valores absolutos, son Estados Unidos, Japón, China, Francia y Alemania, que concentran el 60% de la riqueza mundial de los hogares. Sin embargo, la riqueza relativa (por persona) es mayor en Suiza, Australia, Noruega, Luxemburgo y Suecia, cuya población de 45 millones de habitantes dispone de un patrimonio medio de 303.000 dólares. La riqueza por persona de estos 5 países es mil setecientas veces mayor que la de los 5 países más pobres, todos africanos (Guinea-Bissau, Etiopía, Burundi, República Democrática del Congo y Malawi) cuyos 193 millones de habitantes sólo alcanzan 161 dólares de patrimonio medio.

 Abismo_2

La brecha de desigualdad se ha reducido en la última década
Hasta aquí tenemos una foto fija de la distribución de riqueza en la actualidad. Pero es importante conocer cuál es la dinámica que se ha registrado en los últimos años, que coinciden con el cambio de ciclo económico, a partir de la crisis de 2007-2008. En 2001 la riqueza media por persona en los 40 países más ricos del mundo experimentó una bajada  del 8,4%, como consecuencia del pinchazo de la burbuja especulativa de las empresas “punto com”, para subir un 32,5% entre ese año y 2007, y caer de nuevo un 19,2% a raíz de la crisis económica de los últimos cinco años (línea azul del Gráfico 3). En conjunto, el patrimonio medio por persona en el grupo de países más ricos ha experimentado un descenso del 2% entre 2000 y 2012 (-3.600 dólares en valor monetario constante, a precios de 2012). Sin embargo, existen diferencias regionales importantes dentro de este club de países ricos: en la Unión Europea se registró un incremento del 21%  (+17.000$),  y en América del Norte una disminución del 14%  (-31.000$). El punto de partida era muy favorable a los hogares norteamericanos cuyo patrimonio medio en el año 2000 doblaba al de los europeos[2], una  ventaja que se ha reducido a la mitad (+53%) en el año 2012.

Abismo_3

España se sitúa en 2012 en el grupo de los países más ricos, ocupando el puesto 26 en el ranking de riqueza por persona (el décimo del mundo por la riqueza total de los hogares). Su evolución desde el año 2000 ha estado marcada por los dos ciclos económicos de la década, de expansión hasta 2007 y de recesión a partir de entonces.  Después de una caída del 5,2% en 2001, más suave que la experimentada por el grupo de países ricos, experimentó un crecimiento extraordinario del 93,7% entre 2001 y 2007, para bajar un 43,2% entre 2007 y 2012. Fluctuaciones muy elevadas que han estado asociadas a la expansión y posterior pinchazo de las burbujas inmobiliaria y financiera[3], principales activos del patrimonio de los hogares.  De esta manera, la riqueza por persona en España en 2012 es sólo un 4,4% más elevada que en el año 2000 (+3.800 euros), un saldo bastante inferior a la media de la Unión Europea (+21%) y con una tendencia a la baja más pronunciada en los últimos años. Por su parte, los 40 países más pobres y los 94 intermedios duplicaron su riqueza por persona entre 2000 y 2007 para reducirla en 2008 en una cuarta parte. A partir de entonces, los intermedios siguieron aumentado su riqueza y los más pobres la redujeron de nuevo en un 13%. En el caso de los 94 países intermedios, conviene destacar el peso determinante de China, pues su riqueza por persona creció un 138% entre 2000 y 2012, mientras el resto de países intermedios aumentó un 49,6%.

Abismo_4

 En definitiva, la brecha de desigualdad  entre países sigue siendo inmensa, pero las diferencias se han reducido de forma significativa entre los 40 países más ricos y los países intermedios (en este caso por la incidencia de China y, en menor medida, la India), y de forma menos intensa con los 40 países más pobres, que han incrementado su patrimonio medio por persona en un 25% (de 700 a 872 $). Si la riqueza media de los 40 países más ricos en el año 2000 era 34 veces mayor que la de los países intermedios y 252 veces mayor que la de los 40 países más pobres, en 2012 esa ratio pasó a ser de 19 y 198, respectivamente. ¿Quiere decir esto que caminamos progresivamente hacia un mundo menos desigual en términos de riqueza monetaria? A la vista de la evolución que muestra el Gráfico 4 parece que pesa más la caída de riqueza de los países ricos, producto de la desvalorización de patrimonios basados en la especulación, que el avance de los países pobres. En todo caso, hay una cierta expansión en algunos espacios de la antigua “periferia”, basados en una extensión del modelo capitalista y de la acumulación a zonas que habían permanecido al margen de las inversiones globalizadas. Por otra parte, siguen faltando datos para mostrar la evolución del reparto de la riqueza entre las poblaciones de los distintos países. Con ellas nos veríamos obligados a matizar un diagnóstico demasiado optimista. Al menos, en el caso español sabemos que en España las diferencias de patrimonio entre el 25% de hogares más ricos y el 25% más pobre aumentaron de 39 a 50 veces entre 2005 y 2009 (ver indicador 10 del ámbito Renta y Patrimonio del Barómetro social) y que entre 2011 y 2013 se ha incrementado el número de “ultra ricos”, como comentábamos en un post anterior.


[1] Indicador Nº 1 del ámbito de Relaciones internacionales del Barómetro social de España. Se obtiene a partir de los datos de población y PIB en paridad de poder adquisitivo que publica anualmente el Banco Mundial para 173 países. En las próximas semanas se incluirá un nuevo indicador de distribución de la riqueza en el mundo basado en la nueva estadística que avanzamos aquí.
[2] En los cálculos se incluyen los 28 países que forman actualmente la Unión Europea.
[3] El precio del metro cuadrado de vivienda, en euros constantes, subió un 76% entre 2001 y 2007 y bajó un 24,8% entre 2007 y 2012; y el valor de las acciones aumentó un 96,4% en el primer período para bajar el 24,8% en el segundo. Ver indicadores 11 de Renta y 1 de Vivienda del Barómetro Social de España. La comparación entre las tendencias del PIB mundial, más moderada y regular, y la de la riqueza, con picos y caídas mucho más pronunciados (Gráfico 3) muestran la importancia del componente especulativo de buena parte de la riqueza, ligadas a las fluctuaciones de los valores monetarios, bursátiles e inmobiliarios.
 
Colectivo IOÉ 
Kaos en la Red

sábado, 9 de noviembre de 2013

El desorden económico mundial surge del miedo

En el mundo hay 'países en desarrollo', es decir pobres. 'Países emergentes', es decir, que están saliendo de la pobreza y se están convirtiendo en 'países desarrollados'. Y los propios 'países desarrollados', en los que actualmente los niveles de pobreza van en aumento y las diferencias entre ricos y pobres son cada vez mayores. Evidentemente, aquí algo falla. 

Asistimos a la economía global, la desregularización de los mercados, la privatización de empresas y bienes públicos, la especulación financiera, el endeudamiento de los Gobiernos, etc. Los sistemas económicos mundiales actuales no resuelven la pobreza, por el contrario, favorecen el enriquecimiento de unos pocos y la usura de las entidades financieras. Si el objeto de la economía es, o debería ser, aportar criterios para que la distribución de los recursos sea lo más eficiente posible, siguiendo principios de equidad, como rezan la mayoría de las teorías económicas, no parece que se esté haciendo nada bien.

Una vez más, esta situación es el resultado del estado psicológico y evolutivo del ser humano. Más allá de los modelos y teorías económicas, el objetivo de la raza humana no debería ser sobrevivir, o enriquecerse, sino aprender, desarrollarse, evolucionar y autorrealizarse. La economía deberá ser un instrumento que favorezca este objetivo, satisfaciendo las necesidades básicas y aportando los recursos necesarios para este fin colectivo. En el momento actual, el aprendizaje de la humanidad debe ir hacia entender precisamente esto, cómo pasar de un sistema en que sobrevivir es el objetivo principal, a otro donde la supervivencia esté garantizada y podamos disfrutar viviendo y aprendiendo.

La inmadurez humana se traduce en errores de base

Por un lado, las teorías económicas actuales más reconocidas se basan en falacias psicológicas, lo que hace imposible que tengan éxito. Entendiendo por éxito el bienestar económico de todos los habitantes de este planeta.

Una de estas falacias es la supuesta igualdad de oportunidades. Es obvio que cada uno parte de diferentes circunstancias externas, tales como la posición económica y social, el acceso a la formación, etc. Tampoco partimos de las mismas capacidades personales, pues hay diferencias psicológicas individuales que nos hacen más aptos para unas actividades que para otras. Todos somos igual de valiosos, pero no somos iguales.

Otra falacia es la idea de que la competencia es la mejor manera de generar riqueza y prosperidad. La motivación psicológica de la competencia es el miedo, la lucha por el poder, por el control, y del miedo y la lucha entre nosotros no puede surgir un sistema saludable. Es mucho más fuerte y satisfactoria la motivación de la solidaridad y el reconocimiento mutuo, el hacer algo bueno para todos, para sí mismo y para los demás al mismo tiempo, obteniendo el agradecimiento y el apoyo de la comunidad. Quien lo practica lo sabe.

Microeconomía

Normalmente, el ciudadano de a pie, cuando piensa en economía se centra más en la microeconomía, el comportamiento de los principales agentes económicos: empresas, empleados y consumidores. Se piensa en variables como los precios, los salarios, el margen de beneficios o las rentas.

La llamada 'economía conductual' aplica principios básicos de la psicología actual a la economía, teniendo en cuenta la influencia que las emociones, los pensamientos o las tendencias sociales tienen en la toma de decisiones de estos agentes económico básicos, y cómo esto afecta a las variables microeconómicas. Pero, aunque con ello se entienda mejor el funcionamiento del sistema, no aporta soluciones a los problemas principales: la desigualdad y la inseguridad económica de la mayoría.

Todas las propuestas se basan en el esfuerzo individual, cada uno luchando por sí mismo en un mercado impersonal, despiadado, que supuestamente se autorregula, pero que no funciona en absoluto. Se menosprecian fuerzas inherentes en el ser humano tales como la inteligencia, la bondad y la solidaridad. La vida está llena de ejemplos de actitudes de estas últimas a las que no se da publicidad.

Macroeconomía

En el campo macroeconómico, los sistemas económicos actuales en todo el mundo han derivado en sistemas mixtos, es decir, el motor principal es el llamado 'sistema de mercado, oferta y demanda', pero con la intervención reguladora del Estado. En principio, hasta que seamos tan solidarios y altruistas que no haga falta regulación alguna, esta parece la solución más acertada, por su flexibilidad y porque compagina la iniciativa privada con el interés común… al menos en teoría.

Pero la inmadurez humana también alcanza a los que llegan a posiciones en las que podrían regular adecuadamente las normas y principios macroeconómicos a favor del bien común. Y no hablamos simplemente de igualdad de oportunidades, porque eso supone una competición, hablamos de principios de colaboración, de máxima eficacia en función de la solidaridad, donde cada uno aporta lo que puede y recibe lo que necesita. No es tan difícil, ya ocurre en pequeños colectivos y en situaciones de emergencia.

En este sentido, una de las claves del desastroso estado actual de la economía mundial es que la generación de deuda está en manos privadas. Hasta los Gobiernos, que son los que autorizan la emisión de moneda ('fiat money') y la capacidad o límite de emisión de créditos por entidades privadas (dinero fiduciario), están endeudados con esas mismas entidades privadas, siendo el volumen de dinero fiduciario alrededor del 95% del total. Esto hace que las directrices de la sociedad, no solo de la economía, esté en manos de unos pocos, financiando lo que va acorde con sus propios intereses y dejando de financiar lo que no. Estos pocos no parecen entender el beneficio que les reportaría fomentar el bienestar global, en lugar de mirar por asegurarse una posición privilegiada personal. O bien es que no saben cómo hacerlo y no dejan que otros lo hagan.

En definitiva, la raíz, el origen psicológico del desorden económico mundial está en el miedo al futuro, que genera una lucha por la supervivencia de uno en competencia con los demás. La solución está en que la mayor cantidad de personas posible entienda bien los errores de la situación actual y aprenda a resolver ese miedo para, sin excluir a nadie, favorecer el bien común frente al individual y restablecer el orden económico y social.

María Ibáñez y Jesús Jiménez. Psicólogo Clínico y Psicoterapeuta

RT 

http://actualidad.rt.com/blogueros/mente-y-actualidad/view/110467-desorden-economico-mundial-surge-miedo




En el mundo hay 'países en desarrollo', es decir pobres. 'Países emergentes', es decir, que están saliendo de la pobreza y se están convirtiendo en 'países desarrollados'. Y los propios 'países desarrollados', en los que actualmente los niveles de pobreza van en aumento y las diferencias entre ricos y pobres son cada vez mayores. Evidentemente, aquí algo falla.  



Asistimos a la economía global, la desregularización de los mercados, la privatización de empresas y bienes públicos, la especulación financiera, el endeudamiento de los Gobiernos, etc. Los sistemas económicos mundiales actuales no resuelven la pobreza, por el contrario, favorecen el enriquecimiento de unos pocos y la usura de las entidades financieras. Si el objeto de la economía es, o debería ser, aportar criterios para que la distribución de los recursos sea lo más eficiente posible, siguiendo principios de equidad, como rezan la mayoría de las teorías económicas, no parece que se esté haciendo nada bien. 
 
Una vez más, esta situación es el resultado del estado psicológico y evolutivo del ser humano. Más allá de los modelos y teorías económicas, el objetivo de la raza humana no debería ser sobrevivir, o enriquecerse, sino aprender, desarrollarse, evolucionar y autorrealizarse. La economía deberá ser un instrumento que favorezca este objetivo, satisfaciendo las necesidades básicas y aportando los recursos necesarios para este fin colectivo. En el momento actual, el aprendizaje de la humanidad debe ir hacia entender precisamente esto, cómo pasar de un sistema en que sobrevivir es el objetivo principal, a otro donde la supervivencia esté garantizada y podamos disfrutar viviendo y aprendiendo.
 
La inmadurez humana se traduce en errores de base
 
Por un lado, las teorías económicas actuales más reconocidas se basan en falacias psicológicas, lo que hace imposible que tengan éxito. Entendiendo por éxito el bienestar económico de todos los habitantes de este planeta.

Una de estas falacias es la supuesta igualdad de oportunidades. Es obvio que cada uno parte de diferentes circunstancias externas, tales como la posición económica y social, el acceso a la formación, etc. Tampoco partimos de las mismas capacidades personales, pues hay diferencias psicológicas individuales que nos hacen más aptos para unas actividades que para otras. Todos somos igual de valiosos, pero no somos iguales.
 
Otra falacia es la idea de que la competencia es la mejor manera de generar riqueza y prosperidadLa motivación psicológica de la competencia es el miedo, la lucha por el poder, por el control, y del miedo y la lucha entre nosotros no puede surgir un sistema saludable. Es mucho más fuerte y satisfactoria la motivación de la solidaridad y el reconocimiento mutuo, el hacer algo bueno para todos, para sí mismo y para los demás al mismo tiempo, obteniendo el agradecimiento y el apoyo de la comunidad. Quien lo practica lo sabe.
 
Microeconomía
 
Normalmente, el ciudadano de a pie, cuando piensa en economía se centra más en la microeconomía, el comportamiento de los principales agentes económicos: empresas, empleados y consumidores. Se piensa en variables como los precios, los salarios, el margen de beneficios o las rentas.

La llamada 'economía conductual' aplica principios básicos de la psicología actual a la economía, teniendo en cuenta la influencia que las emociones, los pensamientos o las tendencias sociales tienen en la toma de decisiones de estos agentes económico básicos, y cómo esto afecta a las variables microeconómicas. Pero, aunque con ello se entienda mejor el funcionamiento del sistema, no aporta soluciones a los problemas principales: la desigualdad y la inseguridad económica de la mayoría.

Todas las propuestas se basan en el esfuerzo individual, cada uno luchando por sí mismo en un mercado impersonal, despiadado, que supuestamente se autorregula, pero que no funciona en absoluto. Se menosprecian fuerzas inherentes en el ser humano tales como la inteligencia, la bondad y la solidaridad. La vida está llena de ejemplos de actitudes de estas últimas a las que no se da publicidad.
 
Macroeconomía
 
En el campo macroeconómico, los sistemas económicos actuales en todo el mundo han derivado en sistemas mixtos, es decir, el motor principal es el llamado 'sistema de mercado, oferta y demanda', pero con la intervención reguladora del Estado. En principio, hasta que seamos tan solidarios y altruistas que no haga falta regulación alguna, esta parece la solución más acertada, por su flexibilidad y porque compagina la iniciativa privada con el interés común… al menos en teoría.
 
Pero la inmadurez humana también alcanza a los que llegan a posiciones en las que podrían regular adecuadamente las normas y principios macroeconómicos a favor del bien común. Y no hablamos simplemente de igualdad de oportunidades, porque eso supone una competición, hablamos de principios de colaboración, de máxima eficacia en función de la solidaridad, donde cada uno aporta lo que puede y recibe lo que necesita. No es tan difícil, ya ocurre en pequeños colectivos y en situaciones de emergencia.
 
En este sentido, una de las claves del desastroso estado actual de la economía mundial es que la generación de deuda está en manos privadas. Hasta los Gobiernos, que son los que autorizan la emisión de moneda ('fiat money') y la capacidad o límite de emisión de créditos por entidades privadas (dinero fiduciario), están endeudados con esas mismas entidades privadas, siendo el volumen de dinero fiduciario alrededor del 95% del total. Esto hace que las directrices de la sociedad, no solo de la economía, esté en manos de unos pocos, financiando lo que va acorde con sus propios intereses y dejando de financiar lo que no. Estos pocos no parecen entender el beneficio que les reportaría fomentar el bienestar global, en lugar de mirar por asegurarse una posición privilegiada personal. O bien es que no saben cómo hacerlo y no dejan que otros lo hagan.
 
En definitiva, la raíz, el origen psicológico del desorden económico mundial está en el miedo al futuro, que genera una lucha por la supervivencia de uno en competencia con los demás. La solución está en que la mayor cantidad de personas posible entienda bien los errores de la situación actual y aprenda a resolver ese miedo para, sin excluir a nadie, favorecer el bien común frente al individual y restablecer el orden económico y social.

Psicólogo Clínico y Psicoterapeuta, escritores. María Ibáñez y Jesús Jiménez.


Texto completo en: http://actualidad.rt.com/blogueros/mente-y-actualidad/view/110467-desorden-economico-mundial-surge-miedo
En el mundo hay 'países en desarrollo', es decir pobres. 'Países emergentes', es decir, que están saliendo de la pobreza y se están convirtiendo en 'países desarrollados'. Y los propios 'países desarrollados', en los que actualmente los niveles de pobreza van en aumento y las diferencias entre ricos y pobres son cada vez mayores. Evidentemente, aquí algo falla.  



Asistimos a la economía global, la desregularización de los mercados, la privatización de empresas y bienes públicos, la especulación financiera, el endeudamiento de los Gobiernos, etc. Los sistemas económicos mundiales actuales no resuelven la pobreza, por el contrario, favorecen el enriquecimiento de unos pocos y la usura de las entidades financieras. Si el objeto de la economía es, o debería ser, aportar criterios para que la distribución de los recursos sea lo más eficiente posible, siguiendo principios de equidad, como rezan la mayoría de las teorías económicas, no parece que se esté haciendo nada bien. 
 
Una vez más, esta situación es el resultado del estado psicológico y evolutivo del ser humano. Más allá de los modelos y teorías económicas, el objetivo de la raza humana no debería ser sobrevivir, o enriquecerse, sino aprender, desarrollarse, evolucionar y autorrealizarse. La economía deberá ser un instrumento que favorezca este objetivo, satisfaciendo las necesidades básicas y aportando los recursos necesarios para este fin colectivo. En el momento actual, el aprendizaje de la humanidad debe ir hacia entender precisamente esto, cómo pasar de un sistema en que sobrevivir es el objetivo principal, a otro donde la supervivencia esté garantizada y podamos disfrutar viviendo y aprendiendo.
 
La inmadurez humana se traduce en errores de base
 
Por un lado, las teorías económicas actuales más reconocidas se basan en falacias psicológicas, lo que hace imposible que tengan éxito. Entendiendo por éxito el bienestar económico de todos los habitantes de este planeta.

Una de estas falacias es la supuesta igualdad de oportunidades. Es obvio que cada uno parte de diferentes circunstancias externas, tales como la posición económica y social, el acceso a la formación, etc. Tampoco partimos de las mismas capacidades personales, pues hay diferencias psicológicas individuales que nos hacen más aptos para unas actividades que para otras. Todos somos igual de valiosos, pero no somos iguales.
 
Otra falacia es la idea de que la competencia es la mejor manera de generar riqueza y prosperidadLa motivación psicológica de la competencia es el miedo, la lucha por el poder, por el control, y del miedo y la lucha entre nosotros no puede surgir un sistema saludable. Es mucho más fuerte y satisfactoria la motivación de la solidaridad y el reconocimiento mutuo, el hacer algo bueno para todos, para sí mismo y para los demás al mismo tiempo, obteniendo el agradecimiento y el apoyo de la comunidad. Quien lo practica lo sabe.
 
Microeconomía
 
Normalmente, el ciudadano de a pie, cuando piensa en economía se centra más en la microeconomía, el comportamiento de los principales agentes económicos: empresas, empleados y consumidores. Se piensa en variables como los precios, los salarios, el margen de beneficios o las rentas.

La llamada 'economía conductual' aplica principios básicos de la psicología actual a la economía, teniendo en cuenta la influencia que las emociones, los pensamientos o las tendencias sociales tienen en la toma de decisiones de estos agentes económico básicos, y cómo esto afecta a las variables microeconómicas. Pero, aunque con ello se entienda mejor el funcionamiento del sistema, no aporta soluciones a los problemas principales: la desigualdad y la inseguridad económica de la mayoría.

Todas las propuestas se basan en el esfuerzo individual, cada uno luchando por sí mismo en un mercado impersonal, despiadado, que supuestamente se autorregula, pero que no funciona en absoluto. Se menosprecian fuerzas inherentes en el ser humano tales como la inteligencia, la bondad y la solidaridad. La vida está llena de ejemplos de actitudes de estas últimas a las que no se da publicidad.
 
Macroeconomía
 
En el campo macroeconómico, los sistemas económicos actuales en todo el mundo han derivado en sistemas mixtos, es decir, el motor principal es el llamado 'sistema de mercado, oferta y demanda', pero con la intervención reguladora del Estado. En principio, hasta que seamos tan solidarios y altruistas que no haga falta regulación alguna, esta parece la solución más acertada, por su flexibilidad y porque compagina la iniciativa privada con el interés común… al menos en teoría.
 
Pero la inmadurez humana también alcanza a los que llegan a posiciones en las que podrían regular adecuadamente las normas y principios macroeconómicos a favor del bien común. Y no hablamos simplemente de igualdad de oportunidades, porque eso supone una competición, hablamos de principios de colaboración, de máxima eficacia en función de la solidaridad, donde cada uno aporta lo que puede y recibe lo que necesita. No es tan difícil, ya ocurre en pequeños colectivos y en situaciones de emergencia.
 
En este sentido, una de las claves del desastroso estado actual de la economía mundial es que la generación de deuda está en manos privadas. Hasta los Gobiernos, que son los que autorizan la emisión de moneda ('fiat money') y la capacidad o límite de emisión de créditos por entidades privadas (dinero fiduciario), están endeudados con esas mismas entidades privadas, siendo el volumen de dinero fiduciario alrededor del 95% del total. Esto hace que las directrices de la sociedad, no solo de la economía, esté en manos de unos pocos, financiando lo que va acorde con sus propios intereses y dejando de financiar lo que no. Estos pocos no parecen entender el beneficio que les reportaría fomentar el bienestar global, en lugar de mirar por asegurarse una posición privilegiada personal. O bien es que no saben cómo hacerlo y no dejan que otros lo hagan.
 
En definitiva, la raíz, el origen psicológico del desorden económico mundial está en el miedo al futuro, que genera una lucha por la supervivencia de uno en competencia con los demás. La solución está en que la mayor cantidad de personas posible entienda bien los errores de la situación actual y aprenda a resolver ese miedo para, sin excluir a nadie, favorecer el bien común frente al individual y restablecer el orden económico y social.

Psicólogo Clínico y Psicoterapeuta, escritores. María Ibáñez y Jesús Jiménez


Texto completo en: http://actualidad.rt.com/blogueros/mente-y-actualidad/view/110467-desorden-economico-mundial-surge-miedo

domingo, 3 de noviembre de 2013

¿Democracia sin partidos?

La democracia representativa como sistema de partidos competitivos en el poder se ha revelado completamente inútil para proteger y mejorar las condiciones de vida en términos de salud, educación, vivienda, trabajo y servicios públicos, lo que se ha traducido en la deslegitimación creciente del sistema de partidos debido a su complicidad con intereses económicos privados y a la adopción de políticas regresivas en lo político, social y ambiental.

Si algo tienen en común las actuales luchas por una democracia real es la reivindicación de nuevas formas de hacer política. Consignas coreadas masivamente en calles y plazas de todo el mundo, como “no nos representan”, “el pueblo unido avanza sin partido” o “no es democracia, es partidocracia” revelan un profundo malestar respecto a la democracia representativa y sus instituciones (Parlamentos, partidos, elecciones, etc.). Las primaveras árabes, Occupy Wall Street, el 15M, Que se Lixe a Troika en Portugal, el movimiento estudiantil chileno, Yo soy 132 en México y el Movimiento Passe Livre en Brasil son algunas de las expresiones más visibles de la búsqueda de  formatos participativos más allá de la política liberal. No es casual que buena parte de sus activistas repudie la presencia de banderas partidarias o rechace la vía electoral como la principal y única forma de promover la transformación social.

Si valoran la democracia, los partidos no pueden permanecer al margen de las lecciones de la calle; de lo contrario, serán superados por formas de asociación democrática más directas y horizontales. ¿Cuáles son, a grandes rasgos, estas lecciones?

1) Ni apolítica ni antipolítica. Los movimientos por la democracia real no constituyen una forma de antipolítica ni una modalidad de apoliticismo. Aunque su aparición está estrechamente vinculada a la crisis y sus efectos, no se trata de un fenómeno coyuntural o de corta duración, sino del despertar gradual de un letargo político para ajustar cuentas pendientes con la democracia y el capitalismo. La crisis provoca pobreza y desigualdad, pero también genera luchas y radicalidad. La política surgida en las calles expresa la heterogeneidad de formas de lucha apartidarias que albergan la esperanza de un nuevo contrato democrático en sintonía con las necesidades y aspiraciones de la mayoría. Se trata, en este sentido, de luchas por la reinvención de la democracia.

2) Contra la democracia desrepresentativa. Las luchas por la democracia real cuestionan la inercia de los partidos predominantes, que con la globalización neoliberal han abandonado dos de sus funciones principales (la representación política ciudadana y la transmisión de valores cívicos y democráticos) para convertirse en meros carteles electorales del capitalismo. Para reproducir sus condiciones de dominación, el neoliberalismo captó a políticos y se infiltró en sus partidos para que gobernasen a favor de sus intereses particulares. Para ello fue necesario vaciar la representación político-electoral de todo contenido social utilizando los medios de comunicación como instrumento de manipulación, además de sobornos, favores, donaciones ilegales, pactos ocultos, comisiones y otras formas de corrupción. Se formó así una clase política privilegiada compuesta, en palabras de Marx, por “cuadrillas de especuladores políticos que alternativamente se posesionan del poder estatal y lo explotan por los medios y para los fines más corrompidos”, convirtiendo los Parlamentos en comités de empresa donde la representación política es un servicio al alcance de quienes tienen medios para pagarlo; una clase que vive a costa de una democracia plutocrática globalizada, sin participación social, de sujetos apáticos e individualistas, represiva, desposesora de derechos, sin redistribución social, anclada en el discurso de la falta de alternativas, supeditada al mercado y saturada de corrupción.

3) Uso contrahegemónico de la democracia representativa. Las actuales luchas por la democracia tienen que aprender a utilizar los instrumentos dominantes de manera alternativa y liberadora, como plantea Boaventura Santos. Entre ellos se encuentra la democracia representativa. Hacer un uso contrahegemónico de la democracia representativa significa rescatar las potencialidades de la representación para ponerla al servicio de la emancipación social y del gobierno popular; consiste en luchar por otras formas y prácticas representativas que primen el componente democrático sobre el carácter elitista y mercantilista de la representación (neo)liberal. ¿Pero qué otras formas de representación? Una cosa parece cierta: la gente quiere modelos de organización y participación diferentes. Las nuevas formas de representación pasan por la complementariedad y la articulación entre diferentes formatos organizativos. Si aceptamos el ejercicio de la representación mediante una estructura parlamentaria, ¿por qué los partidos ostentan el monopolio de la representación? ¿por qué no pueden postularse a cargos electivos candidatos de movimientos sociales? Los partidos por la democracia real tienen que ser partidos de retaguardia que acompañen a los movimientos sociales y aprendan con las nuevas experiencias de participación. ¿Y qué otras prácticas representativas? Prácticas silenciadas por la versión dominante de la democracia representativa, como el mandato imperativo, la rendición de cuentas, la transparencia de los procedimientos, la revocabilidad de los cargos públicos o la rotación de cargos y funciones.

4) Complementariedad democrática. La democracia representativa es insuficiente para avanzar hacia democracias reales. La construcción de democracias más sólidas tiene que combinar la democracia representativa con elementos de democracia participativa que incorporen mecanismos de consulta popular, deliberación vinculante y poder de veto ciudadano, como preveía el malogrado proyecto constitucional islandés. La participación social mediante referéndums, plebiscitos, presupuestos participativos y acceso real a la presentación de iniciativas legislativas populares va en esta línea. Pero no basta. También es necesario fortalecer la diversidad democrática, reconociendo como legítimas las tradiciones de democracia horizontal y participativa existentes fuera de los Parlamentos, como el asamblearismo, el anarquismo, el consejismo, el cooperativismo, etc.

5) La lucha por la democracia real debe comenzar en el interior de los partidos y movimientos que la defienden. La falta de democracia interna, los personalismos, el seguidismo militante, el inmovilismo de las cúpulas, el arribismo y la escasa autocrítica, entre otros vicios, deslegitiman a los partidos como agentes de democracia. La regeneración y dignificación de la participación social en la política pasa por la democratización de los partidos.

En un tiempo en que la democracia corre el riesgo de convertirse en un objeto arqueológico, se impone como necesidad la resignificación de la política y del ejercicio democrático en clave social y participativa. Los partidos políticos con vocación democrática pueden jugar un papel relevante en este desafío, siempre que se comprometan con lucha por la democracia real, se coloquen del lado de la indignación generalizada de la población y hagan converger la democracia de las calles y plazas públicas con la vida institucional y partidaria.

Antoni Aguiló
Filósofo político y profesor del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra
Público.es 
http://blogs.publico.es/dominiopublico/8058/democracia-sin-partidos/

viernes, 1 de noviembre de 2013

El riesgo de no prepararse para un cambio

¿Qué puede pasar en España, a qué deberíamos estar preparados? Hay una visión ampliamente compartida de que el régimen sociopolítico de la Transición (que algunos llaman “segunda Restauración borbónica”) sufre una profunda crisis, y un coro creciente de voces reclama cambios. Pero a la vez el desconcierto es considerable y cuesta imaginar una salida democrática a la situación.

Un motivo de desconcierto es intuir que pese a la gravedad de lo que ocurre la reacción de la gente, aunque haya alcanzado una masividad y una articulación sin precedentes desde 1975, no basta para promover un cambio importante. Pero quienes no nos resignamos no deberíamos dejarnos paralizar por las incertidumbres de esta coyuntura, sobre todo porque, ante la magnitud del ataque a nuestros derechos, luchar es una obligación moral y política. La probabilidad de un cambio es baja, pero se pueden crear condiciones que lo propicien. Renunciar a ello puede convertirse en una profecía autocumplida.

El deterioro económico no parece haber tocado fondo. Pese a un modestísimo aumento de las exportaciones, el paro no remite y el mercado interior no se reactiva. Pese al rescate de la banca, hay dudas sobre su solvencia y el crédito no fluye. De todo esto puede derivar una decadencia política y moral, una desmovilización de una población muy castigada que hasta ahora ha resistido y protestado con un vigor y una tenacidad admirables. Pues es posible que estas luchas se agoten por cansancio y por falta de alternativa política viable.

No obstante, precisamente el vigor y la tenacidad de la lucha popular es también motivo de esperanza. Un desenlace democrático y progresista no es imposible, pero depende de condiciones políticas que hoy no se dan y que, si acaso, deberían crearse en los meses y años venideros. De tales condiciones depende que las fuerzas populares saquen la cabeza o, al contrario, sufran una derrota duradera.

Hagamos un ejercicio de imaginación. Echemos la vista atrás en la historia reciente de este país. El 14 de abril de 1931 puede servir de referencia. Como entonces, una contienda electoral puede acompañar o desencadenar cambios políticos más allá de las elecciones mismas. Imaginemos que en las próximas legislativas españolas, previstas para finales de 2015, el PP sufre un descalabro electoral. Una circunstancia así podría ser el inicio de cambios importantes.

El condicional es importante. Podría desencadenar cambios importantes si se dieran ciertas condiciones. Tratemos de imaginar cuáles. Antes, sin embargo, conviene señalar las diferencias entre 2015 y 1931. En la actualidad el papel del Estado es completamente distinto: es una estructura compleja que desempeña funciones esenciales para la reproducción del sistema económico, asegurando los ingresos (pensiones y subsidios) de millones de personas, apuntalando el sistema bancario, regulando muchas actividades industriales estratégicas, garantizando la provisión de energía, etc. Otra diferencia respecto a 1931 es que las interdependencias internacionales han crecido mucho. La pertenencia a la UE condiciona enormemente el destino de España. Por ambas razones el gobierno Rajoy parece hoy, pese a la crisis de régimen, a la corrupción, al desprestigio de instituciones clave como la realeza y la judicatura, a las tendencias centrífugas de algunos territorios y todo lo demás; pese a ello, el gobierno Rajoy parece menos vulnerable que el gobierno de la España de 1931, no sólo por su mayoría absoluta, sino también porque cuenta con el apoyo sólido de la UE neoliberal, que prefiere un gobierno de derechas con sobrada mayoría parlamentaria para someter sin contemplaciones a su gente a los dictados de la troika.

Esta solidez impide pensar en un derrumbe del gobierno como en el 1931. La UE tiene interés en un statu quo que garantice el orden neoliberal, el pago de la deuda externa y el desmantelamiento del Estado social de derecho. Se trata de una política reaccionaria internacional que avanza viento en popa y tratará de no ceder ni un milímetro del territorio conquistado.

Cuando se acerquen las elecciones legislativas, la UE y la troika tendrán un problema: el desprestigio del PP y el del PSOE. Pero pueden tratar de sortearlo (por ejemplo, con una “gran coalición” entre ambos) y lograrlo, si delante no encuentran una alternativa de la izquierda y un empuje suficiente para que triunfe. Ya se observan movimientos internos en los dos grandes partidos para afrontar esa situación. En el PP habrá que ver el papel del tándem Aguirre-Aznar; en el PSOE hay rivalidades personales, pero ni el menor atisbo de catarsis por su servilismo ante la oligarquía del dinero.

¿Y la izquierda-a-la-izquierda-del-PSOE? Está anclada en sus propias limitaciones y en su herencia. Izquierda Unida e Iniciativa per Catalunya están lastradas por el suicidio ideológico del PCE y el PSUC, cuyos equipos dirigentes se dedicaron tenazmente a destruir su identidad como partido transformador, como alternativa sociopolítica. Una cosa es aceptar que la revolución no está en el orden del día. Otra muy distinta liquidar la vocación transformadora de una organización, y así debilitar la idea de que el orden social existente es injusto e indeseable. Se renunció a mantener una cultura alternativa, llámese transformadora o revolucionaria; y a educar a la gente en unos valores alternativos que alimenten una voluntad de cambio radical, aunque haya que sacrificar apoyos electorales y esperar tiempos mejores. La peor herencia del PCE-PSUC fue esta liquidación.

La construcción de un régimen de libertades políticas —evitemos dar la dignidad de democracia a ese régimen— se hizo con políticas de consenso interclasista hasta cierto punto inevitables para salir de las instituciones de la dictadura y crear otras nuevas. Se hizo también en un contexto europeo y mundial de homologación con las “democracias” capitalistas, entonces aún marcadas por el pacto interclasista post-1945 que daba amplios derechos a la población trabajadora, en particular el Estado social de derecho (con la disposición de los ricos a pagar más impuestos para financiarlo), a cambio de una renuncia de las clases trabajadores a poner en jaque el sistema de la propiedad capitalista. Erigir en España un nuevo Estado del bienestar, aunque enclenque, implicaba entrar en las políticas de consenso interclasista dominantes en el resto de Europa. La suma de todo ello fue instalar al partido comunista y a sus sucesores en un clima de concertación que no tardó en generar en su seno una cultura de la colaboración de clases: en otras palabras, reforzar la tendencia a abandonar la perspectiva transformadora. Y esto traía consigo acentuar esclerosis y burocratización. El partido comunista se autodestruyó como herramienta de cambio, como si el sistema capitalista hubiera de durar eternamente. Su refundación como Izquierda Unida, al lado de otras organizaciones menores, no mejoró las cosas, pese a la resistencia de muchos militantes, algunos desde dentro y otros abandonando la militancia y pasando a trabajar en movimientos sociales. Algo parecido ha ocurrido con los dos grandes sindicatos de trabajadores, igualmente impregnados de una cultura del consenso y la colaboración entre clases.

Cuando en 2007 el gran capital rompió unilateralmente las reglas de juego desencadenando la ofensiva reaccionaria neoliberal de desmantelamiento del sector público, del Estado del bienestar y de los derechos sociales, esta ofensiva pilló por sorpresa a mucha gente. Pese a ello, los sectores afectados con mayor capacidad de movilización (trabajadores públicos de enseñanza, sanidad y otros y algunos colectivos de fábrica) reaccionaron defendiéndose, y a menudo desbordando las grandes organizaciones sindicales y políticas. Éstas, por su parte, están experimentando crisis internas de adaptación, se van dando cuenta de que estamos en un cambio de época y no se puede seguir haciendo política y sindicalismo como antes. ¿Lograrán adaptarse a las nuevas necesidades y aprender de las expresiones nuevas de sensibilidad política? Y si lo hacen, ¿lo harán a tiempo?

A la vez han surgido, al margen de esas grandes organizaciones, expresiones políticas nuevas, entre las que destaca el 15-M, que representa a multitud de personas que exigen una renovación completa de las maneras de hacer política. Además, nunca habían dejado de existir grupos de la izquierda radical y militantes autoexcluidos de las grandes organizaciones de la izquierda que inspiraban y animaban luchas en fábricas, en barrios, en movimientos de cooperación y solidaridad, etc. De este magma plural han brotado movimientos de resistencia a la ofensiva oligárquica, desde mareas hasta procesos constituyentes y parlamentos ciudadanos, y proliferan plataformas, observatorios y otros colectivos.

¿Qué puede salir de este conglomerado de fenómenos? El poder político establecido no está dispuesto a ceder: adopta la rigidez implacable de quien se sabe fuerte por la mayoría absoluta en el parlamento y por el apoyo de la UE. El clima político impide o dificulta salidas políticas que no salgan de las urnas, lo cual aconseja tener el ojo puesto en los momentos electorales. Pero no existe ninguna fuerza con suficiente peso y capacidad de atracción para gravitar a favor de un vuelco. La conclusión lógica es que urge construir una fuerza alternativa capaz de pesar sobre el panorama político y superar la crisis del régimen en vigor.

Desde muchos puntos surge el clamor para que IU, Equo, y formaciones de ámbito autonómico (ICV-EUiA, CUP, Compromís, Chunta Aragonesista, Alternativa Galega de Esquerda, etc.) decidan construir en España y en cada comunidad autónoma candidaturas unitarias que incorporen a figuras visibles y políticamente solventes procedentes de los movimientos, con mensajes de regeneración política y moral y de lucha contra el poder financiero. Sólo en una hipótesis así cabría la esperanza de que un descalabro electoral del PP en las generales impulsara una subida importante de una fuerza renovada y renovadora que pudiera tomar la iniciativa y dar un viraje sensible a la política del país. Las generales de 2015 podrían parecerse a las elecciones municipales de 1931 como expresión y revelación de la crisis del régimen.

Pero las incertidumbres son muchas. Sin un apoyo del PSOE no podría imponerse de inmediato una alternativa electoral al PP, y nada permite pensar que el PSOE se regenere y rompa sus compromisos con el gran capital. En una situación así, el factor decisivo puede ser que los movimientos populares y ciudadanos aprovechen la ocasión de una derrota electoral del PP para lanzar una ofensiva en la calle, acciones de resistencia y desobediencia civil, que adquirirían fuerza en la medida misma en que enarbolaran alternativas concretas y elaboradas de cambios radicales. Entre estas alternativas podrían figurar, por ejemplo, reforma electoral; sistema judicial independiente de los partidos; auditoría e impago de la deuda; banca pública; reversión de las privatizaciones de los servicios públicos esenciales; fiscalidad para los ricos; iniciativa estatal para crear empleo, etc.

Estos puntos son sólo el apunte apresurado de un programa mínimo que podría dar un vuelco significativo hacia un cambio de régimen, hacia una democracia más real, hacia un valladar frente a la ofensiva ultrarreaccionaria. Implicaría, por supuesto, una reforma de la Constitución de 1978, con la eliminación del artículo 135 y otras varias cosas. Y podría abrir la puerta a un cambio en la articulación territorial del Estado con el reconocimiento del derecho de autodeterminación de las comunidades nacionales que forman hoy el Estado español. (Estoy convencido de que las aspiraciones catalanas a un mayor autogobierno, léase independencia u otras fórmulas, hallarían una mejor interlocución con el resto de España en un contexto de cambio democrático-radical de régimen que en negociaciones entre elites neoliberales que agitan el fantasma de la independencia —unos a favor de ella y los otros en contra— como arma arrojadiza y demagógica.)

Condición necesaria sería una nueva formación electoral unitaria, frente popular, frente amplio o como se llamara, acorde con la sensibilidad difundida por el 15-M y dispuesta a superar la desconfianza en los partidos y en las maneras hoy vigentes de hacer política. Serían también necesarios gestos visibles y fiables de que se van a cambiar esas maneras, y de que se va a trabajar con honestidad y luchar a muerte contra la corrupción. Sólo así cabría esperar que millones de electores se decidieran a cambiar su voto a esa candidatura ciudadana, radicalmente democrática y orientada contra el poder financiero, contra la vieja casta política ligada a las “puertas giratorias”. Los partidos y fuerzas políticas a la izquierda del PSOE tienen todos una responsabilidad histórica para hacerlo posible.

Pero no creo que bastara un frente político-electoral amplio y radical. Si no hay a la vez una presión en la calle; si no hay elaboraciones programáticas alternativas de los movimientos, plataformas y observatorios —o de “procesos constituyentes” y “parlamentos ciudadanos” como los que están iniciando su carrera en Cataluña— de la sociedad civil; si no se consigue demostrar que el país dice “basta” y “esto es lo que queremos”, pienso que el poder emanado de las urnas difícilmente podría superar las enormes presiones internas y externas que intentarían hacer abortar el proceso. Los sindicatos, que pese a sus debilidades ideológicas y políticas son las organizaciones que representan a la masa más considerable de personas en el país, deberían colocar en su horizonte la perspectiva de una huelga general política: algo así podría ser un arma decisiva en una movilización ciudadana como la aquí propuesta. Los sindicatos necesitan también su catarsis y su adaptación al nuevo clima social. Por otra parte, sólo una fuerte presión de la calle podría lograr arrastrar al PSOE o a parte de sus militantes y votantes a dar su apoyo al proceso, contribuyendo, aunque a regañadientes, a su avance.

Cuidado con hacerse ilusiones excesivas. La oligarquía sigue siendo muy fuerte. En la población, junto a la indignación hay inercias mentales, desorientación y miedo. Pero desaprovechar la ocasión que supondría un retroceso importante electoral del PP —suponiendo, claro, que llegue a producirse, lo cual no puede darse tampoco por descontado— podría retrasar muchos años la perspectiva de un avance de la izquierda y la democracia. Hay que trabajar también con otra precaución en mente: no dar batallas que puedan redundar en derrotas duraderas de las fuerzas propias.

Los procesos sociales no se diseñan en laboratorios. Ni en artículos periodísticos como este. Surgen con grados elevados de espontaneidad e imprevisibilidad. ¿Quién habría podido prever la huelga de la enseñanza en las Baleares, con rotación de huelguistas, caja de resistencia y colaboración activa de padres y madres? ¿Y la riqueza creativa de las distintas mareas reivindicativas y la cadena humana en Cataluña? Pero la espontaneidad resulta de la acumulación de infinitos pequeños proyectos, ideas y sentimientos, no de una espera pasiva. Por eso empezar a ejercitar la imaginación para estar a la altura de las circunstancias me parece una obligación perentoria para evitar que, si las circunstancias se vuelven propicias, perdamos (por no haberlas previsto ni imaginado) oportunidades que podrían tardar en reproducirse. Por un lado renovación política; por otro, deseo, esperanza e imaginación creadora pueden ser los ingredientes del cambio.

Joaquín Sempere
Mientras Tanto

Joaquim Sempere

Joaquim Sempere
¿Qué puede pasar en España, a qué deberíamos estar preparados? Hay una visión ampliamente compartida de que el régimen sociopolítico de la Transición (que algunos llaman “segunda Restauración borbónica”) sufre una profunda crisis, y un coro creciente de voces reclama cambios. Pero a la vez el desconcierto es considerable y cuesta imaginar una salida democrática a la situación.
Un motivo de desconcierto es intuir que pese a la gravedad de lo que ocurre la reacción de la gente, aunque haya alcanzado una masividad y una articulación sin precedentes desde 1975, no basta para promover un cambio importante. Pero quienes no nos resignamos no deberíamos dejarnos paralizar por las incertidumbres de esta coyuntura, sobre todo porque, ante la magnitud del ataque a nuestros derechos, luchar es una obligación moral y política. La probabilidad de un cambio es baja, pero se pueden crear condiciones que lo propicien. Renunciar a ello puede convertirse en una profecía autocumplida.
El deterioro económico no parece haber tocado fondo. Pese a un modestísimo aumento de las exportaciones, el paro no remite y el mercado interior no se reactiva. Pese al rescate de la banca, hay dudas sobre su solvencia y el crédito no fluye. De todo esto puede derivar una decadencia política y moral, una desmovilización de una población muy castigada que hasta ahora ha resistido y protestado con un vigor y una tenacidad admirables. Pues es posible que estas luchas se agoten por cansancio y por falta de alternativa política viable.
No obstante, precisamente el vigor y la tenacidad de la lucha popular es también motivo de esperanza. Un desenlace democrático y progresista no es imposible, pero depende de condiciones políticas que hoy no se dan y que, si acaso, deberían crearse en los meses y años venideros. De tales condiciones depende que las fuerzas populares saquen la cabeza o, al contrario, sufran una derrota duradera.
Hagamos un ejercicio de imaginación. Echemos la vista atrás en la historia reciente de este país. El 14 de abril de 1931 puede servir de referencia. Como entonces, una contienda electoral puede acompañar o desencadenar cambios políticos más allá de las elecciones mismas. Imaginemos que en las próximas legislativas españolas, previstas para finales de 2015, el PP sufre un descalabro electoral. Una circunstancia así podría ser el inicio de cambios importantes.
El condicional es importante. Podría desencadenar cambios importantes si se dieran ciertas condiciones. Tratemos de imaginar cuáles. Antes, sin embargo, conviene señalar las diferencias entre 2015 y 1931. En la actualidad el papel del Estado es completamente distinto: es una estructura compleja que desempeña funciones esenciales para la reproducción del sistema económico, asegurando los ingresos (pensiones y subsidios) de millones de personas, apuntalando el sistema bancario, regulando muchas actividades industriales estratégicas, garantizando la provisión de energía, etc. Otra diferencia respecto a 1931 es que las interdependencias internacionales han crecido mucho. La pertenencia a la UE condiciona enormemente el destino de España. Por ambas razones el gobierno Rajoy parece hoy, pese a la crisis de régimen, a la corrupción, al desprestigio de instituciones clave como la realeza y la judicatura, a las tendencias centrífugas de algunos territorios y todo lo demás; pese a ello, el gobierno Rajoy parece menos vulnerable que el gobierno de la España de 1931, no sólo por su mayoría absoluta, sino también porque cuenta con el apoyo sólido de la UE neoliberal, que prefiere un gobierno de derechas con sobrada mayoría parlamentaria para someter sin contemplaciones a su gente a los dictados de la troika.
Esta solidez impide pensar en un derrumbe del gobierno como en el 1931. La UE tiene interés en un statu quo que garantice el orden neoliberal, el pago de la deuda externa y el desmantelamiento del Estado social de derecho. Se trata de una política reaccionaria internacional que avanza viento en popa y tratará de no ceder ni un milímetro del territorio conquistado.
Cuando se acerquen las elecciones legislativas, la UE y la troika tendrán un problema: el desprestigio del PP y el del PSOE. Pero pueden tratar de sortearlo (por ejemplo, con una “gran coalición” entre ambos) y lograrlo, si delante no encuentran una alternativa de la izquierda y un empuje suficiente para que triunfe. Ya se observan movimientos internos en los dos grandes partidos para afrontar esa situación. En el PP habrá que ver el papel del tándem Aguirre-Aznar; en el PSOE hay rivalidades personales, pero ni el menor atisbo de catarsis por su servilismo ante la oligarquía del dinero.
¿Y la izquierda-a-la-izquierda-del-PSOE? Está anclada en sus propias limitaciones y en su herencia. Izquierda Unida e Iniciativa per Catalunya están lastradas por el suicidio ideológico del PCE y el PSUC, cuyos equipos dirigentes se dedicaron tenazmente a destruir su identidad como partido transformador, como alternativa sociopolítica. Una cosa es aceptar que la revolución no está en el orden del día. Otra muy distinta liquidar la vocación transformadora de una organización, y así debilitar la idea de que el orden social existente es injusto e indeseable. Se renunció a mantener una cultura alternativa, llámese transformadora o revolucionaria; y a educar a la gente en unos valores alternativos que alimenten una voluntad de cambio radical, aunque haya que sacrificar apoyos electorales y esperar tiempos mejores. La peor herencia del PCE-PSUC fue esta liquidación.
La construcción de un régimen de libertades políticas —evitemos dar la dignidad de democracia a ese régimen— se hizo con políticas de consenso interclasista hasta cierto punto inevitables para salir de las instituciones de la dictadura y crear otras nuevas. Se hizo también en un contexto europeo y mundial de homologación con las “democracias” capitalistas, entonces aún marcadas por el pacto interclasista post-1945 que daba amplios derechos a la población trabajadora, en particular el Estado social de derecho (con la disposición de los ricos a pagar más impuestos para financiarlo), a cambio de una renuncia de las clases trabajadores a poner en jaque el sistema de la propiedad capitalista. Erigir en España un nuevo Estado del bienestar, aunque enclenque, implicaba entrar en las políticas de consenso interclasista dominantes en el resto de Europa. La suma de todo ello fue instalar al partido comunista y a sus sucesores en un clima de concertación que no tardó en generar en su seno una cultura de la colaboración de clases: en otras palabras, reforzar la tendencia a abandonar la perspectiva transformadora. Y esto traía consigo acentuar esclerosis y burocratización. El partido comunista se autodestruyó como herramienta de cambio, como si el sistema capitalista hubiera de durar eternamente. Su refundación como Izquierda Unida, al lado de otras organizaciones menores, no mejoró las cosas, pese a la resistencia de muchos militantes, algunos desde dentro y otros abandonando la militancia y pasando a trabajar en movimientos sociales. Algo parecido ha ocurrido con los dos grandes sindicatos de trabajadores, igualmente impregnados de una cultura del consenso y la colaboración entre clases.
Cuando en 2007 el gran capital rompió unilateralmente las reglas de juego desencadenando la ofensiva reaccionaria neoliberal de desmantelamiento del sector público, del Estado del bienestar y de los derechos sociales, esta ofensiva pilló por sorpresa a mucha gente. Pese a ello, los sectores afectados con mayor capacidad de movilización (trabajadores públicos de enseñanza, sanidad y otros y algunos colectivos de fábrica) reaccionaron defendiéndose, y a menudo desbordando las grandes organizaciones sindicales y políticas. Éstas, por su parte, están experimentando crisis internas de adaptación, se van dando cuenta de que estamos en un cambio de época y no se puede seguir haciendo política y sindicalismo como antes. ¿Lograrán adaptarse a las nuevas necesidades y aprender de las expresiones nuevas de sensibilidad política? Y si lo hacen, ¿lo harán a tiempo?
A la vez han surgido, al margen de esas grandes organizaciones, expresiones políticas nuevas, entre las que destaca el 15-M, que representa a multitud de personas que exigen una renovación completa de las maneras de hacer política. Además, nunca habían dejado de existir grupos de la izquierda radical y militantes autoexcluidos de las grandes organizaciones de la izquierda que inspiraban y animaban luchas en fábricas, en barrios, en movimientos de cooperación y solidaridad, etc. De este magma plural han brotado movimientos de resistencia a la ofensiva oligárquica, desde mareas hasta procesos constituyentes y parlamentos ciudadanos, y proliferan plataformas, observatorios y otros colectivos.
¿Qué puede salir de este conglomerado de fenómenos? El poder político establecido no está dispuesto a ceder: adopta la rigidez implacable de quien se sabe fuerte por la mayoría absoluta en el parlamento y por el apoyo de la UE. El clima político impide o dificulta salidas políticas que no salgan de las urnas, lo cual aconseja tener el ojo puesto en los momentos electorales. Pero no existe ninguna fuerza con suficiente peso y capacidad de atracción para gravitar a favor de un vuelco. La conclusión lógica es que urge construir una fuerza alternativa capaz de pesar sobre el panorama político y superar la crisis del régimen en vigor.
Desde muchos puntos surge el clamor para que IU, Equo, y formaciones de ámbito autonómico (ICV-EUiA, CUP, Compromís, Chunta Aragonesista, Alternativa Galega de Esquerda, etc.) decidan construir en España y en cada comunidad autónoma candidaturas unitarias que incorporen a figuras visibles y políticamente solventes procedentes de los movimientos, con mensajes de regeneración política y moral y de lucha contra el poder financiero. Sólo en una hipótesis así cabría la esperanza de que un descalabro electoral del PP en las generales impulsara una subida importante de una fuerza renovada y renovadora que pudiera tomar la iniciativa y dar un viraje sensible a la política del país. Las generales de 2015 podrían parecerse a las elecciones municipales de 1931 como expresión y revelación de la crisis del régimen.
Pero las incertidumbres son muchas. Sin un apoyo del PSOE no podría imponerse de inmediato una alternativa electoral al PP, y nada permite pensar que el PSOE se regenere y rompa sus compromisos con el gran capital. En una situación así, el factor decisivo puede ser que los movimientos populares y ciudadanos aprovechen la ocasión de una derrota electoral del PP para lanzar una ofensiva en la calle, acciones de resistencia y desobediencia civil, que adquirirían fuerza en la medida misma en que enarbolaran alternativas concretas y elaboradas de cambios radicales. Entre estas alternativas podrían figurar, por ejemplo, reforma electoral; sistema judicial independiente de los partidos; auditoría e impago de la deuda; banca pública; reversión de las privatizaciones de los servicios públicos esenciales; fiscalidad para los ricos; iniciativa estatal para crear empleo, etc.
Estos puntos son sólo el apunte apresurado de un programa mínimo que podría dar un vuelco significativo hacia un cambio de régimen, hacia una democracia más real, hacia un valladar frente a la ofensiva ultrarreaccionaria. Implicaría, por supuesto, una reforma de la Constitución de 1978, con la eliminación del artículo 135 y otras varias cosas. Y podría abrir la puerta a un cambio en la articulación territorial del Estado con el reconocimiento del derecho de autodeterminación de las comunidades nacionales que forman hoy el Estado español. (Estoy convencido de que las aspiraciones catalanas a un mayor autogobierno, léase independencia u otras fórmulas, hallarían una mejor interlocución con el resto de España en un contexto de cambio democrático-radical de régimen que en negociaciones entre elites neoliberales que agitan el fantasma de la independencia —unos a favor de ella y los otros en contra— como arma arrojadiza y demagógica.)
Condición necesaria sería una nueva formación electoral unitaria, frente popular, frente amplio o como se llamara, acorde con la sensibilidad difundida por el 15-M y dispuesta a superar la desconfianza en los partidos y en las maneras hoy vigentes de hacer política. Serían también necesarios gestos visibles y fiables de que se van a cambiar esas maneras, y de que se va a trabajar con honestidad y luchar a muerte contra la corrupción. Sólo así cabría esperar que millones de electores se decidieran a cambiar su voto a esa candidatura ciudadana, radicalmente democrática y orientada contra el poder financiero, contra la vieja casta política ligada a las “puertas giratorias”. Los partidos y fuerzas políticas a la izquierda del PSOE tienen todos una responsabilidad histórica para hacerlo posible.
Pero no creo que bastara un frente político-electoral amplio y radical. Si no hay a la vez una presión en la calle; si no hay elaboraciones programáticas alternativas de los movimientos, plataformas y observatorios —o de “procesos constituyentes” y “parlamentos ciudadanos” como los que están iniciando su carrera en Cataluña— de la sociedad civil; si no se consigue demostrar que el país dice “basta” y “esto es lo que queremos”, pienso que el poder emanado de las urnas difícilmente podría superar las enormes presiones internas y externas que intentarían hacer abortar el proceso. Los sindicatos, que pese a sus debilidades ideológicas y políticas son las organizaciones que representan a la masa más considerable de personas en el país, deberían colocar en su horizonte la perspectiva de una huelga general política: algo así podría ser un arma decisiva en una movilización ciudadana como la aquí propuesta. Los sindicatos necesitan también su catarsis y su adaptación al nuevo clima social. Por otra parte, sólo una fuerte presión de la calle podría lograr arrastrar al PSOE o a parte de sus militantes y votantes a dar su apoyo al proceso, contribuyendo, aunque a regañadientes, a su avance.
Cuidado con hacerse ilusiones excesivas. La oligarquía sigue siendo muy fuerte. En la población, junto a la indignación hay inercias mentales, desorientación y miedo. Pero desaprovechar la ocasión que supondría un retroceso importante electoral del PP —suponiendo, claro, que llegue a producirse, lo cual no puede darse tampoco por descontado— podría retrasar muchos años la perspectiva de un avance de la izquierda y la democracia. Hay que trabajar también con otra precaución en mente: no dar batallas que puedan redundar en derrotas duraderas de las fuerzas propias.
Los procesos sociales no se diseñan en laboratorios. Ni en artículos periodísticos como este. Surgen con grados elevados de espontaneidad e imprevisibilidad. ¿Quién habría podido prever la huelga de la enseñanza en las Baleares, con rotación de huelguistas, caja de resistencia y colaboración activa de padres y madres? ¿Y la riqueza creativa de las distintas mareas reivindicativas y la cadena humana en Cataluña? Pero la espontaneidad resulta de la acumulación de infinitos pequeños proyectos, ideas y sentimientos, no de una espera pasiva. Por eso empezar a ejercitar la imaginación para estar a la altura de las circunstancias me parece una obligación perentoria para evitar que, si las circunstancias se vuelven propicias, perdamos (por no haberlas previsto ni imaginado) oportunidades que podrían tardar en reproducirse. Por un lado renovación política; por otro, deseo, esperanza e imaginación creadora pueden ser los ingredientes del cambio.
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¿Qué puede pasar en España, a qué deberíamos estar preparados? Hay una visión ampliamente compartida de que el régimen sociopolítico de la Transición (que algunos llaman “segunda Restauración borbónica”) sufre una profunda crisis, y un coro creciente de voces reclama cambios. Pero a la vez el desconcierto es considerable y cuesta imaginar una salida democrática a la situación.
Un motivo de desconcierto es intuir que pese a la gravedad de lo que ocurre la reacción de la gente, aunque haya alcanzado una masividad y una articulación sin precedentes desde 1975, no basta para promover un cambio importante. Pero quienes no nos resignamos no deberíamos dejarnos paralizar por las incertidumbres de esta coyuntura, sobre todo porque, ante la magnitud del ataque a nuestros derechos, luchar es una obligación moral y política. La probabilidad de un cambio es baja, pero se pueden crear condiciones que lo propicien. Renunciar a ello puede convertirse en una profecía autocumplida.
El deterioro económico no parece haber tocado fondo. Pese a un modestísimo aumento de las exportaciones, el paro no remite y el mercado interior no se reactiva. Pese al rescate de la banca, hay dudas sobre su solvencia y el crédito no fluye. De todo esto puede derivar una decadencia política y moral, una desmovilización de una población muy castigada que hasta ahora ha resistido y protestado con un vigor y una tenacidad admirables. Pues es posible que estas luchas se agoten por cansancio y por falta de alternativa política viable.
No obstante, precisamente el vigor y la tenacidad de la lucha popular es también motivo de esperanza. Un desenlace democrático y progresista no es imposible, pero depende de condiciones políticas que hoy no se dan y que, si acaso, deberían crearse en los meses y años venideros. De tales condiciones depende que las fuerzas populares saquen la cabeza o, al contrario, sufran una derrota duradera.
Hagamos un ejercicio de imaginación. Echemos la vista atrás en la historia reciente de este país. El 14 de abril de 1931 puede servir de referencia. Como entonces, una contienda electoral puede acompañar o desencadenar cambios políticos más allá de las elecciones mismas. Imaginemos que en las próximas legislativas españolas, previstas para finales de 2015, el PP sufre un descalabro electoral. Una circunstancia así podría ser el inicio de cambios importantes.
El condicional es importante. Podría desencadenar cambios importantes si se dieran ciertas condiciones. Tratemos de imaginar cuáles. Antes, sin embargo, conviene señalar las diferencias entre 2015 y 1931. En la actualidad el papel del Estado es completamente distinto: es una estructura compleja que desempeña funciones esenciales para la reproducción del sistema económico, asegurando los ingresos (pensiones y subsidios) de millones de personas, apuntalando el sistema bancario, regulando muchas actividades industriales estratégicas, garantizando la provisión de energía, etc. Otra diferencia respecto a 1931 es que las interdependencias internacionales han crecido mucho. La pertenencia a la UE condiciona enormemente el destino de España. Por ambas razones el gobierno Rajoy parece hoy, pese a la crisis de régimen, a la corrupción, al desprestigio de instituciones clave como la realeza y la judicatura, a las tendencias centrífugas de algunos territorios y todo lo demás; pese a ello, el gobierno Rajoy parece menos vulnerable que el gobierno de la España de 1931, no sólo por su mayoría absoluta, sino también porque cuenta con el apoyo sólido de la UE neoliberal, que prefiere un gobierno de derechas con sobrada mayoría parlamentaria para someter sin contemplaciones a su gente a los dictados de la troika.
Esta solidez impide pensar en un derrumbe del gobierno como en el 1931. La UE tiene interés en un statu quo que garantice el orden neoliberal, el pago de la deuda externa y el desmantelamiento del Estado social de derecho. Se trata de una política reaccionaria internacional que avanza viento en popa y tratará de no ceder ni un milímetro del territorio conquistado.
Cuando se acerquen las elecciones legislativas, la UE y la troika tendrán un problema: el desprestigio del PP y el del PSOE. Pero pueden tratar de sortearlo (por ejemplo, con una “gran coalición” entre ambos) y lograrlo, si delante no encuentran una alternativa de la izquierda y un empuje suficiente para que triunfe. Ya se observan movimientos internos en los dos grandes partidos para afrontar esa situación. En el PP habrá que ver el papel del tándem Aguirre-Aznar; en el PSOE hay rivalidades personales, pero ni el menor atisbo de catarsis por su servilismo ante la oligarquía del dinero.
¿Y la izquierda-a-la-izquierda-del-PSOE? Está anclada en sus propias limitaciones y en su herencia. Izquierda Unida e Iniciativa per Catalunya están lastradas por el suicidio ideológico del PCE y el PSUC, cuyos equipos dirigentes se dedicaron tenazmente a destruir su identidad como partido transformador, como alternativa sociopolítica. Una cosa es aceptar que la revolución no está en el orden del día. Otra muy distinta liquidar la vocación transformadora de una organización, y así debilitar la idea de que el orden social existente es injusto e indeseable. Se renunció a mantener una cultura alternativa, llámese transformadora o revolucionaria; y a educar a la gente en unos valores alternativos que alimenten una voluntad de cambio radical, aunque haya que sacrificar apoyos electorales y esperar tiempos mejores. La peor herencia del PCE-PSUC fue esta liquidación.
La construcción de un régimen de libertades políticas —evitemos dar la dignidad de democracia a ese régimen— se hizo con políticas de consenso interclasista hasta cierto punto inevitables para salir de las instituciones de la dictadura y crear otras nuevas. Se hizo también en un contexto europeo y mundial de homologación con las “democracias” capitalistas, entonces aún marcadas por el pacto interclasista post-1945 que daba amplios derechos a la población trabajadora, en particular el Estado social de derecho (con la disposición de los ricos a pagar más impuestos para financiarlo), a cambio de una renuncia de las clases trabajadores a poner en jaque el sistema de la propiedad capitalista. Erigir en España un nuevo Estado del bienestar, aunque enclenque, implicaba entrar en las políticas de consenso interclasista dominantes en el resto de Europa. La suma de todo ello fue instalar al partido comunista y a sus sucesores en un clima de concertación que no tardó en generar en su seno una cultura de la colaboración de clases: en otras palabras, reforzar la tendencia a abandonar la perspectiva transformadora. Y esto traía consigo acentuar esclerosis y burocratización. El partido comunista se autodestruyó como herramienta de cambio, como si el sistema capitalista hubiera de durar eternamente. Su refundación como Izquierda Unida, al lado de otras organizaciones menores, no mejoró las cosas, pese a la resistencia de muchos militantes, algunos desde dentro y otros abandonando la militancia y pasando a trabajar en movimientos sociales. Algo parecido ha ocurrido con los dos grandes sindicatos de trabajadores, igualmente impregnados de una cultura del consenso y la colaboración entre clases.
Cuando en 2007 el gran capital rompió unilateralmente las reglas de juego desencadenando la ofensiva reaccionaria neoliberal de desmantelamiento del sector público, del Estado del bienestar y de los derechos sociales, esta ofensiva pilló por sorpresa a mucha gente. Pese a ello, los sectores afectados con mayor capacidad de movilización (trabajadores públicos de enseñanza, sanidad y otros y algunos colectivos de fábrica) reaccionaron defendiéndose, y a menudo desbordando las grandes organizaciones sindicales y políticas. Éstas, por su parte, están experimentando crisis internas de adaptación, se van dando cuenta de que estamos en un cambio de época y no se puede seguir haciendo política y sindicalismo como antes. ¿Lograrán adaptarse a las nuevas necesidades y aprender de las expresiones nuevas de sensibilidad política? Y si lo hacen, ¿lo harán a tiempo?
A la vez han surgido, al margen de esas grandes organizaciones, expresiones políticas nuevas, entre las que destaca el 15-M, que representa a multitud de personas que exigen una renovación completa de las maneras de hacer política. Además, nunca habían dejado de existir grupos de la izquierda radical y militantes autoexcluidos de las grandes organizaciones de la izquierda que inspiraban y animaban luchas en fábricas, en barrios, en movimientos de cooperación y solidaridad, etc. De este magma plural han brotado movimientos de resistencia a la ofensiva oligárquica, desde mareas hasta procesos constituyentes y parlamentos ciudadanos, y proliferan plataformas, observatorios y otros colectivos.
¿Qué puede salir de este conglomerado de fenómenos? El poder político establecido no está dispuesto a ceder: adopta la rigidez implacable de quien se sabe fuerte por la mayoría absoluta en el parlamento y por el apoyo de la UE. El clima político impide o dificulta salidas políticas que no salgan de las urnas, lo cual aconseja tener el ojo puesto en los momentos electorales. Pero no existe ninguna fuerza con suficiente peso y capacidad de atracción para gravitar a favor de un vuelco. La conclusión lógica es que urge construir una fuerza alternativa capaz de pesar sobre el panorama político y superar la crisis del régimen en vigor.
Desde muchos puntos surge el clamor para que IU, Equo, y formaciones de ámbito autonómico (ICV-EUiA, CUP, Compromís, Chunta Aragonesista, Alternativa Galega de Esquerda, etc.) decidan construir en España y en cada comunidad autónoma candidaturas unitarias que incorporen a figuras visibles y políticamente solventes procedentes de los movimientos, con mensajes de regeneración política y moral y de lucha contra el poder financiero. Sólo en una hipótesis así cabría la esperanza de que un descalabro electoral del PP en las generales impulsara una subida importante de una fuerza renovada y renovadora que pudiera tomar la iniciativa y dar un viraje sensible a la política del país. Las generales de 2015 podrían parecerse a las elecciones municipales de 1931 como expresión y revelación de la crisis del régimen.
Pero las incertidumbres son muchas. Sin un apoyo del PSOE no podría imponerse de inmediato una alternativa electoral al PP, y nada permite pensar que el PSOE se regenere y rompa sus compromisos con el gran capital. En una situación así, el factor decisivo puede ser que los movimientos populares y ciudadanos aprovechen la ocasión de una derrota electoral del PP para lanzar una ofensiva en la calle, acciones de resistencia y desobediencia civil, que adquirirían fuerza en la medida misma en que enarbolaran alternativas concretas y elaboradas de cambios radicales. Entre estas alternativas podrían figurar, por ejemplo, reforma electoral; sistema judicial independiente de los partidos; auditoría e impago de la deuda; banca pública; reversión de las privatizaciones de los servicios públicos esenciales; fiscalidad para los ricos; iniciativa estatal para crear empleo, etc.
Estos puntos son sólo el apunte apresurado de un programa mínimo que podría dar un vuelco significativo hacia un cambio de régimen, hacia una democracia más real, hacia un valladar frente a la ofensiva ultrarreaccionaria. Implicaría, por supuesto, una reforma de la Constitución de 1978, con la eliminación del artículo 135 y otras varias cosas. Y podría abrir la puerta a un cambio en la articulación territorial del Estado con el reconocimiento del derecho de autodeterminación de las comunidades nacionales que forman hoy el Estado español. (Estoy convencido de que las aspiraciones catalanas a un mayor autogobierno, léase independencia u otras fórmulas, hallarían una mejor interlocución con el resto de España en un contexto de cambio democrático-radical de régimen que en negociaciones entre elites neoliberales que agitan el fantasma de la independencia —unos a favor de ella y los otros en contra— como arma arrojadiza y demagógica.)
Condición necesaria sería una nueva formación electoral unitaria, frente popular, frente amplio o como se llamara, acorde con la sensibilidad difundida por el 15-M y dispuesta a superar la desconfianza en los partidos y en las maneras hoy vigentes de hacer política. Serían también necesarios gestos visibles y fiables de que se van a cambiar esas maneras, y de que se va a trabajar con honestidad y luchar a muerte contra la corrupción. Sólo así cabría esperar que millones de electores se decidieran a cambiar su voto a esa candidatura ciudadana, radicalmente democrática y orientada contra el poder financiero, contra la vieja casta política ligada a las “puertas giratorias”. Los partidos y fuerzas políticas a la izquierda del PSOE tienen todos una responsabilidad histórica para hacerlo posible.
Pero no creo que bastara un frente político-electoral amplio y radical. Si no hay a la vez una presión en la calle; si no hay elaboraciones programáticas alternativas de los movimientos, plataformas y observatorios —o de “procesos constituyentes” y “parlamentos ciudadanos” como los que están iniciando su carrera en Cataluña— de la sociedad civil; si no se consigue demostrar que el país dice “basta” y “esto es lo que queremos”, pienso que el poder emanado de las urnas difícilmente podría superar las enormes presiones internas y externas que intentarían hacer abortar el proceso. Los sindicatos, que pese a sus debilidades ideológicas y políticas son las organizaciones que representan a la masa más considerable de personas en el país, deberían colocar en su horizonte la perspectiva de una huelga general política: algo así podría ser un arma decisiva en una movilización ciudadana como la aquí propuesta. Los sindicatos necesitan también su catarsis y su adaptación al nuevo clima social. Por otra parte, sólo una fuerte presión de la calle podría lograr arrastrar al PSOE o a parte de sus militantes y votantes a dar su apoyo al proceso, contribuyendo, aunque a regañadientes, a su avance.
Cuidado con hacerse ilusiones excesivas. La oligarquía sigue siendo muy fuerte. En la población, junto a la indignación hay inercias mentales, desorientación y miedo. Pero desaprovechar la ocasión que supondría un retroceso importante electoral del PP —suponiendo, claro, que llegue a producirse, lo cual no puede darse tampoco por descontado— podría retrasar muchos años la perspectiva de un avance de la izquierda y la democracia. Hay que trabajar también con otra precaución en mente: no dar batallas que puedan redundar en derrotas duraderas de las fuerzas propias.
Los procesos sociales no se diseñan en laboratorios. Ni en artículos periodísticos como este. Surgen con grados elevados de espontaneidad e imprevisibilidad. ¿Quién habría podido prever la huelga de la enseñanza en las Baleares, con rotación de huelguistas, caja de resistencia y colaboración activa de padres y madres? ¿Y la riqueza creativa de las distintas mareas reivindicativas y la cadena humana en Cataluña? Pero la espontaneidad resulta de la acumulación de infinitos pequeños proyectos, ideas y sentimientos, no de una espera pasiva. Por eso empezar a ejercitar la imaginación para estar a la altura de las circunstancias me parece una obligación perentoria para evitar que, si las circunstancias se vuelven propicias, perdamos (por no haberlas previsto ni imaginado) oportunidades que podrían tardar en reproducirse. Por un lado renovación política; por otro, deseo, esperanza e imaginación creadora pueden ser los ingredientes del cambio.
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